February 22, 2019

El rostro de la misericordia / Daniel Conway

Dios es tierno y cariñoso, no alguien a quien temer

Dios no es un tirano iracundo al que debemos temer, según nos dice el papa Francisco. Es un Padre tierno y amoroso que nos invita a acercarnos a Él.

Durante su audiencia general en el Vaticano el 9 de enero, el papa Francisco explicó que “las cartas de san Pablo dan testimonio de que los primeros cristianos, guiados por el Espíritu Santo, rezaban utilizando la palabra aramea para ‘padre’ que el propio Jesús utilizaba: ‘Abba’ (cf. Rom 8:15; Gal 4:6).” Esta diminuta palabra, Abba, es una expresión poderosa de la intimidad y la cercanía que estamos invitados a sentir en nuestras relaciones con el majestuoso y todopoderoso Dios. Abba, que según el papa puede traducirse como “papá,” reafirma la ternura de Dios y su deseo de ser accesible a nosotros de la forma más personal.

“Al comienzo del Padre Nuestro—prosigue el Santo Padre—escuchamos el eco de la voz de Jesús mismo quien enseña a sus discípulos que rezar es compartir su propia relación íntima y de confianza con el Padre.”

Muy a menudo se nos ha hecho creer que el “temor de Dios” significa tener miedo de un Dios iracundo. Al contrario, dice el papa, el amor y la bondad infinitos de Dios calman todos los temores. Gracias a su misericordia podemos acercarnos a Él en cualquier momento y compartir nuestros más profundos pensamientos y miedos.

Toda la novedad del Evangelio y la esencia misma de nuestra oración como cristianos, en cierta forma se resume en una sola palabra: “Abba.” El papa Francisco nos invita a mantener siempre en nuestros corazones este término de cariño y afecto, pero especialmente al rezar.

Las oraciones formales como el Padre Nuestro, el Ave María y otras oraciones cristianas tradicionales son importantes porque nos brindan estructura y le dan significado nuestra experiencia en la oración. También facilitan el flujo de una oración espontánea y sin estructura que emana desde nuestros corazones hacia los labios. Cuando nos dirigimos a nuestro Padre amoroso como Abba o papá, según explica el Sumo Pontífice, expresamos nuestra cercanía con Él y nuestro deseo de mantenernos unidos con Él en lo que decimos o hacemos.

Un ejemplo conocido citado por el papa Francisco es la parábola del hijo pródigo (Lc 15:11-32). Si bien pensamos en esta parábola en términos del hijo menor que despilfarró su herencia, la historia que narra Jesús se refiere al hijo “pródigo,” a su hermano mayor que está resentido y a su padre amoroso. De acuerdo con el papa, esta parábola “nos demuestra vívidamente de qué forma Jesús desea que comprendamos a nuestro padre celestial en su infinito amor, misericordia y perdón.”

De hecho, según nos enseña el papa, “Este amor del Padre tiene un componente maternal que acompaña y nutre el desarrollo de nuestra nueva vida en Cristo como sus hijos adoptivos.” La imagen cristiana de Dios contradice todas las imágenes falsas de Dios como una figura paterna iracunda, abusiva y dominante. Dios es tierno y cariñoso: perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a quienes nos han ofendido.

Esto no significa que Dios no sea exigente o que no nos responsabilizará de nuestras palabras y acciones, de nuestros pecados por acción u omisión. Nuestro Padre amoroso sigue siendo un juez justo que nos ordena que lo amemos, al igual que al prójimo y a nosotros mismos, tal como Él nos ha amado. La obediencia a este Dios tierno no es optativa. Es algo que se exige de todos aquellos que lo han aceptado plenamente como sus hijos fieles.

“Incluso en los momentos más difíciles de nuestra vida—reza el papa Francisco—que jamás sintamos temor de acudir con confianza al Padre, rezando las palabras que Jesús nos enseñó: “Abba, nuestro Padre.” La ternura de Dios nos invita a acercarnos a Él. En cierta forma, su severidad nos reta a tomar en serio sus mandamientos y a buscar su perdón cuando no logramos estar a la altura de sus expectativas como “sus hijos adoptivos.”

El amor de Dios, su gracia maravillosa, no es algo que nosotros nos ganemos sino algo que nuestro Padre pródigo nos entrega y que nos permite aceptarlo o rechazarlo según nuestra propia voluntad. En la oración podemos acercarnos a nuestro Padre generoso. Cuando lo llamamos Abba o papá, reconocemos que dependemos de Él. Pero también le mostramos deferencia a nuestro padre divino que nos dio la vida, que nos crio y nos formó, y que jamás interfiere en las decisiones libres que tomamos, sean estas buenas o malas.

Acerquémonos a Él y roguémosle para que nos dé todo lo que necesitamos (el pan de cada día) para amar a Dios, al prójimo y a nosotros mismos, como Jesús nos enseñó.
 

(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.)

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