April 16, 2010

Buscando la Cara del Señor

El reavivamiento del sacramento de la penitencia es necesario en nuestros días

En su carta convocando al Año Sacerdotal, el papa Benedicto XVI citó el hecho de que el Cura de Ars, San Juan Vianney, fundó confraternidades y reclutó a laicos para que trabajaran junto a él en la comunidad parroquial de Ars.

El Santo Padre señala que existen “ámbitos de colaboración en los que se debe dar cada vez más cabida a los laicos, con los que los presbíteros forman un único pueblo sacerdotal y entre los cuales, en virtud del sacerdocio ministerial, están puestos ‘para llevar a todos a la unidad del amor: amándose mutuamente con amor fraterno, rivalizando en la estima mutua.’ ”

El Papa expresó: “En este contexto, hay que tener en cuenta la encarecida recomendación del Concilio Vaticano II a los presbíteros de “reconocer sinceramente y promover la dignidad de los laicos y la función que tienen como propia en la misión de la Iglesia. … Deben escuchar de buena gana a los laicos, teniendo fraternalmente en cuenta sus deseos y reconociendo su experiencia y competencia en los diversos campos de la actividad humana, para poder junto con ellos reconocer los signos de los tiempos.’ ”

El Sumo Pontífice comenta que San Juan Vianney enseñaba a sus parroquianos fundamentalmente a través del testimonio de su vida. “De su ejemplo aprendían los fieles a orar, acudiendo con gusto al sagrario para hacer una visita a Jesús Eucaristía. ‘No hay necesidad de hablar mucho para orar bien,’ les enseñaba el Cura de Ars. ‘Sabemos que Jesús está allí, en el sagrario: abrámosle nuestro corazón, alegrémonos de su presencia. Ésta es la mejor oración.’

“Y les persuadía: ‘Venid a comulgar, hijos míos, venid donde Jesús. Venid a vivir de Él para poder vivir con Él. … ‘Es verdad que no sois dignos, pero lo necesitáis.’ ”

El Santo Padre observa: “Dicha educación de los fieles en la presencia eucarística y en la comunión era particularmente eficaz cuando lo veían celebrar el Santo Sacrificio de la Misa. Los que asistían decían que ‘no se podía encontrar una figura que expresase mejor la adoración. … Contemplaba la hostia con amor.’ ”

El papa Benedicto cree que era la profunda identificación personal con el Sacrificio de la Cruz cuando celebraba la Eucaristía lo que llevaba al Santo de Ars “—con una sola moción interior—del altar al confesionario. Los sacerdotes no deberían resignarse nunca a ver vacíos sus confesonarios ni limitarse a constatar la indiferencia de los fieles hacia este sacramento.

“En Francia, en tiempos del Santo Cura de Ars, la confesión no era ni más fácil ni más frecuente que en nuestros días, pues el vendaval revolucionario había arrasado desde hacía tiempo la práctica religiosa.”

El pastor de Ars perseveró en su predicación y empleó su poder de persuasión para ayudar a que sus parroquianos redescubrieran el significado y la belleza del sacramento de la penitencia. Mantuvo la conexión entre la Eucaristía y el sacramento de la penitencia ante los ojos y los corazones de las personas. El Papa comenta que por consiguiente, el Cura inició un “círculo virtuoso.” Asimismo, observa que la gente sabía que su párroco siempre estaría allí, dispuesto a escucharlos y perdonarlos.

El papa Benedicto resalta un aspecto importante que me gustaría subrayar. Para lograr el reavivamiento de la belleza y del valor pastoral del sacramento de la penitencia, es importante que los confesores se encuentren disponibles y presentes en horarios regulares y convenientes para los parroquianos.

Cada vez se hace más evidente que en aquellos lugares en los cuales se ofrece el sacramento de forma constante y consabida, los penitentes se hacen presentes. Esto también supone la existencia de una catequesis clara que resalte la importancia del perdón de los pecados que se logra en la confesión, así como el consuelo pastoral que lo acompaña.

El reavivamiento de este sacramento en nuestros días, al igual que en tiempos del Cura de Ars, resulta penosamente necesario en una cultura que lo tiene todo, salvo el sentido del pecado.

Al perderse el sentido del pecado, se produce la pérdida inevitable del sentido de Dios y de Su gracia. El rescate de la recepción regular del sacramento de la penitencia promete un nuevo sentido del amor y la misericordia de Dios.

Los sacerdotes confesores reconocen que para ser confesores compasivos deben ser también penitentes sinceros. Confesar los propios pecados resulta aleccionador y exige una vergonzosa honestidad de nuestra parte.

Mi convicción acerca de la importancia y el valor de la confesión es férrea después de muchos años de recibir el sacramento. Saber cuánto necesitamos a Dios en nuestras vidas resulta una experiencia que reviste una importancia capital.

Muy pocos aspectos de nuestra cultura laica nos orientan hacia Dios y, sin embargo, sin Él no podemos disfrutar de una paz serena y dichosa. †

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