May 30, 2025

Cristo, la piedra angular

Unámonos a María como discípulos misioneros de su hijo

Archbishop Charles C. Thompson

Que la Virgen María, cuya vida entera fue una respuesta a la llamada del Señor, nos acompañe siempre en el seguimiento de Jesús (Papa León XIV).

Mañana, 31 de mayo, celebramos la Solemnidad de la Visitación de la Virgen María, lo cual resulta una forma muy apropiada para concluir este mes dedicado a María. Mañana, al recordar su viaje para visitar a su prima Isabel, reconoceremos con agradecimiento el papel de María como primera discípula misionera de su Hijo, Jesucristo.

María fue también la primera evangelizadora cristiana, la primera en presentar al mundo al Verbo de Dios encarnado.

En su viaje a “la región montañosa” para visitar a Isabel, que también estaba encinta, María trajo consigo a Emmanuel (“Dios con nosotros”) y lo compartió con su prima y con el niño que llevaba en su vientre y que, según las Escrituras, “saltó de alegría” (Lc 1:39-56).

Ese niño se convertiría, por supuesto, en san Juan Bautista, “la voz que clama en el desierto: Prepárense para la venida del Señor” y el último gran profeta del Antiguo Testamento (Mc 1:3). Lo que María puso en marcha, proclamando silenciosamente la alegría del Evangelio, Juan lo llevó adelante.

En su primer mensaje público “Urbi et Orbi” (a la ciudad y al mundo), pronunciado el 8 de mayo de 2025, el mismo día en que fue elegido sucesor de Pedro, el Papa León XIV destacó la figura de la Santísima Virgen María:

Nuestra Madre María siempre quiere caminar con nosotros, estar cerca, ayudarnos con su intercesión y su amor. Quisiera, pues, rezar junto con ustedes. Recemos juntos por esta nueva misión, por toda la Iglesia, por la paz en el mundo y pidamos esta gracia especial a María, nuestra Madre: Ave María…

Nuestro nuevo Papa continúa lo que María inició en su viaje “a un pueblo de la región montañosa de Judá. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel” (Lc 1:39-40). La respuesta de su prima es contundente:

Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. ¿Cómo pudo sucederme que la madre de mi Señor venga a visitarme? ¡Tan pronto como escuché tu saludo, la criatura saltó de alegría en mi vientre! ¡Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá lo que el Señor te ha anunciado! (Lc 1:42-45).

Este saludo es la inspiración del Ave María, la oración que el Papa León nos invitó a rezar con él en su primer día como Sumo Pontífice, y se nos insta a rezar esta oración familiar con frecuencia, en el Rosario y en nuestras oraciones diarias, porque nos acerca a la Madre de Jesús, que es también nuestra Madre, la Madre de la Iglesia.

En la lectura del Evangelio de la Solemnidad de la Visitación de la Virgen María (Lc 1:39-56), el evangelista san Lucas narra el exuberante canto de María, el Magnificat, que no solo celebra la bondad de Dios, sino que también proporciona a la Iglesia los elementos fundacionales de su doctrina social:

De generación en generación se extiende su misericordia a los que le temen. Hizo proezas con su brazo; desbarató las intrigas de los soberbios. De sus tronos derrocó a los poderosos, mientras que ha exaltado a los humildes. A los hambrientos los colmó de bienes, y a los ricos los despidió con las manos vacías. (Lc 1:50-53).

Como enseña el Papa León, nuestra Santísima Madre quiere permanecer cerca y caminar junto a nosotros, mientras buscamos ser discípulos misioneros de su Hijo. Nuestra misión es alabar a Dios Todopoderoso como hizo María y el plan que estamos llamados a ejecutar se nos explica en las Bienaventuranzas y en el llamado que nos hace el Señor a negarnos a nosotros mismos y a tomar nuestras cruces mientras le seguimos a Él, la única fuente verdadera de nuestra unidad y paz.

El programa que estamos llamados a seguir los discípulos misioneros está esbozado en la segunda lectura de mañana, tomada de la Carta de San Pablo a los Romanos:

Vivan alegres por la esperanza, animosos en la tribulación y constantes en la oración. Solidarícense con las necesidades de los creyentes; practiquen la hospitalidad; bendigan a los que los persiguen y no maldigan jamás. Alégrense con los que están alegres y lloren con los que lloran. Vivan en plena armonía unos con otros. No ambicionen grandezas, antes bien pónganse al nivel de los humildes. Y no presuman de inteligentes (Rom 12:12-16).

Así vivió María, y por su testimonio podemos descubrir lo que se requiere de nosotros si realmente queremos ser evangelizadores llenos del Espíritu como lo fue ella.

Proclamemos con María la grandeza de Dios y alegrémonos por la gloria de su nombre. Que seamos fieles discípulos misioneros desde ahora y para siempre. Amén. †

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