Cristo, la piedra angular
Estamos llamados a servir, no a ser servidos
De la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida en pago de la libertad de todos (Mt 20:28).
Hoy es la festividad del apóstol Santiago, uno de los primeros discípulos de Jesús. San Mateo nos dice que, “Iba Jesús paseando por la orilla del lago de Galilea, cuando vio a dos hermanos: Simón, también llamado Pedro, y su hermano Andrés. Eran pescadores, y estaban echando la red en el lago.” Jesús les dijo: —“Vengan conmigo y los haré pescadores de hombres” (Mt 4:18-21). La tradición eclesiástica nos dice que Santiago fue el primero de los 12 Apóstoles en morir mártir.
El Evangelio de la festividad de hoy (Mt 20:20-28) nos recuerda que el amor abnegado y el servicio son el camino de Jesús, y que quienes desean seguirle deben acoger estas virtudes sin importar el costo que esto implique. Como dice Jesús en respuesta a la madre de Santiago y Juan cuando le pide que conceda a sus hijos la condición de predilectos, sus seguidores están obligados a beber del mismo cáliz de dolor y humillación que el Señor mismo tuvo que soportar. Todos los intentos de ganar estatus social o poder sobre los demás son actos egoístas y representan un abuso del verdadero significado de ser discípulos cristianos. Jesús dice:
Como muy bien saben ustedes, los que gobiernan las naciones las someten a su dominio, y los poderosos las rigen despóticamente. Pero entre ustedes no debe ser así. Antes bien, si alguno quiere ser grande, que se ponga al servicio de los demás; y si alguno quiere ser principal, que se haga servidor de todos. (Mt 20:25-27)
Jesús advierte a sus Apóstoles que lo que les espera no es lo que el mundo considera una vida de prestigio u honores, sino la ardua labor que conlleva el liderazgo y el servicio desinteresados a la manera del propio Cristo, que “no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida en pago de la libertad de todos” (Mt 20:28).
No podemos culpar a la madre de Santiago y Juan por querer lo mejor para sus hijos. San Mateo nos dice que los otros diez Apóstoles estaban «indignados» por su presunción, pero Jesús aprovecha la ocasión para ayudarles a comprender el tipo de vida que les esperaba si continuaban siguiéndole. Entonces, les pregunta: “¿Pueden beber ustedes la misma copa de amargura que yo estoy a punto de beber?” (Mt 20:22)
En la primera lectura de la festividad de Santiago (2 Cor 4:7-15), san Pablo describe sin rodeos lo que puede llamarse “el costo del discipulado,” y en este sentido, expresa:
Este tesoro lo guardamos en vasijas de barro para que conste que su extraordinario valor procede de Dios y no de nosotros. Nos acosan por todas partes, pero no hasta el punto de abatirnos; estamos en apuros, pero sin llegar a ser presa de la desesperación; nos persiguen, pero no quedamos abandonados; nos derriban, pero no consiguen rematarnos. Por todas partes vamos reproduciendo en el cuerpo la muerte dolorosa de Jesús, para que también en nuestro cuerpo resplandezca la vida de Jesús. En efecto, mientras vivimos, estamos de continuo en trance de muerte por causa de Jesús para que, a través de nuestra naturaleza mortal, se haga manifiesta la vida de Jesús. (2 Cor 4:7-11)
San Pablo nos enseña que nuestros sufrimientos y penurias son una participación en la pasión y muerte redentoras de Jesús. Afirma que la muerte actúa en nosotros únicamente para que Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos pueda resucitarnos también a nosotros. “En efecto, mientras vivimos, estamos de continuo en trance de muerte por causa de Jesús para que, a través de nuestra naturaleza mortal, se haga manifiesta la vida de Jesús” (2 Cor 4:11).
Sin embargo, la vida de un discípulo misionero de Jesucristo no debe ser sombría ni deprimente. Por el contrario, cuando se vive a plenitud, la vida cristiana está llena de alegría y esperanza. Cuando Jesús advierte a los hijos de Zebedeo (y a todos nosotros) que debemos estar preparados para “beber de la misma copa” que él aceptó como precio de nuestra salvación, nos enseña que nuestra alegría provendrá de una fuente muy distinta del placer o el privilegio mundanos. La alegría cristiana procede del amor y el servicio desinteresados, no de la autogratificación ni de la adulación de los demás.
Si queremos seguir a Jesús, debemos aceptar que la Cruz es el único camino hacia la auténtica libertad y la alegría; si queremos ser líderes, debemos ser siervos, y si queremos ocupar un día el lugar que nos corresponde en el reino de los cielos, debemos estar dispuestos a vivir y morir como Jesús.
Mientras continuamos nuestra celebración del Jubileo como Peregrinos de Esperanza, recordemos que la Cruz de Jesús es el único camino hacia la alegría de la vida eterna en Él. San Santiago apóstol, ora por nosotros y ayúdanos a ser fieles discípulos misioneros de nuestro Señor Jesucristo. †