November 22, 2019

Cristo, la piedra angular

Cristo es el rey y la imagen invisible de Dios

Archbishop Charles C. Thompson

“Den gracias al Padre que los ha juzgado dignos de compartir la herencia de su pueblo en el reino de la luz. Él es quien nos ha rescatado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, del que nos viene la liberación y el perdón de los pecados” (Col 1:12-14).

El domingo 24 de noviembre celebramos la Solemnidad de Cristo Rey. Es una festividad importante con la cual finaliza el año litúrgico de la Iglesia y nos prepara nuevamente para comenzar un nuevo año eclesiástico que se inicia la semana siguiente con el primer domingo de Adviento.

En esta festividad proclamamos a Cristo Rey del Universo, Señor de todo lo visible y lo invisible. ¿Acaso ha habido alguna vez un rey más extraño que Jesús de Nazaret? No tenía ambiciones políticas; no estaba afiliado a ningún sistema económico ni a ningún estilo de gobierno específico, pero claramente distinguía entre lo que era del César y lo que pertenecía Dios.

Su amor por los pobres y las personas que sufrían no se fundamentaba en ninguna teoría social y no asoció su ministerio a ninguna ideología o plataforma partidista de su época. Tal como le respondió a Poncio Pilato durante el interrogatorio previo a su crucifixión: “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18:36).

¿Por qué consideramos que Jesús es nuestro rey? Durante su tiempo en la Tierra, y especialmente durante su Pasión, él no se adjudicaba a este título. De hecho, sus enemigos se burlaron de él diciéndole: “Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo” (Lc 23:37). Y en la cruz, por encima de su cabeza, Pilato mandó a colocar una inscripción (que enfureció a los líderes judíos) y que decía: “Este es el rey de los judíos” (Lc 23:38).

Según el Evangelio de este domingo (Lc 23:35-43), colgado en la cruz, cerca de la hora de su muerte, Jesús reconoció su condición de rey o su soberanía, con el siguiente diálogo:

“Uno de los criminales colgados a su lado lo insultaba, diciendo:

  • ¿No eres tú el Mesías? ¡Pues sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros! Pero el otro increpó a su compañero, diciéndole:
  • ¿Es que no temes a Dios, tú que estás condenado al mismo castigo? Nosotros estamos pagando justamente los crímenes que hemos cometido, pero este no ha hecho nada malo. Y añadió:
  • Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como rey. Jesús le contestó:
  • Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23:39-43).

El primer delincuente se burló de Jesús, pero el hombre llamado “el buen ladrón” según la tradición, tuvo la sabiduría y la humildad de reconocer a Jesús como el Cristo y de pedirle sencillamente que lo recordara cuando regresara a su reino celestial. Su recompensa es que Jesús le asegura que ese mismo día estarán juntos en el reino de Dios.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que la palabra “Cristo” proviene de la traducción griega de la palabra hebrea mesías que significa “ungido” (#436). En el antiguo Israel, los consagrados a Dios para una misión eran ungidos en nombre de este. Esto se aplicaba a reyes, sacerdotes y, en algunos casos, a profetas.

De acuerdo con el catecismo: “Este debía ser por excelencia el caso del Mesías que Dios enviaría para instaurar definitivamente su Reino. El Mesías debía ser ungido por el Espíritu del Señor a la vez como rey y sacerdote pero también como profeta. Jesús cumplió la esperanza mesiánica de Israel en su triple función de sacerdote, profeta y rey” (#436).

En la segunda lectura de esta solemnidad, san Pablo nos dice que Dios Padre “nos ha rescatado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, del que nos viene la liberación y el perdón de los pecados” (Col 1:13-14). Las sagradas escrituras confirman que Jesús es el mesías, el ungido, Cristo Rey, pero que su reino no es de este mundo. Esto es algo radicalmente distinto de lo que se espera de los monarcas terrenales.

Proclamamos a Jesús como Cristo Rey porque, tal como lo expresa san Pablo: “Cristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de todo lo creado. [...] Dios, en efecto, tuvo a bien hacer habitar en Cristo la plenitud y por medio de él reconciliar consigo todos los seres: los que están en la tierra y los que están en el cielo, realizando así la paz mediante la muerte de Cristo en la cruz” (Col 1:15; 19-20).

Al celebrar la Solemnidad de Cristo Rey este fin de semana, recordemos que por virtud de nuestro bautismo todos somos súbditos leales de un gobernante cuyo reino está compuesto de amor, misericordia, justicia y paz. Que podamos reconocerlo como nuestro Señor soberano y le pidamos humildemente para que nos conceda el privilegio de algún día estar en el paraíso con él. †

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