September 19, 2025

Cristo, la piedra angular

Recemos para que la Iglesia viva su misión con audacia y celo eucarísticos

Archbishop Charles C. Thompson

Todos los cristianos deben comprender la verdadera naturaleza de la Iglesia y su misión. De hecho, a veces se dice que nuestra Iglesia no tiene una misión. La Iglesia es una misión.

La Iglesia, constituida por Jesús, es el Pueblo de Dios y el Cuerpo de Cristo. Más allá de toda institución o edificio, la Iglesia es la comunidad de creyentes que es misionera por su propia naturaleza. Los cristianos bautizados nos reunimos como una sola familia—hermanas y hermanos en Cristo—llamados a llevar a cabo la misión que nos encomendó nuestro Señor. Eso nos convierte en discípulos misioneros de nuestro Señor y hermano, Jesús.

¿Cuál es la misión de la Iglesia? Es dar testimonio de la persona de Cristo, el Verbo de Dios encarnado, cuya pasión, muerte y resurrección nos han liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte.

En mi reciente carta titulada “Paz y unidad: Reflexión pastoral,” señalo que:

La misión de la Iglesia, instituida por Jesús, es la proclamación de la Buena Nueva con un enfoque en hacer discípulos misioneros a personas de todas las naciones, sin excepción. En el corazón tanto de la Iglesia como de la misión, están la evangelización y la catequesis centradas en Cristo, en cooperación con el Espíritu Santo, para hacer realidad el Reino de Dios, que es la esencia misma de la verdadera paz y de la auténtica unidad. Para ello, el encuentro personal con Jesús resulta esencial en la vida espiritual de todo cristiano bautizado. Ningún principio de la fe cristiana o de las creencias católicas tendrá sentido si no es a través del encuentro con la persona de Jesucristo.

¿Cómo se produce este encuentro con Jesús? Puede ocurrir de muchas formas. Algunos son instantáneos, como el encuentro de san Pablo, cuya conversión en el camino de Damasco fue abrupta y drástica.

Otros son más graduales, como el de san Agustín o santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), cuyas búsquedas de Dios se desarrollaron más lentamente a lo largo de muchos años de estudio, ensayo y error.

La mayoría de los católicos encuentra a Jesús indirectamente en su vida cotidiana a través de la oración, la reflexión sobre la Palabra de Dios en las Escrituras y la lectura sagrada, y en la interacción concreta con las mujeres y hombres santos que dan testimonio de Jesús en su abnegado servicio a los demás, especialmente a los pobres y vulnerables.

Los católicos creemos que el encuentro directo más poderoso con Jesucristo sucede cuando lo recibimos reverentemente en la Sagrada Eucaristía. Creemos en la presencia real de Cristo, en cuerpo y sangre, alma y divinidad, bajo los signos externos del pan y el vino en el Santísimo Sacramento. En la medida en que le permitimos entrar en nuestras mentes, corazones y almas, Jesús se hace uno con nosotros. En este encuentro, que llamamos «sagrada comunión», nos unimos íntimamente a Cristo en quien todos formamos un solo cuerpo, la Iglesia.

Este gran misterio de la entrega de Cristo a nosotros en la Eucaristía no pretende ser un fin en sí mismo; al contrario, tal como nos enseña san Agustín, nos convertimos en lo que comemos y bebemos en este maravilloso sacramento. En otras palabras, cuando recibimos a Jesús en la Eucaristía, nos convertimos más plenamente en su cuerpo—la Iglesia—y cuando aceptamos esta verdad diciendo “Amén,” aceptamos servir como discípulos misioneros de Cristo que dan testimonio de Él en su vida diaria a todos los que encontramos.

Hace poco más de un año, durante el Congreso Eucarístico Nacional celebrado en Indianápolis del 17 al 21 de julio de 2024, fuimos testigos de una serie de encuentros extraordinarios con Jesucristo cuando personas de todo nuestro país—y de todo el mundo—se dieron cita para celebrar este gran misterio de nuestra fe: la presencia verdadera de nuestro Señor en el Santo Sacramento de la Eucaristía.

El X Congreso Eucarístico Nacional ya terminó, pero nos ha catapultado al último año del Avivamiento Eucarístico de tres años: un año de envío misionero.

Al finalizar el Congreso Eucarístico del verano pasado, todos tuvimos claro que ahora es el momento de poner en práctica la gracia de la Eucaristía, acercándonos a nuestro prójimo con el mensaje de salvación de Jesús y con obras de misericordia espirituales y corporales.

En el histórico encuentro del año pasado, católicos de todas las edades se reunieron para adorar a nuestro Señor Eucarístico con fe expectante. Allí, el Espíritu Santo prometió encender un fuego misionero en el corazón de nuestra nación mientras nos consagramos de nuevo a la fuente y la cumbre de nuestra fe.

Recemos para que, a pesar de todos los desafíos que enfrentamos en nuestra sociedad y en nuestra Iglesia, el Espíritu Santo llene nuestros corazones con el fuego de su amor para que, con audacia y celo inspirados en la Eucaristía, podamos llevar a cabo la misión que es la Iglesia.
 

(Para leer la reflexión pastoral del arzobispo Thompson en inglés y español, visite archindy.org/pastoral2025.)

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