July 26, 2019

Cristo, la piedra angular

La familia es la comunidad fundamental de la Iglesia y la sociedad

Archbishop Charles C. Thompson

“Hoy recordamos a Joaquín y a Ana, a quienes la tradición señala como los abuelos de Jesús. Que a través de su intercesión y de las oraciones de su hija, María, todos los abuelos y quienes cuidan de los niños, reciban fortaleza en sus responsabilidades sagradas.” (Cardenal Joseph W. Tobin)

La fecha de publicación de esta columna es el viernes 26 de julio, que coincide con la festividad de san Joaquín y santa Ana. En ninguna parte de las sagradas escrituras encontramos que estos dos personajes sean considerados los padres de María y abuelos de Jesús. Sin embargo, desde el siglo I, los cristianos han creído que Dios los curó de la infertilidad y les entregaron el gran don de tener una hija, María, destinada a convertirse en la madre de Dios.

Si bien no tenemos ninguna forma de saber si Jesús en verdad conoció a sus abuelos, los artistas medievales a menudo ilustraban a santa Ana abrazando a su hija María con su nieto, Jesús. Se trataba de una forma de destacar la importancia de la vida familiar y de brindar esperanza a las parejas que enfrentan problemas de infertilidad. La devoción a santa Ana también ofrece consuelo a las mujeres durante embarazos difíciles.

El matrimonio y la vida familiar son el verdadero núcleo de la fe cristiana y es por ello que la Iglesia insiste en la santidad del matrimonio y la función esencial que desempeñan las familias en la formación de personas y comunidades en la Iglesia y en la sociedad.

En nuestra carta pastoral publicada en 2015, titulada “Pobreza en la Encrucijada: la respuesta de la Iglesia ante la pobreza en Indiana,” los obispos de Indiana ofrecimos la siguiente reflexión sobre la importancia de la familia:

“Los católicos creemos que el matrimonio es un elemento crucial del plan de Dios para la humanidad, entendido como la unión de un hombre y una mujer que se comprometen por el resto de sus vidas y se vuelven ‘una sola carne’ [Gn 2:24]. Esta unión sagrada conforma la familia, la unidad básica de la sociedad que se dedica a la transmisión de nueva vida [los hijos] y a la administración de la creación de Dios. La Iglesia enseña que la familia es una suerte de ‘escuela de humanidad’ amor y esperanza más profundas para la sociedad [Concilio Vaticano II, “Gaudium et Spes,” #52]. La familia nos enseña quiénes somos como persona y como integrantes de la sociedad humana. La familia también es el lugar donde aprendemos inicialmente a vivir, a hacernos cargo de nosotros mismos, a compartir nuestros dones y nuestros talentos con los demás y a colaborar y vivir en armonía con nuestro prójimo, ya sean los que se encuentran cerca de nosotros o separados por la distancia.”

En años recientes, la legalización de los matrimonios civiles de parejas del mismo sexo ha representado para la Iglesia el desafío de transmitir de una forma más clara y compasiva lo que los católicos creemos acerca del carácter sacramental del matrimonio entre un hombre y una mujer. Creemos que este es el plan de Dios y que Su designio fundamental del matrimonio y la vida familiar no pueden modificarse a consecuencia de los cambios en las costumbres sociales o las leyes civiles.

La Iglesia católica defiende la dignidad de todas las personas, sin distinción de raza, sexo, estatus económico o social, u orientación sexual. Todos son bienvenidos en la Iglesia. Dios nos creó a cada uno con la misma dignidad; la dignidad de la persona humana, enraizada en su propia creación a imagen y semejanza de Dios, es un principio fundamental de las enseñanzas católicas.

Como muchos lectores del The Criterion sabrán, provengo de una familia grande. Tengo parientes y amigos a quienes quiero mucho y que sienten atracción por personas de su mismo sexo, por lo que este asunto, el de la dignidad básica de todos, es algo tan personal para mí como para cualquier otra persona. Mis parientes y amigos saben que los quiero incondicionalmente y que respeto su dignidad como personas.

Al mismo tiempo, como arzobispo de Indianápolis, estoy llamado a preservar la dignidad del matrimonio como una unión de amor entre un hombre y una mujer, abierta a la posibilidad de engendrar nueva vida, según el plan de Dios. Esta enseñanza que data de varios siglos quizá parezca anticuada o contraria a nuestra cultura actual, pero es fundamental para comprender el verdadero significado del matrimonio y que “esta unión sagrada forma la familia, la unidad básica de la sociedad.”

Para construir y proteger la sociedad humana, debemos fortalecer el matrimonio y la vida familiar. Tal como lo expresó san Juan Pablo II en su exhortación apostólica sobre la familia, titulada “Familiaris Consortio:” “El futuro de la humanidad se transmite a través de la familia” (#86). Cuando las familias son fuertes, también lo es la sociedad; cuando las familias se quebrantan y son inestables, todas las comunidades humanas sufren.

Acompáñenme a rezar por que cada persona humana sea amada y respetada de acuerdo con su dignidad de hijo o hija de Dios. También pidamos a san Joaquín y a santa Ana para que intercedan por todas las parejas de casados y las familias para que puedan fortalecerse en sus responsabilidades sagradas. †

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