December 5, 2025

Cristo, la piedra angular

La Virgen y san Juan Bautista nos preparan para la venida de Cristo

Archbishop Charles C. Thompson

El papa Benedicto XVI escribió en una ocasión que las dos grandes figuras del Adviento son la Santísima Virgen María y san Juan Bautista. Ambos nos preparan para la venida de Cristo: María, por su aceptación de todo corazón de la voluntad de Dios para ella, y Juan, por su testimonio profético y su bautismo de arrepentimiento.

Según el Evangelio del segundo domingo de Adviento (Mt 3:1-12):

Por aquel tiempo comenzó Juan el Bautista a predicar en el desierto de Judea. Decía: “Conviértanse, porque ya está cerca el reino de los cielos.” A este Juan se había referido el profeta Isaías cuando dijo: Se oye una voz; alguien clama en el desierto: “¡Preparen el camino del Señor; abran sendas rectas para él!”

Juan iba vestido de pelo de camello, llevaba un cinturón de cuero y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Acudían a él gentes de Jerusalén, de toda Judea y de toda la ribera del Jordán. Confesaban sus pecados, y Juan los bautizaba en las aguas del Jordán. (Mt 3:1-6).

San Mateo nos dice que en Juan se cumple una profecía del Antiguo Testamento. Aunque pertenecía a la casta sacerdotal, renunció a sus privilegios y eligió una vida de oración y ascetismo en el desierto. Anunció la venida de Uno mucho más grande que él e instó a todos los que esperaban fielmente al Mesías venidero a reconocer sus pecados y buscar el perdón de Dios.

La primera lectura del domingo (Is 11:1-10) nos ofrece una muestra de la visión profética de Isaías:

Herirá al violento con la vara de su boca, con el soplo de sus labios matará al malvado; la justicia será su ceñidor, la lealtad rodeará su cintura. El lobo vivirá con el cordero, la pantera se echará con el cabrito, novillo y león pacerán juntos, y un muchacho será su pastor. La vaca pastará con el oso, sus crías se echarán juntas; el león comerá paja como el buey. Jugará el lactante junto a la cueva del áspid, el niño hurgará en el agujero de la víbora. Nadie hará daños ni estragos en todo mi monte santo, pues rebosa el país conocimiento del Señor como las aguas colman el mar. (Is 11:4-9)

Puesto que anhelamos la paz que solo Cristo puede traernos, somos plenamente conscientes de que debemos rezar y esforzarnos por el advenimiento del Señor de justicia y misericordia. Creemos que estuvo entre nosotros hace 2,000 años, que está aquí ahora (especialmente en la Sagrada Eucaristía) y que vendrá de nuevo para cumplir su promesa de redención para todos los que lo esperan con alegre esperanza. Juan es su heraldo y nos insta a prepararnos para su venida.

El domingo 8 de diciembre celebraremos la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen, la nueva Eva, la madre de todos los vivos, y la única que, por la gracia de Dios, nació sin pecado. Su respuesta al ángel es el modelo para todos los que aspiramos a ser fieles discípulos misioneros de Jesucristo: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1:38).

Juan nos reta a reconocer nuestros pecados y a arrepentirnos y María nos muestra el camino. Al doblegar la voluntad propia a la de Dios y ofrecernos por completo al Señor como instrumentos de su paz, podemos prepararnos para su venida, pasada, presente y futura.

En la segunda lectura de la solemnidad de la Inmaculada Concepción (Ef 1:3-6, 11-12), san Pablo nos plantea una bendición que afirma nuestra especial elección como hijos e hijas del “Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”:

Alabemos a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por medio de Cristo nos ha bendecido con toda suerte de bienes espirituales y celestiales. Él nos ha elegido en la persona de Cristo antes de crear el mundo, para que nos mantengamos sin mancha ante sus ojos, como corresponde a consagrados a él. Amorosamente nos ha destinado de antemano, y por pura iniciativa de su benevolencia, a ser adoptados como hijos suyos mediante Jesucristo. De este modo, la bondad tan generosamente derramada sobre nosotros por medio de su Hijo querido, se convierte en himno de alabanza a su gloria. (Ef 1:3-6).

Esta es nuestra fe inquebrantable en el Adviento: Que Cristo vuelva y nos permita asumir los lugares que nos corresponden como hermanas y hermanos en la única Familia de Dios.

Que la visión compartida por nuestra Madre María y san Juan Bautista se haga realidad para cada uno de nosotros en el tiempo de Adviento. †

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