May 18, 2007

Buscando la Cara del Señor

La serie del verano se centra en la exhortación del Santo Padre sobre la Eucaristía

(Primero de la serie)

Una vez finalizado el Concilio Vaticano Segundo, el Papa Pablo VI fundó un nuevo sistema de colegios que involucra a todos los obispos del mundo en las deliberaciones sobre los asuntos de la Iglesia.

Lanzó una serie de sínodos internacionales, reuniones de obispos representantes. La última asamblea sinodal de obispos en Roma se celebró del 2 al 23 de octubre de 2005. El tema a considerar fue la Eucaristía, el sacramento que representa el corazón de la Iglesia.

Durante un sínodo, los obispos congregados escuchan presentaciones formales, realizan breves observaciones sobre el tema y también se reúnen en pequeños grupos según su idioma para profundizar en las discusiones. Los grupos de discusión preparan propuestas sobre el tema para presentarlas al Santo Padre quien redacta una exhortación postsinodal o exhortación apostólica basada en gran parte en las propuestas de los obispos y las presentaciones formales realizadas durante la asamblea.

El 22 de febrero de 2007, el Papa Benedicto XVI firmó su primera exhortación bajo el título “Sacramentum Caritatis: Sobre la Eucaristía fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia.” La exhortación fue publicada el 12 de marzo de 2007.

Debido a que la exhortación apostólica habla acerca de la propia fuente de vida de la Iglesia, consideré que resultaría provechoso proporcionar un resumen de sus enseñanzas en mi serie de columnas anuales del verano y espero también poder ofrecer comentarios útiles.

La exhortación comienza con estas palabras:

“Sacramento de la caridad, la Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. En este admirable sacramento se manifiesta el amor ‘más grande,’ aquel que impulsa a ‘dar la vida por los propios amigos’ (cf. Jn 15,13). En efecto, Jesús ‘los amó hasta el extremo’ (Jn 13,1). Con esta expresión, el evangelista presenta el gesto de infinita humildad de Jesús: antes de morir por nosotros en la cruz, ciñéndose una toalla, lava los pies a sus discípulos. Del mismo modo, en el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos ‘hasta el extremo,’ hasta el don de su cuerpo y de su sangre. ¡Qué emoción debió embargar el corazón de los Apóstoles ante los gestos y palabras del Señor durante aquella Cena! ¡Qué admiración ha de suscitar también en nuestro corazón el Misterio eucarístico!” (n. 1).

Es interesante destacar que el Santo Padre se refiere a la Eucaristía como el “Sacramento de la caridad,” que no es una forma en absoluto común de llamar a este sacramento.

Se puede escuchar el eco del tema de la primera encíclica del Papa, “Deus Caritas Est” (“Dios es amor”), en la que se explaya sobre el profundo tema del amor de Dios y nuestra respuesta en la caridad.

La Eucaristía, un obsequio del amor de Dios, nos da la capacidad de imitar Su amor y vivir vidas de caridad. “En efecto, en este Sacramento el Señor se hace comida para el hombre hambriento de verdad y libertad. Puesto que sólo la verdad nos hace auténticamente libres (cf. Jn 8:32), Cristo se convierte para nosotros en alimento de la Verdad.”

De esta forma el Santo Padre introduce otro tema predominante de sus enseñanzas, a saber, nuestra búsqueda humana de la verdad y la libertad que nos confiere la verdad auténtica. La Eucaristía, la fuente y culmen de la vida y misión de la Iglesia es el “alimento de la verdad.”

“En particular, Jesús nos enseña en el sacramento de la Eucaristía la verdad del amor, que es la esencia misma de Dios. Ésta es la verdad evangélica que interesa a cada hombre y a todo el hombre. Por eso la Iglesia, cuyo centro vital es la Eucaristía, se compromete constantemente a anunciar a todos, [a tiempo y a destiempo] (cf. 2 Tm 4:2) que Dios es amor. Precisamente porque Cristo se ha hecho por nosotros alimento de la Verdad, la Iglesia se dirige al hombre, invitándolo a acoger libremente el don de Dios” (n. 2).

La introducción de la exhortación apostólica continúa con la reflexión sobre el valor del Concilio Vaticano Segundo observando que “las dificultades e incluso algunos abusos cometidos ... no oscurecen el valor y la validez de la renovación litúrgica, la cual tiene aún riquezas no descubiertas del todo,” y recomienda la aplicación de una “hermenéutica de la continuidad” al trabajo constante que supone la implementación de la renovación (n. 3).

Aun antes de convertirse en nuestro Papa, el Cardenal Joseph Ratzinger ha abogado por la continuidad de un desarrollo litúrgico que emane de las tradiciones litúrgicas de la Iglesia que datan de cientos de años y sea consistente con ellas. “En concreto, se trata de leer los cambios indicados por el Concilio dentro de la unidad que caracteriza el desarrollo histórico del rito mismo, sin introducir rupturas artificiosas” (n. 3).

“Deseo sobre todo recomendar, teniendo en cuenta el voto de los Padres sinodales, que el pueblo cristiano profundice en la relación entre el Misterio eucarístico, el acto litúrgico y el nuevo culto espiritual que se deriva de la Eucaristía como sacramento de la caridad” (n. 5). †

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