September 12, 2025

Cristo, la piedra angular

Posemos la mirada en Cristo, fuente de unidad y paz en la vida

Archbishop Charles C. Thompson

El 28 de agosto, memorial de san Agustín, publiqué “Paz y unidad: Reflexión pastoral.” El propósito de esta carta dirigida a todo el clero, religiosos y fieles laicos de la Arquidiócesis, es destacar las enseñanzas de la doctrina de la Iglesia con respecto a muchas de las cuestiones importantes de las que nos ocupamos hoy como sociedad y como Iglesia.

Tal como nos recuerda cada tanto el papa León XIV, la paz y la unidad son esenciales para la prosperidad humana. “El auténtico florecimiento humano proviene de lo que la Iglesia llama desarrollo humano integral,”—señala el Papa, haciendo referencia al—“pleno desarrollo de una persona en todas las dimensiones: física, social, cultural, moral y espiritual.”

La auténtica prosperidad humana se produce “cuando las personas viven virtuosamente, cuando viven en comunidades saludables, beneficiándose no solo de lo que tienen, de lo que poseen, sino también de lo que son como hijos de Dios.” En palabras del Santo Padre, el bien común se alcanza cuando los individuos y las comunidades son libres para “buscar la verdad, de adorar a Dios y de crear una familia en paz.”

Desde el comienzo de la historia de la humanidad, la realidad del pecado ha fracturado nuestra unidad y ha hecho imposible mantener una paz verdadera. En “Paz y unidad: Reflexión pastoral,” señalo que “la búsqueda de la paz y el llamamiento a la unidad son principios básicos de todas las religiones. No obstante, todas están sujetas a la tergiversación por parte de aquellos que cometen actos de violencia e injusticia con el fin de hacer el mal. A menudo se señala que lo demoníaco divide, pero lo que nos une es del Espíritu.”

A lo largo de la historia, las supuestas soluciones propuestas por individuos y grupos tanto de extrema derecha como de extrema izquierda han demostrado ser igualmente ineficaces.

La paz y la unidad no se consiguen con ideologías. Requieren acciones emprendidas desinteresadamente en nombre del bien común.

En mi reflexión pastoral advierto que “Antes de buscar formas de alcanzar la paz y la unidad de una manera efectiva y eficaz en sitios lejanos, como el conflicto en el Medio Oriente o en Europa Occidental, o incluso antes de intentar lidiar con las repercusiones de la polarización que afecta a tantos miembros de nuestras propias comunidades locales, cada uno debe mirar hacia su interior para discernir si la paz y la unidad verdaderas se encuentran arraigadas en su propio corazón, mente y alma.”

La paz auténtica no equivale a la capitulación o el apaciguamiento ante la tiranía, así como tampoco se debe confundir la unidad con la “uniformidad.” La paz y la unidad que trae nuestro Salvador son, ante todo, realidades espirituales, actitudes que surgen en el corazón humano y que impregnan nuestra vida como individuos y como comunidades.

En mi reflexión pastoral hago la observación de que para los católicos, el “llamado a acoger la paz y la unidad se basa en las Sagradas Escrituras y la Tradición [el Depósito de la Fe].” Creemos que “Las enseñanzas de la Iglesia [en su totalidad, no fragmentada para adaptarla a una narrativa o conveniencia particular] y el discernimiento piadoso de la voluntad de Dios se revelan más fácilmente en Jesucristo, la Palabra de Dios encarnada.” Por eso posamos la mirada en Jesús, el Príncipe de la Paz, y Aquel en quien todos somos uno, para encontrar la paz y la unidad auténticas.

En “Paz y unidad: Reflexión pastoral,” argumento que la guerra rara vez resuelve los conflictos; recurrir a las armas siempre deja una cicatriz en la humanidad y son los pobres, los vulnerables y los inocentes quienes sufren las consecuencias.

El mundo conmemoró recientemente el 80.º aniversario del bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki en Japón. Los efectos de esa arma de destrucción masiva, como los de muchas guerras y conflictos violentos, hasta el día de hoy siguen teniendo repercusiones en las personas, familias, comunidades y naciones enteras.

En relación con la amenaza de una guerra nuclear, el papa León XIV señaló recientemente: 

En nuestra época de crecientes tensiones y conflictos mundiales, Hiroshima y Nagasaki se erigen como símbolos de la memoria que nos instan a rechazar la ilusión de una seguridad basada en la destrucción mutua asegurada. En lugar de ello, debemos forjar una ética global basada en la justicia, la fraternidad y el bien común. Así pues, rezo para que este aniversario sirva de invitación a la comunidad internacional para renovar su compromiso de perseguir una paz duradera para toda nuestra familia humana, una paz sin armas y desarmada. (6 de agosto de 2025, post en X)

En su mensaje del Ángelus del 10 de agosto, exhortando al tipo de “vigilancia que nos pide Jesús,” el Santo Padre imploró: “Hermanas y hermanos, confiemos a María este deseo y este compromiso. Que ella, la Estrella de la mañana, nos ayude a ser, en un mundo marcado por tantas divisiones, ‘centinelas’ de la misericordia y de la paz.”

Mientras seguimos observando este Año Jubilar de la Esperanza, posemos la mirada en Cristo, que es la fuente de toda unidad y paz en nuestros corazones y en nuestro mundo.
 

(Para leer la reflexión pastoral del arzobispo Thompson en inglés y español, visite archindy.org/pastoral2025.)

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