Paz y Unidad: Reflexión pastoral
1. En su obra maestra, Ciudad de Dios, san Agustín escribió: “La paz de la ciudad celeste es la sociedad perfectamente ordenada y perfectamente armoniosa en el gozar de Dios y en el mutuo gozo en Dios. La paz de todas las cosas es la tranquilidad del orden. Y el orden es la distribución de los seres iguales y diversos, asignándole a cada uno su lugar”. [Libro XIX, Capítulo 13]
2. Cuando el papa León XIV apareció por primera vez en la loggia (balcón) de la Basílica de San Pedro en la tarde del 8 de mayo de 2025, nuestro recién elegido Santo Padre habló de paz y unidad e hizo un llamado para que acogiéramos ambas en Jesucristo. Durante la homilía de su misa inaugural como sucesor de san Pedro, el papa León mencionó varias veces el llamado a la unidad de la Iglesia, un fuerte indicio de que esta sería una prioridad en su pontificado. La búsqueda de la paz y el llamamiento a la unidad son principios básicos de todas las religiones. No obstante, todas están sujetas a la tergiversación por parte de aquellos que cometen actos de violencia e injusticia con el fin de hacer el mal. A menudo se dice que lo demoníaco divide, pero lo que nos une es del Espíritu.
3. Está claro que tanto los de la llamada “derecha radical” como los de la llamada “izquierda radical” son capaces de manipular la religión de formas que traicionan la auténtica fe. Sus fines son bastante más egoístas y moralistas (ideológicos) que obras santas guiadas por la voluntad divina. Antes de buscar formas de alcanzar la paz y la unidad de una manera efectiva y eficaz en sitios lejanos, como el conflicto en el Medio Oriente o en Europa Occidental, o incluso antes de intentar lidiar con las repercusiones de la polarización que afecta a tantos miembros de nuestras propias comunidades locales, cada uno debe mirar hacia su interior para discernir si la paz y la unidad verdaderas se encuentran arraigadas en su propio corazón, mente y alma. Y por supuesto, no se debe confundir la unidad con la “uniformidad”.
4. Debemos preguntarnos: ¿Con qué condiciones acogemos la paz y la unidad auténticas? ¿Qué criterios permitimos o aplicamos para guiar o regir la mente y la voluntad? Para los católicos, nuestro llamado a acoger la paz y la unidad se basa en las Sagradas Escrituras y la Tradición (el Depósito de la Fe). Las enseñanzas de la Iglesia (en su totalidad, no fragmentada para adaptarla a una narrativa o conveniencia particular) y el discernimiento piadoso de la voluntad de Dios se revelan más fácilmente en Jesucristo, la Palabra de Dios encarnada.
5. La guerra rara vez resuelve los conflictos; recurrir a las armas siempre deja una cicatriz en la humanidad y son los pobres, los vulnerables y los inocentes quienes sufren las consecuencias. El mundo conmemoró recientemente el 80.º aniversario del bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki en Japón. Los efectos de esa devastación, como los de muchas guerras y destrucciones, hasta el día de hoy siguen teniendo repercusiones en las personas, familias, comunidades y naciones enteras. En relación con la amenaza de una guerra nuclear en nuestros días, el papa León XIV señaló: “En nuestra época de crecientes tensiones y conflictos mundiales, Hiroshima y Nagasaki se erigen como símbolos de la memoria que nos instan a rechazar la ilusión de una seguridad basada en la destrucción mutua asegurada. En lugar de ello, debemos forjar una ética global basada en la justicia, la fraternidad y el bien común. Así pues, rezo para que este aniversario sirva de invitación a la comunidad internacional para renovar su compromiso de perseguir una paz duradera para toda nuestra familia humana, una paz sin armas y desarmada” (6 de agosto de 2025, post en X). En su mensaje del Ángelus del domingo 10 de agosto de 2025, exhortando al tipo de “vigilancia que nos pide Jesús”, el Santo Padre imploró: “Hermanas y hermanos, confiemos a María este deseo y este compromiso. Que ella, la Estrella de la mañana, nos ayude a ser, en un mundo marcado por tantas divisiones, “centinelas” de la misericordia y de la paz”.
