June 16, 2006

Seeking the Face of the Lord

La Iglesia no debe permanecer al margen en la lucha por la justicia

La segunda mitad de la encíclica del Papa Benedicto XVI, “Dios es amor,” hace énfasis en dos aspectos: Como comunidad, la Iglesia debe practicar el amor a través de las obras de caridad para atender al sufrimiento y a las necesidades de la gente, incluyendo sus necesidades materiales. Segundo, las acciones de la Iglesia se derivan de su misión espiritual y nunca deben llevarse a cabo como parte de un plan político o ideológico.

Al desarrollar estos aspectos, el Papa describe la conexión y las distinciones importantes entre justicia y caridad.

“Desde el siglo XIX se ha planteado una objeción contra la actividad caritativa de la Iglesia, desarrollada después con insistencia sobre todo por el pensamiento marxista. Los pobres, se dice, no necesitan obras de caridad, sino de justicia.

“Las obras de caridad—la limosna—serían en realidad un modo para que los ricos eludan la instauración de la justicia y acallen su conciencia, conservando su propia posición social y despojando a los pobres de sus derechos. En vez de contribuir con obras aisladas de caridad a mantener las condiciones existentes, haría falta crear un orden justo, en el que todos reciban su parte de los bienes del mundo y, por lo tanto, no necesiten ya las obras de caridad. Se debe reconocer que en esta argumentación hay algo de verdad, pero también bastantes errores.”

El Santo Padre indica que después del auge de la industria moderna se debe reconocer que el liderazgo de la Iglesia demoró en reconocer que el asunto de la estructuración justa de la sociedad debe abordarse de una forma nueva. Pero comenzando con la encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII en 1891, las enseñanzas católicas sociales evolucionaron gradualmente.

El Papa Benedicto indicó que ahora ha encontrado una extensa presentación en el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, publicado en 2004. “... La doctrina social de la Iglesia se ha convertido en una indicación fundamental, que propone orientaciones válidas mucho más allá de sus confines: estas orientaciones—ante el avance del progreso—se han de afrontar en diálogo con todos los que se preocupan seriamente por el hombre y su mundo.”

El Papa asevera que hay dos aspectos fundamentales que deben tomarse en cuenta a fin de definir con precisión la relación entre el compromiso necesario con la justicia y el ministerio de la caridad. Primero que nada, el orden justo de la sociedad y del Estado son las principales responsabilidades de la política. El Santo Padre resaltó la distinción entre Iglesia y Estado. “El Estado no puede imponer la religión, pero tiene que garantizar su libertad y la paz entre los seguidores de las diversas religiones; la Iglesia, como expresión social de la fe cristiana, por su parte, tiene su independencia y vive su forma comunitaria basada en la fe, que el Estado debe respetar. Son dos esferas distintas, pero siempre en relación recíproca.

“La justicia es el objeto y, por tanto, también la medida intrínseca de toda política…. Pero esta pregunta presupone otra más radical—escribió el Papa—¿qué es la justicia? Éste es un problema que concierne a la razón práctica; pero para llevar a cabo rectamente su función, la razón ha de purificarse constantemente, porque su ceguera ética, que deriva de la preponderancia del interés y del poder que la deslumbran, es un peligro que nunca se puede descartar totalmente. En este punto, política y fe se encuentran.”

La naturaleza específica de la fe es la relación con el Dios vivo, un encuentro que nos abre nuevos horizontes mucho más allá del ámbito propio de la razón. Es una fuerza purificadora para la razón misma. “En este punto se sitúa la doctrina social Católica: no pretende otorgar a la Iglesia un poder sobre el Estado. Tampoco quiere imponer a los que no comparten la fe sus propias perspectivas y modos de comportamiento. [La Iglesia] quiere servir a la formación de las conciencias en la política y contribuir a que crezca la percepción de las verdaderas exigencias de la justicia y, al mismo tiempo, la disponibilidad para actuar conforme a ella.”

En palabras simples, el Papa Benedicto declaró: “La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia. Debe insertarse en ella a través de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre exige también renuncias, no puede afirmarse ni prosperar.”

Con un lenguaje igualmente claro, el Santo Padre dijo que el deber de trabajar para lograr un orden justo en la sociedad es propio de los laicos fieles. Como ciudadanos están llamados a asumir personalmente su parte en la vida pública. Y si bien la Iglesia nunca estará exenta de la práctica de la caridad como una actividad organizada de los creyentes, nunca habrá una situación en la cual la caridad de cada cristiano individual sea innecesaria ya que además de la necesidad humana de justicia siempre habrá necesidad de amor. †

 

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