February 13. 2015

Alégrense en el Señor

Somos una Iglesia inmigrante llamada a acoger al prójimo

Archbishop Joseph W. TobinSomos una Iglesia inmigrante, un pueblo peregrino en un camino de esperanza. Somos viajeros en el sendero a nuestro hogar celestial. Como miembros del cuerpo de Cristo, somos un grupo diverso llamado a la unidad en Cristo (Jn 11:52).

La unidad en la diversidad es la visión que proclamaron los obispos de Estados Unidos en su publicación realizada en el año 2000, titulada “Acogiendo al forastero entre nosotros: Unidad en la diversidad,” durante el Gran Jubileo.

A comienzos del año 2007, los obispos de Indiana trasladaron esta visión a la situación específica de la Iglesia en nuestro Estado, en su carta pastoral titulada: “Fui forastero y me diste alojamiento: reconocer a Cristo en el nuevo prójimo.”

En esa carta los obispos de Indiana nos recuerdan las palabras del papa Benedicto XVI en su primera encíclica titulada “Deus Caritas Est” (“Dios es amor”): “existe una conexión íntima e indestructible entre el amor a Dios y el amor al prójimo. Y al amar al prójimo nos encontramos con Cristo.”

Los obispos de Indiana definen al prójimo, “no sencillamente como alguien conocido y a quien tenemos cerca, ni como alguien que comparte mis características étnicas, sociales o raciales.” En lugar de ello, según la definición del prójimo que nos da el Evangelio “el prójimo es todo el que esté necesitado, incluyendo a los indigentes, a los hambrientos, a los enfermos o a los que están en la cárcel. El prójimo podría ser un completo extraño cuya procedencia, experiencia o situación social son muy distintas a las nuestras” expresan los obispos.

Al examinar la historia del catolicismo en EE. UU., los obispos destacan las olas migratorias que moldearon el carácter de nuestra nación y de nuestras Iglesias locales. También acotan que la experiencia migratoria, que se encuentra profundamente enraizada en la historia religiosa, social y política del país, se está transformando.

En tanto que los inmigrantes anteriores llegaron a Estados Unidos “procedentes predominantemente de Europa o como esclavos de África, los nuevos inmigrantes provienen de América Latina y del Caribe, Asia y las islas del Pacífico, el Medio Oriente, África, Europa oriental y la antigua Unión Soviética y Yugoslavia.”

En el transcurso de los últimos 50 años, estas nuevas olas migratorias han desafiado a nuestra sociedad y a nuestra Iglesia a recordar de dónde provenimos como descendientes de inmigrantes, y hacia dónde nos dirigimos como un pueblo encaminado hacia una mejor vida, a un mundo más seguro caracterizado por la unidad, la paz y la prosperidad para todos. Como cristianos católicos, “la presencia de tantas personas procedentes de culturas y religiones tan distintas, en tantos lugares de Estados Unidos, nos ha desafiado como Iglesia a emprender una profunda conversión para poder convertirnos en un verdadero sacramento de unidad.”

Los obispos de Indiana en su carta pastoral de 2007 hacen hincapié en que los Católicos apoyamos los derechos y las responsabilidades de nuestro país para proporcionar límites y fronteras seguros para la protección de nuestro pueblo, así como para entablar un proceso organizado de entrada a nuestro territorio, que respete los derechos humanos y la dignidad de todos, especialmente de las familias y los niños.

Al mismo tiempo, rechazamos todas las posturas antiinmigrantes, innatistas, etnocentristas o racistas. Dichas perspectivas tan estrechas y destructivas son profundamente contrarias a la cultura estadounidense, ya que se oponen a los principios de la dignidad y de la libertad humana que constituyen la base de nuestra forma de vida: una forma de vida que históricamente se ha extendido a todo aquel que llega a nuestras costas procurando la vida, la libertad y en busca de la felicidad en una sociedad justa y próspera.

Estas actitudes tendientes a la división y a la exclusión también son profundamente contrarias a los principios del catolicismo ya que niegan la dignidad de la persona humana que está hecha a imagen de Dios, y contradicen la unidad esencial y la catolicidad a la que nos debemos, como miembros de la familia de Dios.

No era obispo cuando se redactaron estas dos cartas pastorales, pero las endoso totalmente. Cada persona, sin importar cuál sea su lugar de origen, herencia étnica o cultural, posición económica o social, y su situación legal, debe ser acogida como Cristo y se debe fomentar en ella un genuino sentido de pertenencia en nuestro país y en nuestra Iglesia.

Es lamentable que en los años posteriores a la publicación de estas cartas, el asunto de la reforma migratoria se haya convertido en un tema tan político. Tal como lo expresó el obispo Eusebio Elizondo, presidente del Comité sobre Migración de la Conferencia de Obispos Católicos de EE. UU., (USCCB), todos tenemos la obligación de “exhortar vehementemente al Congreso y al presidente a que trabajen unidos para sancionar reformas permanentes al sistema migratorio del país.”

Que siempre les demos a otros la misma bienvenida que Cristo le dio a los extraños. Que la intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe, la Patrona de América, nos inspire a reconocer a Cristo en el prójimo, para que podamos estar unidos en nuestra diversidad, como miembros de una sola familia de Dios. †
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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