6. Todos los cristianos deben comprender la verdadera naturaleza de la Iglesia y su misión. La Iglesia, constituida por Jesús, es el Pueblo de Dios y el Cuerpo de Cristo. Más allá de toda institución o edificio, la Iglesia es la comunidad de creyentes que es misionera por su propia naturaleza. La misión de la Iglesia, instituida por Jesús, es la proclamación de la Buena Nueva con un enfoque en hacer discípulos misioneros a personas de todas las naciones, sin excepción. En el corazón tanto de la Iglesia como de la misión, están la evangelización y la catequesis centradas en Cristo, en cooperación con el Espíritu Santo, para hacer realidad el Reino de Dios, que es la esencia misma de la verdadera paz y de la auténtica unidad. Para ello, el encuentro personal con Jesús resulta esencial en la vida espiritual de todo cristiano bautizado. Ningún principio de la fe cristiana o de las creencias católicas tendrá sentido si no es a través del encuentro con la persona de Jesucristo.
7. En los últimos años, la Iglesia se ha centrado mucho en el concepto de “sinodalidad”: cultivar el arte del diálogo, la escucha, la comprensión, el acompañamiento, el discernimiento y el respeto mutuo, con el Espíritu Santo como protagonista. Sin embargo, cada persona solo puede contribuir a la mesa, conversación o proceso, lo que ha cultivado en su propio ser. La auténtica paz implica algo más que la mera ausencia de guerra, y la auténtica unidad debe ser algo más que simple palabrería. Para que haya paz y unidad genuinas, debemos superar el miedo, la desconfianza, el egocentrismo, la intimidación, la búsqueda de chivos expiatorios y el orgullo, y reconocernos unos a otros como miembros de la familia humana, como hermanas y hermanos a los que abrazar en lugar de evitar o excluir como extraños o enemigos.
8. Por ejemplo, no hay que desconfiar ni temer a los inmigrantes y refugiados, sino acogerlos y darles la bienvenida. Es cierto que toda nación tiene el derecho y la responsabilidad de proteger a su población y asegurar sus fronteras frente a aquellos que promueven la violencia, el tráfico de seres humanos, las bandas criminales, el narcotráfico, el terrorismo y otras formas de actividad delictiva. Pero para trabajar en favor de una paz verdadera y una unidad auténtica, debemos superar el veneno y la grandilocuencia cada vez mayores de la polarización y el partidismo para encontrar el equilibrio adecuado entre proteger a los inocentes e impedir que los delincuentes hagan daño. Así pues, debemos evitar la simplificación excesiva de dos extremos: por un lado, echar en un mismo saco a hombres, mujeres y niños, independientemente de su estatus o de las razones por las que emigraron de sus países de origen. Por otro lado, no debemos permitir la apertura de las fronteras sin la supervisión y los recursos adecuados. Para asegurarnos de no perder la conciencia de la dignidad inherente de las personas y de lo sagrado de la vida, ya sea en el trato con los inmigrantes, refugiados, las autoridades o quienes viven en las fronteras, debemos tener presentes dos principios clave de la doctrina social católica. En primer lugar, la “solidaridad”, que puede definirse como la conciencia de los intereses, objetivos, normas y similitudes que compartimos, y en segundo lugar, la justicia templada con la dulzura de la misericordia.
9. Como señaló más de una vez el difunto papa Francisco, somos más creíbles cuando somos más coherentes. El propósito de la sinodalidad es ayudarnos a mejorar “corresponsablemente” nuestro testimonio de credibilidad y coherencia, centrándonos en la comunidad, la misión y la participación. El papa León XIV ya ha indicado que la fase de aplicación del proceso sinodal se desarrollará según lo previsto. ¡Qué mejor manera para nosotros como Iglesia, Pueblo de Dios, de superar esas diferencias anquilosadas que mediante la oración centrada en Cristo, el diálogo, la confianza, el respeto mutuo y el discernimiento del Espíritu Santo, todo ello afianzado en las Escrituras, los Sacramentos, el Servicio y la Tradición! Si ese testimonio no procede de nosotros, los católicos, ¿dónde puede esperar el mundo experimentar una paz y una unidad auténticas para superar las guerras, los prejuicios, los genocidios y las múltiples formas de injusticia que asolan a la humanidad? Como se refleja en los principios de la doctrina social católica de la Iglesia desde hace mucho tiempo, la solidaridad es esencial para establecer una paz verdadera y mantener una unidad duradera. Para los católicos, esta solidaridad está arraigada en nuestra relación con Dios y con el prójimo, centrada en Cristo.
