September 21, 2018

Cristo, la piedra angular

La enmienda sobre la pena capital confirma que toda la vida humana es sagrada

Archbishop Charles C. Thompson

“Durante mucho tiempo el recurso a la pena de muerte por parte de la autoridad legítima, después de un debido proceso, fue considerado una respuesta apropiada a la gravedad de algunos delitos y un medio admisible, aunque extremo, para la tutela del bien común. Hoy está cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona no se pierde ni siquiera después de haber cometido crímenes muy graves. Además, se ha extendido una nueva comprensión acerca del sentido de las sanciones penales por parte del Estado. En fin, se han implementado sistemas de detención más eficaces, que garantizan la necesaria defensa de los ciudadanos, pero que, al mismo tiempo, no le quitan al reo la posibilidad de redimirse definitivamente. Por tanto la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que ‘la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona,’ y se compromete con determinación a su abolición en todo el mundo”
(Catecismo de la Iglesia Católica, #2267, enmendado).

El 2 de agosto de 2018 el papa Francisco aprobó una enmienda al párrafo #2267 (sobre la pena capital) del Catecismo de la Iglesia Católica. Esta enmienda deja en claro la oposición de la Iglesia a la pena capital y nuestro compromiso de trabajar en favor de su abolición en todo el mundo.

Anteriormente el catecismo reconocía la posibilidad de que la pena de muerte fuera necesaria en circunstancias extremadamente raras, para defender la vida humana contra un agresor injusto. El catecismo planteaba lo siguiente: “Pero si los medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la seguridad de las personas, la autoridad se limitará a esos medios, porque ellos corresponden mejora las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana” (#2267).

El nuevo texto elimina la posibilidad de que la pena capital sea necesaria. En vez de ello, señala claramente que “a la luz del Evangelio [...] la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona” (Catecismo de la Iglesia Católica, #2267, enmendado).

La enseñanza fundamental de la Iglesia sigue siendo la misma: toda la vida humana es sagrada y tomar injustamente una vida jamás es un acto permisible. En casos de defensa personal o para salvar la vida de alguien que se encuentra en peligro de muerte inminente no se considera injusto tomar la vida de otra persona. De hecho, quizá sea moralmente necesario. Sin embargo, matar a alguien en defensa personal no modifica el principio de que toda la vida humana es sagrada. Simplemente se reconoce que, cuando no existe ninguna otra alternativa, matar a alguien en defensa personal (o para salvar la vida de otros) puede ser necesario.

Solíamos ver la pena capital desde esta perspectiva. Si bien existía el reconocimiento de que toda la vida humana es sagrada e inviolable, inclusive la de los criminales más abyectos, las enseñanzas tradicionales de la Iglesia no excluían el recurso de la pena de muerte si esta se consideraba como la única alternativa para defender eficazmente vidas humanas contra un agresor injusto. Lo que ha cambiado es la nueva perspectiva con respecto a proteger a la sociedad humana inclusive en contra de los criminales más peligrosos. Tal como lo establece el nuevo párrafo del Catecismo:

“Hoy está cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona no se pierde ni siquiera después de haber cometido crímenes muy graves. Además, se ha extendido una nueva comprensión acerca del sentido de las sanciones penales por parte del Estado. En fin, se han implementado sistemas de detención más eficaces, que garantizan la necesaria defensa de los ciudadanos, pero que, al mismo tiempo, no le quitan al reo la posibilidad de redimirse definitivamente” (Catecismo de la Iglesia Católica, #2267).

La pena capital no es necesaria en el mundo de hoy en día. Por lo tanto, no constituye una opción legítima para defender las vidas humanas. Como sucede con todas las demás formas injustas de agresión contra la vida humana (por ejemplo, el aborto, la eutanasia o las guerras injustas), la pena capital debe abolirse en el mundo entero.

Las enseñanzas del papa Francisco con respecto a la pena capital concuerdan con las de sus predecesores. San Juan Pablo II nos recordaba que “ni siquiera un asesino pierde su dignidad personal y el propio Dios se compromete a garantizar esto.” El papa Benedicto XVI exhortó a los líderes mundiales a “hacer todo lo posible para eliminar la pena de muerte.”

En términos llanos, la pena capital ya no es un recurso necesario o justificable moralmente como un medio para proteger la vida humana. Al igual que otros aspectos de las enseñanzas de la Iglesia acerca de la dignidad y la inviolabilidad de la vida humana, este perfeccionamiento de las enseñanzas morales católicas no será comprendido ni aceptado por todos. Esto se debe a que constituye una advertencia profética para los líderes de nuestra sociedad, y para todos nosotros, de que solo Dios es el Señor de la Vida.

Las enseñanzas católicas sobre la dignidad y la inviolabilidad de la vida humana son principios absolutos e inmutables.

Recemos para que la dignidad humana sea siempre reafirmada y protegida. †

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