August 19, 2016

Alégrense en el Señor

La educación sexual debe ser una educación para el amor

Archbishop Joseph W. Tobin

“Es difícil pensar la educación sexual en una época en que la sexualidad tiende a banalizarse y a empobrecerse. Sólo podría entenderse en el marco de una educación para el amor, para la donación mutua” (Papa Francisco, “La alegría del amor,” 280).

No es fácil hablar sobre el sexo ni enseñar a niños y adolescentes sobre el significado de la sexualidad en una cultura plagada de imágenes eróticas e insinuaciones.

En “Amoris Laetitia” (“La alegría del amor”), el papa Francisco nos recuerda que la educación sexual no versa meramente sobre las funciones corporales ni los procesos reproductivos, sino que se trata del plan de Dios para los hombres y las mujeres hechos a su imagen y semejanza y que están llamados a entregarse mutuamente como lo hizo Dios mismo.

La educación sexual debe ser una educación para el amor y la autoentrega mutua. Solamente de esa forma podrá tener sentido el misterio de la sexualidad humana, con sus placeres y sus dolores. Solamente en el marco más amplio de la participación en el amor creativo de Dios la sexualidad adopta la belleza y la profundidad que tan a menudo se pierde en la educación sexual contemporánea. Lejos de la banalización y el empobrecimiento de la sexualidad, lo que hace falta hoy en día más que nada es iluminación y enriquecimiento.

Desde nuestra perspectiva católica, la alegría del sexo es inseparable de la alegría del amor y, por consiguiente, de las responsabilidades y los compromisos que exige el amor verdadero.

Tal como lo expresa el Santo Padre “el impulso sexual puede ser cultivado en un camino de autoconocimiento y en el desarrollo de una capacidad de autodominio, que pueden ayudar a sacar a la luz capacidades preciosas de gozo y de encuentro amoroso” (#280).

El gozo y el encuentro amoroso de los que habla el Papa Francisco aquí trascienden la autogratificación mutua de las relaciones sexuales casuales o libres de todo compromiso. La frases claves aquí son “un camino de autoconocimiento” y “desarrollo de una capacidad de autodominio.” El autoconocimiento y el autodominio son cualidades que no se adquieren de un día para otro. Es por ello que es tan importante ayudar a los jóvenes, así como a las personas de todas las edades, a reconocer y a repeler el bombardeo de imágenes eróticas que nos rodean constantemente. El papa Francisco nos exhorta a que ayudemos a los jóvenes a “buscar las influencias positivas, al mismo tiempo que toman distancia de todo lo que desfigura su capacidad de amar” (#281).

En nuestra época no se oye hablar mucho sobre el pudor o la castidad, pero el papa nos recuerda que estas virtudes son esenciales para una sexualidad sana y plena de gozo. “Sin el pudor, podemos reducir el afecto y la sexualidad a obsesiones que nos concentran sólo en la genitalidad, en morbosidades que desfiguran nuestra capacidad de amar y en diversas formas de violencia sexual que nos llevan a ser tratados de modo inhumano o a dañar a otros” (#282). La modestia y el pudor son virtudes contribuyen a moderar nuestros deseos sexuales y nos apartan de conductas autodestructivas e hirientes para favorecer encuentros amorosos que sean mutuamente enriquecedores y generadores de vida.

“Con frecuencia la educación sexual se concentra en la invitación a ‘cuidarse,’ procurando un ‘sexo seguro.’ Esta expresión transmite una actitud negativa hacia la finalidad procreativa natural de la sexualidad, como si un posible hijo fuera un enemigo del cual hay que protegerse” (#283). La realidad cristiana reconoce que la actividad sexual conlleva naturalmente a la concepción de una nueva vida. Los esfuerzos tendientes a diferenciar entre el coito y la procreación resultan erróneos.

Esto no significa que cada encuentro sexual esté destinado a la concepción de un hijo sino que la plenitud de la sexualidad humana comprende una actitud receptiva ante una nueva vida. Sin esta expresión suprema y palpable de autoentrega, el coito a menudo se convierte en una experiencia particular y, según lo expresa el papa Francisco, promueve el narcisismo en lugar de una comunicación profundamente personal.

La educación sexual no tiene como objetivo la exploración. “Es irresponsable toda invitación a los adolescentes a que jueguen con sus cuerpos y deseos, como si tuvieran la madurez, los valores, el compromiso mutuo y los objetivos propios del matrimonio. De ese modo se los alienta alegremente a utilizar a otra persona como objeto de búsquedas compensatorias de carencias o de grandes límites” (#283). Entendida correctamente, la educación sexual toma muy en serio a los jóvenes y los ayuda “a prepararse en serio para un amor grande y generoso.”

Dios nos hizo, hombres y mujeres, a su propia imagen y semejanza. La verdadera educación sexual promueve una profunda comprensión y valoración de lo que significa ser un hombre o una mujer. Esto implica ayudar a que los jóvenes se den cuenta de que “lo masculino y lo femenino no son algo rígido,” sino distintas dimensiones de nuestra sencilla humanidad. Uno de los principales objetivos de la educación sexual debe ser el respeto a las diferencias entre hombres y mujeres, así como también su igualdad.

El amor verdadero requiere compromiso y una comunicación profundamente personal. También exige autodominio y autoentrega. Que Dios nos ayude a enseñar estas verdades a nuestros hijos, a través de nuestras palabras y nuestros ejemplos. †
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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