March 24, 2017

El rostro de la misericordia / Daniel Conway

Los hombres y mujeres religiosos son testigos de esperanza

En su homilía en ocasión de la Fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, el mes pasado, el papa Francisco dijo:

“Cuando los padres de Jesús llevaron al Niño para cumplir las prescripciones de la ley, Simeón ‘conducido por el Espíritu’ toma al Niño en brazos y comienza un canto de bendición y alabanza: ‘Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos; luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo Israel.’ Simeón no sólo pudo ver, también tuvo el privilegio de abrazar la esperanza anhelada, y eso lo hace exultar de alegría. Su corazón se alegra porque Dios habita en medio de su pueblo; lo siente carne de su carne.

“La liturgia de hoy nos dice que con ese rito, a los 40 días de nacer, el Señor ‘fue presentado en el templo para cumplir la ley, pero sobre todo para encontrarse con el pueblo creyente.’ El encuentro de Dios con su pueblo despierta la alegría y renueva la esperanza.

“El canto de Simeón es el canto del hombre creyente que, al final de sus días, es capaz de afirmar: ‘Es cierto, la esperanza en Dios nunca decepciona.’ Él no defrauda. Simeón y Ana, en la vejez, son capaces de una nueva fecundidad, y lo testimonian cantando: la vida vale la pena vivirla con esperanza porque el Señor mantiene su promesa; y será, más tarde, el mismo Jesús quien explicará esta promesa en la Sinagoga de Nazaret: los enfermos, los detenidos, los que están solos, los pobres, los ancianos, los pecadores también son invitados a entonar el mismo canto de esperanza. Jesús está con ellos, él está con nosotros.”

El Santo Padre nos dice que el gran himno de Simeón está al alcance de todos porque Jesús nos llama a cada uno para que seamos su “pueblo creyente” y a encontrarlo personalmente en la alegría.

En su homilía, el papa Francisco hizo énfasis en la celebración de la XXI Jornada Mundial de la Vida Consagrada, una celebración anual de los aportes realizados por los miembros de las comunidades religiosas. Como jesuita, Jorge Mario Bergoglio conoce los altos y los bajos de la vida religiosa desde su propio seno. En la década de los 70, sirvió como jesuita provincial. Posteriormente también fue maestro, administrador y director espiritual antes de su ordenación como obispo en su natal Buenos Aires.

En su homilía, el papa comparó la oración cargada de esperanza de un anciano—Simeón—con el testimonio de los fundadores de las órdenes religiosas, los “mayores en la fe,” que compartieron sus esperanzas y sueños con sus seguidores.

“Este canto de esperanza lo hemos heredado de nuestros mayores. Ellos nos han introducido en esta ‘dinámica.’ En sus rostros, en sus vidas, en su entrega cotidiana y constante pudimos ver como esta alabanza se hizo carne. Somos herederos de los sueños de nuestros mayores, herederos de la esperanza que no desilusionó a nuestras madres y padres fundadores, a nuestros hermanos mayores. Somos herederos de nuestros ancianos que se animaron a soñar; y, al igual que ellos, hoy queremos nosotros también cantar: Dios no defrauda, la esperanza en él no desilusiona. Dios viene al encuentro de su Pueblo. Y queremos cantar adentrándonos en la profecía de Joel: ‘Derramaré mi espíritu sobre toda carne, vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos tendrán sueños y visiones’ ”(Jl 3:1).

El papa advierte a los religiosos consagrados de nuestra época a que no sucumban a la apatía y al desánimo. Anima vehementemente a todos los sacerdotes, religiosas y hermanos a “recibir el sueño de nuestros mayores” y a “volver a encontrarnos con lo que un día encendió nuestro corazón.”

La vida cristiana auténtica implica estar dispuestos a abandonar nuestra comodidad. Es por ello que el papa Francisco concluye con un valiente llamado a la acción:

“Acompañemos a Jesús en el encuentro con su pueblo, a estar en medio de su pueblo, no en el lamento o en la ansiedad de quien se olvidó de profetizar porque no se hace cargo de los sueños de sus mayores, sino en la alabanza y la serenidad; no en la agitación sino en la paciencia de quien confía en el Espíritu. [...] Y así compartamos lo que no nos pertenece: el canto que nace de la esperanza.”

Nuestros mayores nos han dado el valor para soñar. No dudemos en acoger sus sueños ni en dejar que nuestros corazones se enciendan de esperanza.
 

(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.)

Local site Links: