July 1, 2005

Seeking the Face of the Lord

El sueño del padre Bruté de convertirse en misionario se hace realidad

El futuro Obispo de Vincennes se había convertido en sulpiciano y la misión de los sacerdotes sulpicianos era preparar candidatos para el sacerdocio. Su primera tarea como sacerdote era enseñar en el seminario en Rennes en Brittany, France. Desde todo punto de vista, el padre Simon Bruté era un maestro muy eficiente. Sin embargo, el joven sacerdote comenzó a soñar en convertirse en misionario en India o China. En efecto, recibió un llamado a convertirse en misionario: no en Oriente sino en el Nuevo Mundo.

En ese momento, la vida del padre Bruté se cruzó con la de otro misionario pionero en América, el padre Benedict Joseph Flaget. Flaget, recientemente nombrado obispo en Bardstown, Kentucky, había ido a París, en 1809 para pedirle a su superior sulpiciano que intercediera en contra de su nombramiento como obispo para que no se hiciera efectivo. El padre Bruté conoció a Flaget en París.

Al comienzo de su vida misionaria, al padre Flaget se le envió por varios años a Fort Vincennes, un asentamiento francés a la orilla del río Wabash. En ese lugar se había fundado un puesto militar a principios de los 1700 y a mediados de ese siglo los misionarios jesuitas habían construido allí una iglesia. Se la describía como una edificación construida con leños colocados verticalmente y con techo de paja cubierto con adobe. Su parroquia tiene registro de ella desde 1749. Los jesuitas la colocaron bajo el patronato de San Francisco Xavier.

Durante la Revolución Americana, George Rogers Clark había tomado Vincennes, en ese entonces bajo el control británico y llamada Fort Sackville, y ganó todo el viejo noroeste. El padre Pierre Gibault, un sacerdote de la diócesis de Québec había sido durante mucho tiempo, el único sacerdote en Illinois e Indiana. Cuando George Rogers Clark tomó Vincennes, los habitantes se sometieron sin protesta, en gran parte, debido a la influencia del padre Gibault. Esto irritó a su obispo en Québec, un canadiense bajo el dominio de Gran Bretaña y Gibault se fue de Vincennes.

Al padre Flaget se le envió para sustituir a Gibault en Vincennes, después de que Indiana estuviera sin un sacerdote por tres años. La vieja iglesia estaba en ruinas y la pobreza extrema estaba muy difundida. En 1794, el padre Flaget fue enviado para servir como profesor en Georgetown Collage.

El padre Bruté estaba fascinado con las historias que el obispo electo Flaget le contaba sobre sus aventuras misionarias en América. En Francia, Flaget, quien se convirtió en su amigo, lo incitó a que sirviera como misionario en América.

El padre Bruté le escribió a dos de sus amigos: “Lee en voz baja y a solas. En estos momentos es cuando más necesito de mis amigos en la presencia del Señor… Parto para las misiones en América. La opinión de mis directores espirituales es unánime. El obispo otorgó su consentimiento con tan buena voluntad que me confirmó que se trataba de un llamado de la Providencia. Mi madre no opuso resistencia. Su sacrificio ha culminado.” El 10 de junio de 1810, en compañía del obispo electo, Flaget, se hizo a la mar rumbo a América.

Una vez en el Nuevo mundo, el padre Bruté se dio cuenta de que no sería el tipo de misión que ambicionaba. Una vez más, sus superiores sulpicianos lo asignaron como maestro. Los sulpicianos habían fundado una universidad y un seminario en Baltimore y se necesitaba con urgencia la educación y el talento del padre Bruté. Se le asignó como maestro de filosofía moral. Los sulpicianos también eran responsables por la universidad Mount St. Mary en Emmitsburg, MD, fundada por el padre Jean Dubois, un joven sacerdote que había huido a América en 1791 para escapar de la Revolución Francesa. Después de dos años en Baltimore, al padre Bruté se le asignó para que enseñara en Mount St. Mary.

Una vez en América, el padre Bruté enfrentó dos dificultades: Primero, que se encontraba sin sus queridos libros; su notable biblioteca estaba todavía en Francia. También se le hizo extremadamente difícil aprender el inglés. En una oportunidad le escribió al obispo Flaget: “Estoy tratando de aprender el inglés en la práctica. He celebrado la misa y he predicado, con todo y lo malo que pueda ser, en seis lugares diferentes. Esto debería forzar el espantoso inglés en mi cabeza que piensa al revés, o deberé renunciar para siempre a aprenderlo.” Desarrollaría su habilidad para escribir en inglés, pero nunca lo hablaría con soltura.

Por un lado, el padre Bruté no estaba seguro de que se quedaría en América. Una vez más se encontraba añorando ir a India o a China como misionario. Incluso le escribió a sus superiores en Francia, pidiéndoles que lo enviaran allá, siempre consciente de que Oriente estaba fuera del alcance de las misiones de los sulpicianos. Antes de recibir respuesta, les escribió otra vez a sus superiores y les dijo: “Nuestra América también está sufriendo”. Y los exhortó a que enviaran más sacerdotes a las misiones en el Nuevo Mundo. Así que continuó enseñando, aun debatiéndose con la idea de ir a la India o a China, por muchos años más.

La fase inicial de la vida misionaria del padre Simon Bruté en el Nuevo Mundo probó su obediencia a través de su limitación a la enseñanza de nuevos misionarios para América. Sus sueños de servir en misiones extranjeras continuaron probando su lealtad. Además de la incertidumbre, batalló con el reto de aprender inglés. La obediencia y la perseverancia de nuestro primero obispo ante la dificultad y el desencanto son ejemplos valiosos y constituyen un incentivo para creer en la Providencia. Y obsérvese: el sacrificio de su madre “ha culminado”.  

La próxima semana: Crece la reputación del padre Simon Bruté como pastor, teólogo y maestro.

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