November 14, 2014

Alégrense en el Señor

Reconozcamos a Jesús en el rostro de los necesitados

Archbishop Joseph W. TobinUna vez, el papa Juan Pablo II escribió: “Las necesidades de los pobres tienen prioridad sobre los deseos de los ricos.” Dado que soy relativamente un recién llegado en el estado de Indiana, se me ha presentado el desafío de prestar más atención al efecto que surte la pobreza sobre las personas, las familias y las comunidades a las que estoy llamado a servir aquí en el centro y el sur de Indiana.

Los efectos de la grave recesión económica que comenzó en los años 2008 y 2009, ha provocado que muchos residentes del estado vivan en carne propia la desesperación de la pobreza. Muchos de nuestros poblados más pequeños y comunidades rurales han sufrido pérdidas de empleos graves a consecuencia de una economía estancada.

Las condiciones económicas y sociales que ocasiona la pobreza en estas comunidades, así como en las grandes ciudades, han tenido consecuencias graves, inclusive un aumento en la fabricación, venta y consumo de drogas; violencia en los hogares y en las calles; y un aumento de la población en los penales del estado, producto de todo esto.

La pobreza multigeneracional, medida por la cantidad de personas que atraviesan dificultades económicas y cuyos padres, abuelos, e incluso quizás, bisabuelos, también sufrieron inestabilidad económica grave, es un problema muy serio. Las secuelas de todo esto sobre la dignidad humana, la estabilidad familiar y la salud general de las comunidades son incalculables.

Es mucho menos probable que los integrantes de familias víctimas de la pobreza multigeneracional posean los recursos internos e intangibles que les permitirán materializar sus esperanzas y sus sueños, o ir en pos y adquirir los conocimientos, las destrezas de vida y las oportunidades laborales que se encuentran disponibles para otros miembros de sus comunidades y que resultan esenciales para romper el ciclo de la pobreza. Sin las destrezas y las experiencias necesarias para tomar decisiones personales y laborales positivas, parecen estar predeterminados a tomar decisiones menos acertadas y, por consiguiente, perpetuar el círculo vicioso de la pobreza.

Los Evangelios nos muestran que nuestro Señor dispensaba un amor especial a los necesitados; reconocía su sufrimiento y era compasivo ante su soledad y sus temores; jamás pasó por alto sus aprietos ni se comportó como si no le importaran. Nuestro Señor siempre estuvo al lado de los pobres, consolándolos en sus tribulaciones, sanando sus heridas, y nutriendo sus cuerpos y sus almas.

Todos los discípulos de Jesucristo están llamados a amar a los pobres tal como él lo hizo. Recibimos la invitación y el desafío de ver a los pobres, de llamar la atención en cuanto a la realidad de la pobreza y de responder con corazones transformados.

Creemos que todos los seres humanos han sido creados a imagen y semejanza de Dios; que cada vida es sagrada, desde la concepción hasta su muerte natural y que la dignidad humana proviene de quiénes somos como personas, en lugar de por lo que hacemos o lo que poseemos.

Creemos que todas las personas deberían disfrutar de una calidad de vida proporcional a las exigencias de la dignidad humana. Es por ello que las enseñanzas sociales de nuestra Iglesia dan la bienvenida a los pobres y a los oprimidos como miembros de la familia de Dios que merecen tener voz y voto en cuanto a su futuro. Cristo nos enseñó que debemos atender primero a aquellos que están más necesitados. A través de sus palabras y de su ejemplo nos enseñó que atender a los necesitados es una cuestión tanto de justicia como de caridad.

A través de nuestras agencias de Caridades Católicas y nuestras parroquias, escuelas y organizaciones para el cuidado de la salud, los católicos procedentes de todas las regiones de nuestra arquidiócesis están profundamente comprometidos al servicio de los más necesitados. La generosidad de nuestro pueblo es extraordinaria y es lo que permite que cada semana, en todas las regiones de nuestra arquidiócesis, se inviertan miles de horas de amor y de servicio. Como arzobispo, reconozco y aplaudo la bondad de todas esas personas e instituciones diseminadas por todo el sur y el centro de Indiana, y le doy gracias a Dios por el amor y la compasión que demuestran ante todos esos hermanos y hermanas gravemente necesitados.

También sé que todavía hay mucho por hacer. ¿Qué podemos hacer usted y yo para ayudar a aliviar la pobreza, tanto ahora como en el futuro? Podemos “inundar el cielo” de oraciones, teniendo la plena confianza de que estas serán escuchadas y recibirán respuesta. Podemos trabajar para fortalecer a la familia; podemos proponer y defender la vitalidad económica y el acceso a educación y atención médica asequibles y de alta calidad; y podemos apoyar a las agencias de Caridades Católicas a través de la donación generosa y penitencial de tiempo, talentos y tesoros.

Como cristianos estamos llamados a reconocer a Jesús en el rostro de los necesitados. Un elemento esencial de la caridad cristiana es ver a nuestros hermanos y hermanas tal y como son: como miembros de la familia de Dios que tienen obsequios para compartir con nosotros y que nos impulsan a compartir los nuestros también. Asumirlos como administradores de todos los dones de Dios es un aspecto integral de ser auténticamente discípulos de Cristo.

Reconozcamos la pobreza diseminada por todas partes; respondamos con corazones abiertos y generosos, tanto a las necesidades inmediatas como a aquellas a largo plazo de nuestros hermanos y hermanas; y reconozcamos a Cristo en todos los pobres, los vulnerables y los necesitados de nuestro amor. †

Traducido por: Daniela Guanipa

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