10. El papa León XIV ha advertido de los peligros asociados a la inteligencia artificial (IA), especialmente en relación con las noticias falsas, el engaño, la manipulación y otras intenciones poco éticas. ¿Hasta qué punto podría contribuir esto a la incapacidad de comprender, considerar y debatir auténticamente los asuntos de una forma humana básica? ¿De qué manera podría influir en nuestra interpretación de todo lo relacionado con el cuidado efectivo de la creación, la protección de los no nacidos y de las mujeres, la lucha contra el racismo, la erradicación de las causas de la pobreza, el tratamiento adecuado de la difícil situación de los migrantes y refugiados, la defensa de la dignidad del matrimonio y la familia, y la aceptación del carácter sagrado de toda vida? La polarización es un mal que debemos superar si queremos alcanzar la paz y la unidad verdaderas como seres humanos que compartimos el mismo hogar, el planeta Tierra.
11. El cuidado de la creación exige que superemos el egocentrismo y rechacemos todo atisbo de la cultura del “descarte”. Debemos esforzarnos por acoger el medio ambiente y todas las criaturas con un profundo sentido de aprecio, asombro, respeto y fascinación. Toda vida es sagrada, como afirmó el papa Francisco en su Encíclica de 2015, Laudato Si’ (Sobre el cuidado de la casa común): “Porque todas las criaturas están conectadas, cada una debe ser valorada con afecto y admiración, y todos los seres nos necesitamos unos a otros” [LS, 42]. A ninguna persona que pertenezca a las tradiciones de fe judía o cristiana se le debería escapar que la Torá y la Biblia comienzan con la historia de la creación, dejando claro cómo Dios confió a la humanidad el privilegio y la responsabilidad de su cuidado.
12. Porque toda vida es sagrada, debemos respetar siempre la vida y la dignidad humanas. Por eso trabajamos para poner fin a las prácticas inhumanas del aborto, la eutanasia y todos los casos de lo que el papa san Juan Pablo II llamó “la cultura de la muerte”. Incluso la pena capital, tolerada en el pasado como medida disuasoria contra los delitos violentos y como medio de proteger a la sociedad en general, debe ser rechazada. De conformidad con las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica, “la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona”. (CIC n.º 2267).
13. Debe prestarse atención al efecto degradante de la pena de muerte en la sociedad. La privación de la vida, incluso por parte del Estado, perpetúa una cultura de la muerte que penetra en el tejido mismo de la conciencia humana. ¿Cómo no van a verse afectadas por esta mácula de nuestro sistema penal las familias, tanto de las víctimas como de los autores de la violencia, así como las de los encargados de ejecutar la pena capital? Incluso en el corredor de la muerte, la dignidad inherente de la persona permanece. Basta pensar en las palabras de Jesús al ladrón que colgaba junto a él en la cruz y que pedía ser recordado: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
14. Una paz creíble y una unidad estable —basadas en los principios de acompañamiento, diálogo, dignidad, encuentro, respeto y solidaridad— exigen necesariamente la defensa de los derechos intrínsecos y la satisfacción de las necesidades humanas básicas. Hay ciertos derechos inalienables que deben respetarse, especialmente en lo que respecta a los pobres, los vulnerables y los marginados. Ninguna persona, familia o comunidad puede existir sin acceso a agua potable, alimentos nutritivos, vivienda adecuada, atención médica y medios de vida dignos. No se trata de lujos ni de bienes negociables, sino de las necesidades esenciales de todo ser humano. Estos elementos básicos son imprescindibles para todas las personas, independientemente de su religión o etnia, ya sea en Gaza, Ucrania o cualquier otra región del mundo, incluidas las comunidades locales y los vecindarios. Lo mismo ocurre con los presos y los que han sido detenidos únicamente por su condición de inmigrantes o refugiados. Las detenciones indiscriminadas, la reclusión injusta y el trato inhumano son moralmente inaceptables.
15. Hay que prestar especial atención a los más jóvenes y a los ancianos, así como a quienes sufren discapacidades, enfermedades mentales, adicciones o abusos. Promover una cultura de la vida, fundamentada especialmente en una ética de vida coherente que da preferencia a los pobres, exige que defendamos a quienes no pueden defenderse por sí mismos. Toda vida tiene valor y sentido y ningún ser humano está fuera del alcance de la misericordia divina, del poder de Dios para salvar y redimir.
