April 23, 2010

Buscando la Cara del Señor

La gracia de los sacramentos nos brinda esperanza en las épocas difíciles

Como todo el mundo, no busco la enfermedad ni el sufrimiento ni me deleito en él.

Sin embargo, ocurre y es bien sabido en la arquidiócesis que tengo otro problema después de una serie de dos años con padecimientos de salud. Cuando analizo mis problemas, recuerdo a mi madre.

Un domingo por la tarde, condujo de Jasper a Saint Meinrad para decirme en persona que “tenía otro problema.”

Además de una artritis avanzada, le habían informado que tenía diabetes y glaucoma.

Sin dramatismo, de forma muy directa, me dijo, “Mark [mi nombre bautismal], tengo un problema.” Siempre me ha impresionado la forma en que mi madre aceptaba su destino y trato de seguir su ejemplo.

Para el momento en que esta edición de The Criterion se imprima, yo estaré sometiéndome a cirugía para eliminar un tumor en el estómago. Lo descubrieron cuando me hicieron una tomografía para localizar un cálculo renal.

Se espera que el tumor sea benigno, pero debe ser eliminado. No está relacionado en lo absoluto con el linfoma de Hodgkin que he tenido durante dos años, y del cual aún me encuentro en remisión.

En retrospectiva, puedo decir que el cálculo renal fue una bendición disfrazada. Sin la tomografía, no habría tenido conocimiento de la existencia del tumor.

En el pasado, he expresado que oraba para comprender el significado de la sucesión de problemas de salud que he padecido durante estos dos últimos años. No estaba seguro de poderlo descubrir. Pero pienso que Jesús me ha dado una nueva luz.

En las horas de desvelo de una madrugada, experimenté “una avasallante sensación de privilegio al poder unir mi sufrimiento al de Jesús.” Sentí “el gozo profundo de que puedo hacerlo de veras.” También experimenté “una avalancha de gratitud humilde porque Jesús me eligiera.” Estos pensamientos inesperados, sin duda piadosos y profundos, han permanecido conmigo.

Pienso que esta simple convicción se originó en el impacto que tuvo en mi actitud una nota emotiva que recibí de Ian, un estudiante de sexto grado. Lo he mencionado antes. Recuerdo el comienzo de su nota: “Arzobispo, amo a Dios con todo mi corazón.” Sus palabras se han vuelto un estribillo en mis plegarias a través de los días—y las noches—desde entonces.

Ian me escribió sobre un problema y le respondí tratando de ayudarle. Probablemente más que lo habitual en las semanas recientes, me he dado cuenta vivamente de que no soy el único que tiene problemas.

Cuando era posible en las mañanas de los viernes durante Cuaresma, ayudaba a escuchar las confesiones en la parroquia San Juan Evangelista en el centro de Indianápolis.

Las personas, algunas de ellos con lágrimas en los ojos, relataban sus problemas trágicos. Algunos están enojados, algunos hacia la Iglesia. Otros sienten ansiedad por un hijo que se encuentra alienado, otro por un hijo que dice que no necesita a Dios, el regreso de un tumor cerebral, la preocupación de que un nieto se aleje de la fe.

Tanta gente está apesadumbrada por problemas y ansiedad en su corazón. Y sin embargo, me animó que estas personas estuviesen buscando el consuelo de los sacramentos de la penitencia y la Eucaristía.

Es primavera y todos nos hallamos en el resplandor de la Resurrección. Jesús ha ganado la sobrecogedora victoria sobre el pecado y la muerte. Su victoria es real, y es por cada uno de nosotros.

Necesitamos reclamar lo que nos pertenece de Su victoria. Naturalmente, nuestro reto es conservar nuestra meta fundamental—la unión con Jesús en la Casa del Padre—en nuestras mentes y en nuestros corazones.

Cuando transitamos esas horas de insomnio y desvelo en las noches es útil elevar en oración una simple palabra hacia Jesús. No siempre, pero a veces nos sorprende una respuesta que nos inspira.

Como los penitentes que encontré durante la Cuaresma, necesitamos elegir los sacramentos para recibir fortaleza moral y espiritual, así como consuelo. Jesús nos los entregó precisamente por las razones por las cuales son necesarios. Las gracias invisibles de los sacramentos están allí para brindarnos esperanza en las horas difíciles.

La concienciación de nuestra unión con Jesús nos brinda una paz que puede estar tan cercana como una visita a la iglesia de nuestra parroquia. La enfermedad y el sufrimiento no deben robarnos nuestra paz interior. Tener conciencia de que Jesús está a nuestro lado puede ser una fuente de gozo sereno.

Sí, sentimos los pinchazos de las astillas que tienen nuestras cruces de todos los días. Y sí, algunas cruces son pesadas, pero no tenemos que llevarlas solos. Nos ayuda saber que la cruz de Jesús irradia la promesa de la gloria eterna.

Rezo porque aquellos que están abrumados con preocupaciones, enfermedades o sufrimientos de cualquier naturaleza encuentren en ustedes mismos la confianza de que Jesús se ocupa, y que les invita a caminar con Él hacia la Casa del Padre. †

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