July 6, 2007

Buscando la Cara del Señor

La belleza de la liturgia es una expresión de la gloria de Dios

(Octavo de la serie)

La segunda parte de la exhortación apostólica del Papa Benedicto XVI “Sacramentum Caritatis” (“El sacramento de la caridad”), se tittula “Eucaristía, misterio que se ha de celebrar.”

El Santo Padre comienza la Parte II con un breve recordatorio de que existe una conexión esencial entre lo que creemos sobre la Eucaristía y la celebración de la misma. Cita un proverbio latino antiguo: “Lex orandi, Lex credendi,” que significa que del modo en que rezamos afecta cómo y en qué creemos. “En efecto, la fuente de nuestra fe y de la liturgia eucarística es el mismo acontecimiento: el don que Cristo ha hecho de sí mismo en el Misterio pascual” (n. 34).

El Papa Benedicto continúa con una reflexión sobre la belleza y la liturgia. Habla sobre una belleza que va más allá de la belleza mundana o del elemento decorativo de la acción litúrgica.

La relación entre el misterio creído y celebrado se manifiesta de modo peculiar en el valor teológico y litúrgico de la belleza. En efecto, la liturgia, como también la Revelación cristiana, está vinculada intrínsecamente con la belleza: es veritatis splendor (el esplendor de la verdad). En la liturgia resplandece el Misterio pascual mediante el cual Cristo mismo nos atrae hacia sí y nos llama a la comunión.

En Jesús, como solía decir san Buenaventura, contemplamos la belleza y el fulgor de los orígenes. ... [Cristo] es la plena manifestación de la gloria divina. Jesucristo nos enseña cómo la verdad del amor sabe también transfigurar el misterio oscuro de la muerte en la luz radiante de la resurrección. Aquí el resplandor de la gloria de Dios supera toda belleza mundana. ... [La belleza de la liturgia] es expresión eminente de la gloria de Dios y, en cierto sentido, un asomarse del Cielo sobre la tierra” (n. 35).

La Segunda Parte de la exhortación del Papa aborda seis aspectos litúrgicos importantes de la celebración de la Eucaristía: 1. La celebración eucarística, la obra del “Christus totus” (el Cristo mismo); 2. Ars Celebrandi (el arte de la celebración); 3. Estructura de la celebración eucarística; 4. Actuosa Participatio (auténtica participación); 5. La celebración participada interiormente; 6. Adoración y piedad eucarística.

En su reflexión sobre “Christus totus in capite et in corpore” (Cristo mismo en cuerpo y alma), el Santo Padre nos recuerda que “La belleza intrínseca de la liturgia tiene como sujeto propio a Cristo resucitado y glorificado en el Espíritu Santo que, en su actuación, incluye a la Iglesia” (n. 36).

Es Cristo mismo, el Sumo Sacerdote, quien verdaderamente preside la Eucaristía en la cual participan los miembros del Cuerpo. Debido a que la Eucaristía es una acción de Dios: “su fundamento no está sometido a nuestro arbitrio ni puede ceder a la presión de la moda del momento” (n. 37).

“En los trabajos sinodales se ha insistido varias veces en la necesidad de superar cualquier posible separación entre el ars celebrandi, es decir, el arte de celebrar rectamente, y la participación plena, activa y fructuosa de todos los fieles.

Efectivamente, el primer modo con el que se favorece la participación del Pueblo de Dios en el Rito sagrado es la adecuada celebración del Rito mismo. El ars celebrandi es la mejor premisa para la actuosa participatio (participación activa). El ars celebrandi proviene de la obediencia fiel a las normas litúrgicas en su plenitud, pues es precisamente este modo de celebrar lo que asegura desde hace dos mil años la vida de fe de todos los creyentes, los cuales están llamados a vivir la celebración como Pueblo de Dios, sacerdocio real, nación santa (cf. 1 Pt 2:4-5, 9)” (n. 38).

Es por esto que el Obispo, el Sumo Sacerdote de la Diócesis se concibe como “primer dispensador de los misterios de Dios en la Iglesia particular a él confiada, es el guía, el promotor y custodio de toda la vida litúrgica” (n. 39).

Una celebración auténtica y adecuada de la Eucaristía nace y pone de relieve “el valor de las normas litúrgicas” (n. 40), y conlleva a un entendimiento de que “La sencillez de los gestos y la sobriedad de los signos, realizados en el orden y en los tiempos previstos, comunican y atraen más que la artificiosidad de añadiduras inoportunas” (n. 40).

“La relación profunda entre la belleza y la liturgia” (n. 41) se considera tomando en cuenta que “En efecto, la naturaleza del templo cristiano se define por la acción litúrgica misma, que implica la reunión de los fieles (ecclesia), los cuales son las piedras vivas del templo (cf. 1 Pt 2: 5).”

(n. 41) El Santo Padre subraya que el arte sagrado en el entorno litúrgico debe ser en sí mismo una catequesis que promueva el entendimiento de la vida sacramental.

El canto litúrgico desempeña un papel importante. El Papa nos recuerda que: “La Iglesia, en su historia bimilenaria, ha compuesto y sigue componiendo música y cantos que son un patrimonio de fe y de amor que no se ha de perder.” Recomienda “que se valore adecuadamente el canto gregoriano como canto propio de la liturgia romana” (n. 42). †

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