December 4, 2009

Buscando la Cara del Señor

Los sacerdotes están llamados a ‘remar mar adentro’ y a confiar en Cristo

El 9 de diciembre el padre Paul Etienne recibirá la plenitud del sacerdocio al convertirse en obispo en la Diócesis de Cheyenne, Wyoming. Continúo pues con mis reflexiones sobre el sacerdocio.

Mediante la ordenación, el sacerdote se convierte en intercesor del amor y la misericordia de Dios, que constituyen el maravilloso don que Jesús conquistó por nosotros.

Cuando a San Juan Bautista Vianney se le asignó la pequeña parroquia de Ars, una minúscula población con 230 habitantes, el vicario general de la diócesis le dijo: “En esa parroquia no existe gran amor a Dios; usted tendrá que introducirlo.”

En una carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo, el difunto papa Juan Pablo II escribió: “En verdad es grande el misterio del cual hemos sido hechos ministros. Misterio de un amor sin límites, ya que ‘habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo’ (Jn 13:1); misterio de unidad, que se derrama sobre de nosotros desde la fuente de la vida trinitaria, para hacernos ‘uno’ en el don del Espíritu

(cf. Jn 17); misterio de la divina diaconía, que lleva al Verbo hecho carne a lavar los ‘pies’ de su criatura, indicando así en el servicio la clave maestra de toda relación auténtica entre los hombres: ‘os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros’ (Jn 13:15). Nosotros hemos sido hechos, de modo especial, testigos y ministros de este gran misterio.”

Tomando como referencia su carta apostólica “Novo Millennio Ineunte,” en la cual describía el desafío que enfrentaban los cristianos para el nuevo milenio, el difunto Santo Padre comentó que el Gran Jubileo de la misericordia de Dios, 2000 años después del nacimiento de Cristo, es el incentivo para continuar nuestra peregrinación.

“Duc in altum!” Remar mar adentro. El Santo Padre citó las instrucciones que dio Cristo a Pedro y sus amigos, luego de una larga noche de pesca infructuosa.

Es un llamado a confiar. El Señor invita a los sacerdotes a remar mar adentro, confiando en Su palabra. El Santo Padre escribió: “Si verdaderamente hemos contemplado el rostro de Cristo, queridos hermanos y hermanas, nuestra programación pastoral se inspirará en el ‘mandamiento nuevo’ que él nos dio: ‘Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros’ ” (Jn 13:34).

Duc in altum. El llamado que recibe el sacerdote durante su ordenación para convertirse en testigo del misterio de la Divina Misericordia es una invitación a “remar mar adentro.”

Por virtud del llamado de Cristo, el sacerdote es llamado a confiar en su palabra y a encomendar su propia vida y futuro a la gracia de Jesús.

El día de la ordenación no se sabe adónde nos llevará el camino del ministerio con el transcurso de los años.

El “sí” del padre Etienne a su ordenación sacerdotal fue un acto de confianza y una señal de esperanza para el pueblo de Dios. Su “sí” durante la ordenación como obispo en Cheyenne es un ejercicio de fe y representa además una señal de esperanza.

Al reflexionar sobre los retos que presenta el ministerio sacerdotal, el papa Juan Pablo II envió el siguiente mensaje a nuestros sacerdotes: “Pienso también en la labor que realizan a diario, la cual muchas veces pasa desapercibida pero que promueve el reino de Dios en las mentes y los corazones de la gente. Quiero expresarles mi admiración por ese ministerio discreto, tenaz y creativo que llevan a cabo, aunque a veces se vea empapado de las lágrimas que brotan del alma y que sólo Dios puede ver

(cf. Sal 56:8). Su ministerio es aún más admirable cuando lo pone a prueba la resistencia que ejerce el entorno profundamente secularizado, el cual somete las actividades sacerdotales a las tentaciones de la fatiga y el desaliento. Saben muy bien que ese compromiso cotidiano es algo valiosísimo ante los ojos de Dios.”

No puedo evitar pensar en nuestros sacerdotes jubilados cuya labor y ministerio, con frecuencia ocultos y desapercibidos, han hecho que el Reino de Dios siga progresando a lo largo de tantos años. Y por supuesto, su alma debe de haber derramado lágrimas y sin embargo, continuaban remando mar adentro, año tras año.

Hay que remar mar adentro. Nuestros sacerdotes conocen la realidad y el don ya que han entregado sus vidas a Cristo y a la Iglesia. ¿Acaso debemos celebrar estas dádivas? Por supuesto que sí.

Pero los sacerdotes también son humanos. En la primera Misa de un sacerdote, un predicador dijo: “Benditos ustedes que no se dejan escandalizar por el hombre que mora en el sacerdote.”

Tan sólo debemos recordar que Cristo no dudaba en elegir a sus ministros de entre los pecadores. Pienso en los 11 que abandonaron a Cristo durante su pasión, antes de la resurrección. No obstante, por la gracia de Dios, continuaron con la misión de Cristo hasta la muerte.

Nuestros sacerdotes necesitan nuestras oraciones, amor y apoyo. No debemos tener una actitud pasiva frente a su entrega a Cristo. †

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