16. Los principios de la doctrina social católica también incluyen el compromiso de la Iglesia con la oración, la representación y la defensa del matrimonio y la familia, así como el derecho de los trabajadores y la dignidad del trabajo. Estos principios deben permear a todas las capas de la sociedad para poder mejorar la noción de la comunidad y el aprecio por pertenecer a una familia humana. El hogar, donde la familia constituye la primera escuela de aprendizaje, es el punto inicial de encuentro para el amor, el diálogo, la comprensión, el perdón, la resolución de conflictos y el respeto mutuo.
17. En su discurso a los participantes a la XVI reunión anual de la Red Internacional de Legisladores Católicos, el papa León XIV declaró: “El auténtico florecimiento humano proviene de lo que la Iglesia llama desarrollo humano integral, o el pleno desarrollo de una persona en todas las dimensiones: física, social, cultural, moral y espiritual. Esta visión de la persona humana está arraigada en la ley natural, el orden moral que Dios ha inscrito en el corazón humano, cuyas verdades más profundas son iluminadas por el Evangelio de Cristo. En este sentido, la auténtica prosperidad humana se manifiesta cuando las personas viven virtuosamente, cuando viven en comunidades saludables, beneficiándose no solo de lo que tienen, de lo que poseen, sino también de lo que son como hijos de Dios. Garantiza la libertad de buscar la verdad, de adorar a Dios y de crear una familia en paz. También incluye una armonía con la creación y un sentido de solidaridad a través de las clases sociales y las naciones” (La Santa Sede, 23 de agosto de 2025).
18. El diálogo y el respeto mutuo son esenciales para establecer y mantener una paz y una unidad duraderas. Para ello es necesario dejar de lado egos, ideologías y agendas personales. Para los cristianos, esto significa que debemos centrarnos en Cristo. Obviamente, cuando se trata de política, economía y religión, no existe una fórmula única que sirva para todos. Sin embargo, incluso cuando existen desacuerdos, el arte de transigir permite que nos escuchemos y tratemos de entendernos. En última instancia, no deberíamos esforzarnos por ganar a toda costa, sino por comprender mejor la belleza, la verdad y la bondad sagradas que hay en nosotros, entre nosotros y a nuestro alrededor. Como señaló el difunto papa Benedicto XVI, la tarea del discipulado cristiano no consiste tanto en poseer la verdad como en dejarse poseer por ella. Asimismo, nos recordó que la verdad es una persona: Jesucristo es el camino, la verdad y la vida.
19. Por encima de todo está la necesidad de la oración, tanto personal como en comunidad. Debemos rezar sin cesar, entregándonos a Dios antes que a egos, ideologías o agendas personales. La consecución de una paz y una unidad auténticas y duraderas depende de nuestra capacidad y voluntad de abrazar y cultivar la virtud de la humildad. Solo al hacernos humildes —como descubrió y proclamó san Agustín de Hipona—, nuestro corazón encuentra descanso en la comunión con Aquel que nos creó, nos salvó y nos redimió. No podemos salvarnos a nosotros mismos, pero podemos dejarnos abrazar por la gracia salvadora del encuentro personal con la persona de Jesucristo, nuestra esperanza y salvación.
20. Al día siguiente de su elección, el papa León se dirigió al Colegio Cardenalicio. Justo antes de su intervención escrita en italiano, habló extemporáneamente, reconociendo que le habían impuesto una cruz y una bendición. En muchos sentidos, las cruces y las bendiciones van de la mano. Es prácticamente imposible cargar con cruces sin la gracia de las bendiciones. Sin cruces, a menudo no apreciamos ni contamos nuestras bendiciones. Situando esta reflexión en el contexto de este Año Jubilar de la Esperanza, consideremos las palabras del papa León a los Caballeros de Colón durante una conferencia reciente. En su discurso, subrayando que la Iglesia misma es signo de esperanza, exhortó a todos sus miembros a ser “signos tangibles de esperanza”. Que en nuestro llamado bautismal a la santidad y a la misión, nunca reneguemos de nuestras cruces ni demos por sentadas nuestras bendiciones para promover una cultura duradera de paz y unidad basada en la esperanza.
21. Que la unidad y la paz de nuestro Señor Jesucristo nos sostengan siempre, y que la intercesión de la Santísima Virgen María, Reina de la Paz, nos guíe en nuestro camino como discípulos misioneros y peregrinos de esperanza.
Dado en el Centro Católico de la Arquidiócesis de Indianápolis en el Memorial de San Agustín de Hipona, obispo y doctor de la iglesia, el 28 de agosto de 2025.
Reverendísimo Charles C. Thompson
Arzobispo de Indianápolis