September 3, 2010

Buscando la Cara del Señor

Apártese de las distracciones y convierta la oración en parte de su rutina diaria

Cuando un alumno de sexto grado me escribió que ama a Dios con todo su corazón, expresó una fuente de oración fundamental, a saber: el corazón humano.

Leí en algún lado (no puedo recordar dónde) que el anhelo de Dios del corazón humano encuentra su expresión en más de mil formas en las Escrituras. El autor del Salmo 27, mi preferido, reza: “El corazón me dice: ‘¡Busca su rostro!’ Y yo, Señor, tu rostro busco.” (Sal 27). Este sentimiento sugiere diversas y útiles motivaciones para nuestra oración.

Si el Espíritu Santo brinda inspiración a nuestros corazones para buscar e interactuar con Dios en la comunión del amor, entonces debemos apartar un espacio en nuestras vidas cotidianas para escuchar. Es decir, el silencio constituye un recurso importante para ayudarnos a escuchar el anhelo de Dios de nuestros corazones.

En nuestra cultura no resulta fácil encontrar momentos de sosiego. Para la mayoría de nosotros existe mucho ruido y demasiadas voces que fácilmente predominan sobre los auténticos anhelos de nuestros corazones. Considero que es acertado decir que sin que exista cierto espacio para el silencio en el corazón (y en la mente) la fe y el llamado a la santidad se encuentran en peligro.

Sentimos el anhelo de Dios y de establecer una relación con Jesús, pero sin “apartarnos” en soledad con Él quizás empecemos a dudar de si realmente podemos encontrarlo.

El Catecismo de la Iglesia Católica dice: “La dificultad habitual de la oración es la distracción. En la oración vocal, la distracción puede referirse a las palabras y al sentido de éstas. La distracción, de un modo más profundo, puede referirse a Aquél al que oramos, tanto en la oración vocal [litúrgica o personal], como en la meditación y en la oración contemplativa. Salir a la caza de la distracción es caer en sus redes; basta volver a concentrarse en la oración: la distracción descubre al que ora aquello a lo que su corazón está apegado. Esta humilde toma de conciencia debe empujar al orante a ofrecerse al Señor para ser purificado” (#2729).

Debo admitir que la distracción es un reto habitual. También convengo en que ignorar al propio corazón y pedir la purificación del Espíritu Santo es un antídoto que funciona. La convicción latente que hace falta es un deseo sincero de orar. Y es allí donde un hábito de oración arraigado y no negociable marca la pauta para mí.

Todos somos distintos y nuestras vidas de oración van a reflejar esas diferencias. Lo que sé es que, en mi caso, mi rutina de oración constituye una prioridad todos los días y en cualquier lugar.

Mi día comienza con una hora de oración y todo lo demás se ajusta conforme a ello. Aprendí que así es como debe ser. Parte de esa primera hora es rezar la Liturgia de las Horas, lo cual fue una promesa que hice al principio cuando me ordené. Con frecuencia, la hora de oración concluye con la Santa Misa, si no tengo programado estar en otra parte.

Después de que mamá volviera a casa con Dios, me encontré un libro de oración que ella tenía cuando joven. En Roma, en 1988, mandé a encuadernar nuevamente el libro de oración y desde entonces lo he utilizado todos los días en mis oraciones. Algunas de esas oraciones enmarcan mi oración vocal. Para la meditación siempre uso un libro espiritual; es la ayuda de la que me valgo para mantener el recogimiento y para lidiar con las distracciones inevitables.

A lo largo de los años me he disciplinado para decir oraciones breves en el transcurso del día. Por ejemplo, le rezo al Espíritu Santo o a un santo predilecto antes de una cita o reunión en la oficina administrativa. Las reuniones en las que participo siempre comienzan con una oración y la invocación de santos tales como San Francisco Javier y la Madre Theodore Guérin. Es raro el día en que no rezo al menos dos o tres rosarios, una de mis devociones preferidas.

Durante la Cuaresma rezo el Vía Crucis, en ocasiones en mi automóvil si estoy haciendo diligencias. Es decir, la oración se entreteje a lo largo de mi día y me recuerda por qué hago lo que hago como obispo y pastor.

De ser posible, muy temprano en la mañana dedico media hora ante el Santísimo Sacramento, como un tiempo de oración de intercesión por las intenciones que las personas me encomiendan. También es un momento especialmente apacible. Supongo que es lo más cercano que llego a la oración contemplativa con cierta regularidad.

Mi devoción a la Santa Madre y a San José data del seminario menor. Rezo a San Francisco Javier Cabrini y a Santa Theodora Guérin. Desde que cumplí 50 años rezo la “Oración para una muerte feliz” del cardenal John Henry Newman. Rezo algunas oraciones compuestas por San Ignacio y por San Francisco de Asís.

Describo la forma en la que oro porque algunos de ustedes me lo han preguntado y porque es algo sencillo y nada fuera de lo común. Espero que les ayude. †

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