March 25, 2011

Buscando la Cara del Señor

La oración fiel y la obediencia nos mantienen cerca de Dios

Con el “Fiat” de María, la Solemnidad de la Anunciación el día 25 de marzo denota el comienzo de la salvación.

El papa Benedicto XVI lo expresa de esta forma: “A través de Jesús, Dios colocó en medio de una humanidad yerma y desesperada, un nuevo comienzo que no es consecuencia de la historia humana sino un don superior.”

El himno de entrada de la Misa está tomado del Capítulo 10 de la Carta a los Hebreos: “Al entrar Cristo en el mundo, dice: “He aquí, ‘yo he venido para hacer tu voluntad’ ” (Heb 10:9).

De esta forma, la Anunciación presenta dos manifestaciones de obediencia. El Fiat de María: “Hágase en mí según Tu palabra” (Lk 1:38) y la de Cristo: “He aquí, yo he venido para hacer tu voluntad” (Heb 10:9).

Estas son anunciaciones paralelas de obediencia a la voluntad de Dios. Las palabras de Cristo resuenan como eco de las de María.

Nunca antes había prestado especial atención al paralelismo de estas expresiones de María y Jesús, pero siempre ha estado litúrgicamente ahí.

La Carta a los Hebreos es la segunda lectura de la Liturgia de la Palabra para la Solemnidad de la Anunciación.

Esto sugiere una reflexión del papel significativo de obediencia a Dios en nuestras vidas. No solo los sacerdotes y diáconos que efectúan una promesa solemne de obediencia en su ordenación y los religiosos consagrados que hacen un voto solemne de obediencia están llamados a este acto de amor en respuesta al amor de Dios.

En el bautismo recibimos el llamado a la santidad. Esto comprende una obediencia activa a la voluntad de Dios según se expresa en los mandamientos, especialmente el gran mandamiento del amor.

Me parece que esto sugiere todavía otro “programa”, por así decirlo, en el cual debemos concentrar nuestras reflexiones durante la época de la Cuaresma.

El gran mandamiento nos fue transmitido a través de los Apóstoles en la Última Cena.

Jesús dijo: “Un mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros” (Jn 13:34).

Ese gran mandamiento no resulta tan fácil como parece. Tengo un amigo arzobispo que suele decir que la “amistad tiene un precio”.

No se refiere necesariamente al costo económico, sino que habla de la inversión de tiempo y los inconvenientes que con frecuencia exige la amistad.

¿Cuánto tiempo está usted dispuesto a dedicar a sus amigos, a su familia o a sus hijos? ¿Cuántos inconvenientes está usted dispuesto a soportar por el bien de un amigo o de un pariente? En efecto, la amistad tiene un precio.

Amarnos los unos a los otros puede ser un mandamiento más complejo de lo que pensamos. Si verdaderamente amamos a otro, estamos dispuestos a sacrificarnos por él, ya sea un sacrificio de nuestro tiempo tan valioso, o de nuestra comodidad que también es valiosa y requiere de sacrificio.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que “La fe en el amor de Dios encierra la llamada y la obligación de responder a la caridad divina mediante un amor sincero. El primer mandamiento nos ordena amar a Dios sobre todas la cosas y a las criaturas por Él y a causa de Él” (# 2093).

Prosigue instruyéndonos: “Los actos de fe, esperanza y caridad que ordena el primer mandamiento se realizan en la oración. La elevación del espíritu hacia Dios en una expresión de nuestra adoración a Dios: oración de alabanza y de acción de gracias, de intercesión y de súplica” (# 2098).

Descuidar la oración pone en peligro nuestra relación con Dios. “No tendrás otros dioses delante de mí” (Ex 20:3, Dt 5:7).

El escritor Jonathan Swift escribió una sátira sobre uno de los dioses de nuestra época en Los viajes de Gulliver. Cuando el gigante Gulliver fue arrastrado por las olas hasta la costa de la tierra de los pequeños liliputienses, los reyes enviaron dos investigadores para que lo examinaran.

Al revisar los bolsillos de Gulliver los investigadores encontraron “un enorme motor” que hacía ruido como el de una cascada: el reloj de Gulliver. Los investigadores determinaron que se trataba o bien de un extraño animal o del dios de Gulliver, ¡probablemente era su dios porque lo consultaba muy a menudo!

El verdadero dios de una persona es aquello consulta con mayor frecuencia en su vida. El propio ser, el dinero, el éxito profesional, otra persona, las estrellas de cine y los héroes deportivos son a menudo ídolos falsos de la sociedad. Los falsos dioses quizás prometan mucho, pero no nos dan nada.

El verdadero Dios nos ama y debe ser lo primero. Ninguna persona o grupo, nada, ni ninguna ideología o experiencia humana puede anteponerse a Dios. Aquí comienzan los problemas de la fe y la moral. La obediencia a los dioses falsos nos esclaviza en formas muy poderosas.

La obediencia al Dios que nos ama y que envió a su divino Hijo entre nosotros para conquistar la verdadera redención del pecado y de la muerte nos proporciona la auténtica libertad en la travesía de la vida mientras andamos por el sendero rumbo al único reino que vale la pena.

Nuestro objetivo primordial en la vida es entrar en la casa del Padre. Tenemos una oportunidad anual de gracia especial en la Cuaresma para aceptar el don del Padre que no procede de la historia humana sino de las alturas. El aval del amor por nuestro verdadero Dios es la oración fiel. †

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