January 21, 2005

Seeking the Face of the Lord

Como mantener viva durante todo el año la humildad aprendida en Navidad

E stamos bien adentrados en enero y ya nos damos cuenta de que nuestra determinación de nuevos propósitos espirituales en el 2005 comienza a alejarse. En realidad, las bendiciones especiales de la época navideña todavía están con nosotros. Así que creo que puede ser provechoso si mentalmente nos transportamos a la Misa de Navidad, para volver a captar ese drama sencillo, el aura de misterio del nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, con toda humildad.

Podemos rememorar nuestros sentimientos Navideños de devoción en las palabras predicadas por un renombrado liturgista: “En esta noche de Navidad, todo se detiene dentro de mí: Estoy cara a cara con Él; no hay más nada sino este Niño en la totalidad de esa inmensa superficie blanca. Él no dice nada, sólo está allí... Él es Dios que me ama” (J. Leclerq. A Year with the Liturgy). ¡Cuán rápido podemos olvidar ese “Dios me ama” a medida que comenzamos a preocuparnos por las ocupaciones de la vida! El regocijo y la esperanza cristiana pueden parecer tizones agonizantes del calor del fuego Navideño. ¿Por qué es así? ¿Es necesario que sea así?

“En la misma proporción en que desfallece la esperanza cristiana en el mundo, la alternativa es el materialismo, de un tipo con el cual ya estamos familiarizados – eso y nada más. La experiencia de cristiandad del mundo ha sido como un gran amor, el amor para siempre... Ninguna voz nueva... tendrá encanto para nosotros, si no nos regresa al establo de Belén... allí para humillar nuestro orgullo, y aumentar nuestra caridad y profundizar nuestro sentido de reverencia con la visión de una pureza deslumbrante” (De Sermon on Christmas por Msgr. Ronald Knox). Es difícil ver una “pureza deslumbrante” en nuestro mundo en estos días. Msgr. Knox predicó la necesidad de volver al establo de Belén en nuestros pensamientos y oraciones porque allí todavía podemos contemplar “una pureza deslumbrante”. En la perspectiva de nuestro mundo ciertamente humilla nuestro orgullo arrodillarnos ante el Niño Mesías cuyo trono es un pesebre de animales. Eso parecería una falta de sofisticación cultural en un mundo que se ha hecho cada vez más complejo.

También es difícil esquivar la corriente de materialismo que doblega fácilmente al espíritu de generosidad, de caridad que debería ser una marca imborrable del nacimiento del Salvador y la tradición de entrega inspirada por San Nicolás.

Quizás el gris del invierno es oportuno para hacer una reflexión sobre la humildad y a medida que nos acercamos inusualmente temprano a la época de Cuaresma en este 2005. Voy a tomar prestados algunos pensamientos de uno de los libros que uso para meditar, In Conversation with God (Conversaciones con Dios), de Francis Fernández, publicado por Scepter Press. En sus reflexiones para el Cuarto Domingo de Adviento, el autor cita los pensamientos de varios santos sobre la humildad y la caridad. Por ejemplo, en uno de sus sermones sobre la humildad San Juan Vianney (el sacerdote de Ars) dijo que sin la humildad todo lo demás es “como un enorme montón de heno que hemos apilado, pero que con la primera ráfaga de viento vuela y se esparce por todos lados. El demonio tiene poco respeto por aquellas devociones que no están fundadas sobre la humildad, porque él sabe bien que puede liberarse de ellas cuando le plazca. El sacerdote habla desde su sabiduría pastoral.

San Agustín dijo una vez que la humildad es la morada de la caridad. El punto es simple: en la medida en que nos preocupemos por nosotros mismos no seremos un espíritu verdaderamente libre para cuidar a otras personas. Sin humildad no existe la verdadera caridad.

San Francisco de Sales decía que entre todas las virtudes, la humildad y la caridad son la madre de las virtudes: las otras las siguen como los pollos a la gallina

La humildad es a menudo mal entendida y, efectivamente, puesta en entredicho por los críticos de la espiritualidad cristiana que la catalogan de sometimiento degradante. Creo que fue Santa Teresa de Ávila que habló directamente sobre el punto cuando dijo que humildad es verdad; quiso decir que la humildad es una percepción honesta y el reconocimiento de los propios dones y limitaciones ante Dios. ¿Qué mejor lugar imaginario para realizar esto que ante el pesebre en Belén? Allí, cara a cara con el Niño Mesías, allí está Dios amándonos, y se nos permite que seamos quienes verdaderamente somos.

En mi mente está San José, quien estaba presente detrás del misterio de la Encarnación, él es una imagen notoria de humildad y caridad. Humildemente aceptó con fe el papel de padre adoptivo. Y desinteresadamente cuidó del Niño Mesías y de su madre, María. Su voto de fe y su amor sin egoísmo resume el llamado al amor humilde que parece ajeno a nuestro mundo. †

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