November 21, 2025

Cristo, la piedra angular

Jesús, un rey improbable, un rey de humildad y amor

Archbishop Charles C. Thompson

Ya conocen cuál fue la generosidad de nuestro Señor Jesucristo: siendo rico como era, se hizo pobre por ustedes para enriquecerlos con su pobreza. (2 Cor 8:9)

Este domingo, concluimos otro año de la Iglesia con la celebración de la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo (Cristo Rey).

Para los estándares del mundo, Jesús de Nazaret es un rey improbable. No se ajusta a la imagen que la mayoría de nosotros tenemos de un gobernante autoritario; por el contrario, es manso y humilde de corazón, un pacificador y un defensor de la no violencia que elige morir antes que luchar contra su injusto castigo y su cruel muerte.

Jesús no vive como un rey sino que elige vivir como predicador itinerante y sanador, un vagabundo sin hogar que “ni siquiera tiene dónde recostar la cabeza” (Mt 8:20). Sus seguidores no son los mejores y más destacados miembros de la comunidad judía; es gente corriente (trabajadores como él). Incluso los recaudadores de impuestos y los pecadores son admitidos en su círculo íntimo. Así no se comporta un rey terrenal. No es engreído, ni mucho menos; se hace respetar no por la fuerza, sino por el puro poder de la verdad y el amor divinos.

En la exhortación apostólica “Dilexi Te” (“Te he amado”), que el papa Francisco comenzó, pero que el papa León XIV y que fue publicada el 4 de octubre, el memorial de san Francisco de Asís, leemos lo siguiente:

En efecto, el Evangelio muestra que esta pobreza incidió en cada aspecto de su vida. Desde su llegada al mundo, Jesús experimentó las dificultades relativas al rechazo. El evangelista Lucas, narrando la llegada a Belén de José y María, ya próxima a dar a luz, observa con amargura: “No había lugar para ellos en el albergue” (Lc 2:7). Jesús nació en condiciones humildes; recién nacido fue colocado en un pesebre y, muy pronto, para salvarlo de la muerte, sus padres huyeron a Egipto (cf. Mt 2:13-15). Al inicio de la vida pública, fue expulsado de Nazaret después de haber anunciado que en Él se cumple el año de gracia del que se alegran los pobres (cf. Lc 4:14-30). No hubo un lugar acogedor ni siquiera a la hora de su muerte, ya que lo condujeron fuera de Jerusalén para crucificarlo (cf. Mc 15:22). En esta condición se puede resumir claramente la pobreza de Jesús. Se trata de la misma exclusión que caracteriza la definición de los pobres: ellos son los excluidos de la sociedad. (#19).

La pobreza por lo general no acompaña a la realeza sino más bien constituye un signo de degradación y desamparo en la mayoría de los casos. Pero Jesús transforma por completo nuestras imágenes preconcebidas. Su reino no es de este mundo, y su poder procede de una fuente que trasciende toda autoridad y majestad terrenales.

La lectura del Evangelio de la solemnidad de Cristo Rey (Lc 23:35-43) sería motivo de vergüenza para cualquier soberano terrenal:

La gente estaba allí mirando, mientras las autoridades se burlaban de Jesús, diciendo, “Puesto que ha salvado a otros, que se salve a sí mismo si de veras es el Mesías, el elegido de Dios.” Los soldados también se burlaban de él: se acercaban para ofrecerle vinagre y le decían: “Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.” Habían fijado un letrero por encima de su cabeza que decía: “Este es el rey de los judíos” (Lc 23:35-38).

El Rey de los judíos es objeto de burla y escarnio, pero, paradójicamente, es su humillación lo que lo exalta como Rey de Reyes y Señor de Señores.

Como nos dice san Pablo en la segunda lectura (Col 1:12-20), este rey improbable, que se despojó de sí mismo y por nosotros asumió la vida de un esclavo (Flp 2:7), es mucho más grande que cualquier gobernante terrenal:

Cristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de todo lo creado. Dios ha creado en él todas las cosas: todo lo que existe en el cielo y en la tierra, lo visible y lo invisible, sean tronos, dominaciones, principados o potestades, todo lo ha creado Dios por Cristo y para Cristo. [...] Dios, en efecto, tuvo a bien hacer habitar en Cristo la plenitud y por medio de él reconciliar consigo todos los seres: los que están en la tierra y los que están en el cielo, realizando así la paz mediante la muerte de Cristo en la cruz. (Col 1:15-16, 19-20)

Este es el que “se rebaja para vencer” y que demuestra con cada una de sus palabras y acciones que es Dios-con-nosotros (Emmanuel), el Hijo de la Justicia y el Señor del Cielo y de la Tierra. Por eso en esta festividad lo proclamamos Rey del Universo, Señor de todo lo visible y lo invisible.

Mientras nos preparamos para celebrar esta última solemnidad del año litúrgico, demos gracias a Dios por el gran don de su humilde majestad. Que nunca olvidemos que el poder espiritual siempre vence al poder temporal y lo que Cristo nos encomendó: “antes que nada, busquen el reino de Dios” (Mt 6:33). †

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