May 1, 2009

Buscando la Cara del Señor

La fe humilde necesita del sustento y la fortaleza de la oración

Quisiera extenderles una invitación de última hora a la celebración de nuestro aniversario número 175 en el estadio Lucas Oil en Indianápolis, el próximo domingo a las 3 p.m.

Será una celebración por todo lo alto de las bendiciones de Dios en nuestra Iglesia Local a lo largo de todos estos años.

A medida que nos adentramos en el mes de mayo, dedicado a nuestra Santa Madre, me viene a la memoria que nuestro misionero fundador, el Obispo Simón Bruté, sentía una devoción especial hacia nuestra Santa Madre María.

Habría querido que se le consagrara como obispo durante la festividad del Santo Rosario, en octubre de 1834, pero no pudieron hacerse los arreglos pertinentes.

Nuestro aniversario resulta una ocasión oportuna para renovar nuestra devoción a la Madre María. No adoramos a María sino que la veneramos como nuestra Madre.

A menudo recuerdo una peregrinación al Santuario de Nuestra Señora de Czestochowa, en Polonia, hace algunos años. Se trata del tercer santuario mariano más visitado en Europa.

Durante ese viaje tuve el privilegio de celebrar la Misa delante del valiosísimo icono de Nuestra Señora. Hubo dos cosas que me impactaron en ese santuario.

Primero, el hecho de que el rostro de Nuestra Señora haya quedado marcado luego de que un enemigo de la Iglesia le atacara con una espada. Debido a este incidente, el icono marcado se encuentra protegido por una pantalla plateada decorativa, salvo en ciertos momentos del día.

Antes de nuestra Misa se levantó la pantalla con una fanfarria musical. Fue fascinante ver colocada en una vitrina junto al icono sagrado, la faja que llevaba el Papa Juan Pablo II cuando el que habría podido ser su asesino le disparó en la Plaza de San Pedro. La faja está manchada de sangre y en ella se aprecian agujeros de bala.

Es como si la imagen de Nuestra Señora y la faja del Papa Juan Pablo II, en efecto, nos hablaran del precio de vivir el mensaje del Evangelio del amor.

Mientras celebraba la Misa y durante el sermón, a mi izquierda, los peregrinos se acercaban de rodillas al santuario: ancianos, jóvenes adultos y niños se desplazaban arrodillados. Algunos habían recorrido grandes distancias.

En el santuario había largas filas de personas esperando para confesarse. Hacía algunos años había presenciado la misma devoción en el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en México.

Al principio me sentí distraído y estuve tentado a pensar: ojalá esperaran hasta el final de la Misa. Y luego recapacité: no, estos devotos son también un testimonio y hacen que nuestra fe se fortalezca.

Ciertamente los peregrinos que vi eran personas humildes con una profunda fe y esperanza. Se acercaban a la santa Madre de Jesucristo, quien en su propia humildad llegó hasta la Cruz. Estas personas poseen un sentido de la verdad.

En la cultura católica de los pueblos de Polonia y México se conserva todavía un maravilloso sentido de lo sagrado. Pero sería un error desestimar este sentido de fe humilde como una característica peculiar de las culturas polaca y mexicana que no es aplicable a nosotros.

La fe humilde, la profunda reverencia por el misterio sagrado y por la Madre de Dios no es un asunto de culturización nacional.

La fe profunda en la Divina Providencia y el lugar que ocupa la Madre de Dios resultan excelentes temas de reflexión para esta época de aniversario. Con Dios y a través de la intercesión de la Madre María, todo es posible.

Hay algo más acerca de esta lección de fe. ¿De dónde obtuvo el difunto Santo Padre semejante fe que lo amparó al producirse un atentado contra su vida? Recuerdo su relato de que una noche, al despertarse, vio a su padre rezando arrodillado junto a su cama. Nunca olvidó ese testimonio de su padre.

La fe humilde necesita del sustento y la fortaleza de la oración. Si no vivimos lo suficientemente cerca de Jesús y de su Madre, nuestra fe puede debilitarse. A menos que mantengamos una estrecha comunicación con Dios mediante la oración, perdemos ese poder vivo de la fe que puede hacer que sucedan grandes cosas.

Segundo, perdemos la humildad. Nos olvidamos de qué debemos ver y hacer para la gloria de Dios. Los animo a que busquemos la verdad de nuestra humanidad de rodillas ante Cristo y su Santa Madre.

Nuestros ancestros que siguieron al Obispo Bruté al territorio que luego se convirtió en el estado de Indiana, fueron pioneros valientes de nuestra fe católica y, no es de sorprender que, al igual que nuestro obispo fundador, trajeran con ellos la devoción a la Santa Madre.

En 1846, Santa Theodora Guerin fundó las Hermanas de la Providencia en Santa María de los Bosques y, mediante la influencia de sus hermanas docentes, se inculcó una devoción especial a María en la Diócesis de Vincennes y sus alrededores.

Nuestra Señora de la Providencia, ruega por nosotros. †

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