April 22, 2022

El rostro de la misericordia / Daniel Conway

El Papa Francisco pide a la Reina del Cielo que restablezca la paz

“Toda guerra deja al mundo peor que como lo había encontrado. La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal” (Papa Francisco, “Fratelli Tutti,” #261).

El viernes 25 de marzo, la solemnidad de la Anunciación del Senõr, obispos, sacerdotes y laicos de todo el mundo se unieron al Papa Francisco para rezar la siguiente oración: “Por eso, Madre de Dios y nuestra, nosotros solemnemente encomendamos y consagramos a tu Corazón inmaculado nuestras personas, la Iglesia y la humanidad entera, de manera especial Rusia y Ucrania.”

Este acto de consagración fue un momento solemne de oración en respuesta a lo que el Papa llama «la locura de la guerra». Pero también fue un alegato apasionado contra la violencia y la crueldad que la humanidad ha infligido a sí misma y al mundo que habitamos (“nuestra casa común”) desde los primeros días de la historia humana.

Desde el comienzo de la invasión rusa en Ucrania, el Papa Francisco se ha pronunciado con vehemencia, no solo contra esta guerra, sino también contra las guerras en Siria, Etiopía y otras regiones del mundo. Señalando que “hemos perdido la senda de la paz,” el Santo Padre dice que “hemos olvidado la lección de las tragedias del siglo pasado, el sacrificio de millones de caídos en las guerras mundiales,” y “estamos traicionando los sueños de paz de los pueblos y las esperanzas de los jóvenes. Nos hemos enfermado de avidez, nos hemos encerrado en intereses nacionalistas, nos hemos dejado endurecer por la indiferencia y paralizar por el egoísmo.”

Aunque es fácil condenar las acciones de un solo hombre o de una sola nación, el Papa sostiene que la codicia y la indiferencia de muchas naciones y pueblos son el núcleo del problema. “Hemos preferido ignorar a Dios, convivir con nuestras falsedades, alimentar la agresividad, suprimir vidas y acumular armas,” argumentó el Papa durante el acto de consagración. En una clara alusión a los pecados de nuestros primeros padres y sus hijos Caín y Abel, el Papa afirmó que hemos olvidado “que somos custodios de nuestro prójimo y de nuestra casa común. Hemos destrozado con la guerra el jardín de la tierra, hemos herido con el pecado el corazón de nuestro Padre, que nos quiere hermanos y hermanas.”

La vergüenza que sentimos por el egoísmo y la indiferencia ante las necesidades de los demás nos impulsa a clamar por el perdón y a dirigirnos a María, la Madre de Dios y nuestra madre. Por eso el Papa Francisco nos invita a rezar con él:

“En la miseria del pecado, en nuestros cansancios y fragilidades, en el misterio de la iniquidad del mal y de la guerra, tú, Madre Santa, nos recuerdas que Dios no nos abandona, sino que continúa mirándonos con amor, deseoso de perdonarnos y levantarnos de nuevo.”

María Inmaculada es nuestro refugio en los momentos difíciles, como las pandemias, las catástrofes naturales, las turbulencias económicas y políticas y la locura de la guerra. Ella es la Reina de la Paz que intercede por todos sus hijos, recordándonos que solo podemos encontrar la paz verdadera y duradera en la persona de su Divino Hijo.

“Por eso recurrimos a ti, llamamos a la puerta de tu Corazón, nosotros, tus hijos queridos que no te cansas jamás de visitar e invitar a la conversión.”

María nos acompaña en el camino de nuestra vida y está presente en todos los momentos de dificultad. Por eso rezamos: “En esta hora oscura, ven a socorrernos y consolarnos. Repite a cada uno de nosotros: ¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?” María es capaz de desatar los nudos de nuestro corazón y de nuestro tiempo. En ella depositamos la confianza de un niño cariñoso, seguro de que, sobre todo en los momentos de tribulación, no hará oídos sordos a nuestros gritos de auxilio y vendrá en nuestra ayuda.

María conoció la amarga agonía de la crucifixión de su Hijo; experimentó la profunda angustia y decepción del rechazo del mundo hacia Jesús, y observa con dolor cómo repetimos los insensatos errores de las generaciones pasadas al continuar recurriendo a soluciones militares frente a problemas que solamente pueden resolverse por medios pacíficos y no violentos.

Junto con el Papa Francisco, debemos caer de rodillas y rezar: Santa María, Reina de la Paz, haz que por tu intercesión se derrame sobre la Tierra la misericordia de Dios y que el suave ritmo de la paz vuelva a marcar nuestros días. Amén.
 

(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.)

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