April 1, 2016

Alégrense en el Señor

La misericordia de Dios es el origen de la alegría pascual

Archbishop Joseph W. Tobin

La Pascua es la temporada de la alegría. Es el momento del año en el que celebramos el gran misterio de nuestra redención, la resurrección de nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos.

La alegría pascual es distinta de otros tipos de alegría puesto que encuentra su origen en una experiencia de liberación.

La alegría pascual se parece a lo que siente un preso cuando descubre repentinamente que lo pondrán en libertad. Se asemeja a la alegría abrumadora que sienten los padres cuando reciben la noticia de que su hijo gravemente enfermo ya no tiene cáncer. La alegría pascual se parece a la emoción que sienten los amantes que llevan mucho tiempo separados y finalmente vuelven a reunirse. Se asemeja a la emoción que siente un padre al ver que un hijo pródigo regresa al hogar y se reúne con la familia después de haber estado ausente por muchos años.

La alegría de la Pascua opaca toda ansiedad y temor; nos permite respirar fácilmente y soltar las cargas que nos doblegan. El Señor resucitado les dice a sus discípulos—y a nosotros—que nos liberemos del temor. Su amor ha vencido sobre todo mal, incluso sobre nuestros propios pecados y los del mundo. Ahora podemos llenarnos de júbilo porque la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús nos han liberado. Ahora podemos estar en paz porque nada, ni siquiera la muerte, podrá separarnos del amor y la misericordia de Dios.

La misericordia divina es la fuente de la que emana la alegría pascual: del perdón de nuestros pecados y de la absolución que hemos recibido del Padre cuyo rostro es la misericordia. Se trata de la experiencia de profunda gratitud que surge de un acto de inmerecida bondad que recibimos sin ningún tipo de ataduras. La alegría pascual es nuestra respuesta a la gracia de Dios que nos ha entregado libremente y sin mérito alguno de parte nuestra, sencillamente porque Dios nos ama y desea que seamos felices junto a Él para siempre.

Durante este Año de la Misericordia el papa Francisco nos pide que reflexionemos sobre la alegría del Evangelio y “la dulce y confortadora alegría” de compartir la Buena Nueva con los demás.

La Pascua es la oportunidad perfecta para encontrar al Señor resucitado en las escrituras, en los sacramentos (especialmente en la sagrada eucaristía) y en nuestros encuentros con nuestros hermanos y hermanas en Cristo. “El Evangelio, donde deslumbra gloriosa la Cruz de Cristo, invita insistentemente a la alegría,” nos enseña el papa Francisco en su exhortación apostólica “Evangelii Gaudium”(“La alegría del Evangelio,” #5). Podemos regocijarnos porque hemos sido liberados y cuando compartimos esta Buena Nueva con los demás, especialmente con aquellos agobiados por las tribulaciones de la vida, ¡nuestra alegría aumenta exponencialmente!

La tristeza, el temor, la ansiedad, la culpa y la desesperación son aspectos demasiado comunes en nuestra sociedad (incluso en nuestras familias). El Evangelio nos ilustra innumerables ocasiones en las que Jesús respondió con compasión y sanación ante todas las formas de padecimientos mentales, físicos y espirituales en las personas de su época, curándolos y liberándolos de cualesquiera que fueran las cargas que arrastraban. También leemos en las Escrituras que el Señor resucitado ordenó a sus discípulos (a nosotros) a que saliéramos al mundo y proclamáramos la alegría de la Buena Nueva de nuestra salvación.

La alegría pascual es activa, no pasiva. No se trata sencillamente de sentirse bien; es una respuesta entusiasta, en acción, al maravilloso obsequio de liberación que hemos recibido de nuestro Dios amoroso y misericordioso. La alegría pascual es contagiosa; no puede contenerse sino que debe ser compartida con los demás. El papa Francisco nos asegura que la alegría pascual, al igual que la vida misma, “se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás” (“Evangelii Gaudium,” #10).

Esta es la paradoja de la Pascua: la alegría no proviene de satisfacer nuestros deseos de comodidad, seguridad o placer, sino del amor abnegado, e incluso de una muerte de martirio. El gran misterio de la resurrección de Cristo es que por sí sola tuvo el poder de vencer sobre el pecado y el mal. Su pasión, muerte y resurrección nos liberaron. Este es el supremo acto de misericordia, la máxima expresión del amor incondicional que nos tiene Dios: “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su único Hijo, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn 3:16).

La alegría pascual emana del amor y la misericordia desinteresados de la santísima Trinidad. Que nuestros corazones estén siempre abiertos a recibir esta gracia salvadora; que recibamos esta temporada santa de la Pascua con corazones rebosantes de agradecimiento; que nuestra alegría pascual nos impulse a compartir con los demás la Buena Nueva de nuestra redención en Cristo; Que nos fortalezca en el servicio a los demás, tanto en nuestra localidad como en tierras distantes. †
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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