May 23, 2025

Cristo, la piedra angular

Nuestro nuevo Papa es un don del Espíritu Santo

Archbishop Charles C. Thompson

Pero el Abogado, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que ustedes recuerden cuanto yo les he enseñado y él se lo explicará todo (Jn 14:26).

Hace apenas dos semanas, el mundo entero fue testigo de la obra del Espíritu Santo. Cuando el 8 de mayo salió humo blanco del cónclave papal, era señal de que los 133 cardenales habían alcanzado el consenso necesario de dos tercios sobre el 266.º sucesor de San Pedro.

Como afirmaron los cardenales electores, fue el Espíritu Santo quien inspiró sus debates en los congregaciones previos al cónclave. Y fue el Divino Abogado quien los guió en la votación una vez que estuvieron a puertas cerradas en la Capilla Sixtina para lo que resultó ser un cónclave relativamente breve.

La elección del Espíritu Santo como sucesor de San Pedro fue una sorpresa. La sabiduría mundana dictaba que el nuevo Papa no podría ser de los Estados Unidos de América. Muchos comentaristas especulaban que el nuevo Papa sería africano o asiático; otros debatían si sería progresista o tradicionalista. El Espíritu Santo eligió a un candidato papal que resultó ser un constructor de puentes que aceptó el enorme desafío de la unidad en Cristo expresado en su lema papal, “In illo uno unum” (“En el único Cristo somos uno”).

El cardenal Robert Francis Prevost (actual papa León XIV) no hizo campaña para convertirse en Vicario de Cristo. Su elección tampoco fue simplemente el resultado de los esfuerzos de los Cardenales por encontrar “al mejor postor.”

El nuevo Papa fue un regalo del Espíritu Santo a la Iglesia y al mundo, actuando en y a través de los cardenales electores. Es el mismo Espíritu que Cristo resucitado prometió a su Padre que enviaría en su nombre para enseñar a sus discípulos y recordarles todo lo que les dijo durante su breve estancia en la Tierra (Jn 14:26).

En la lectura del Evangelio del Sexto Domingo de Pascua (Jn 14:23-29), Jesús dice:

Les dejo la paz, mi paz se la doy. Una paz que no es la que el mundo da. No vivan angustiados ni tengan miedo. Ya han oído lo que les he dicho: “Me voy, pero volveré a estar con ustedes.” Si de verdad me aman, deben alegrarse de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Se lo he dicho a ustedes ahora, por adelantado, para que, cuando suceda, no duden en creer. (Jn 14:27-29).

“La paz sea con ustedes”, fueron las primeras palabras que pronunció el Papa León XIV al ser presentado como nuestro nuevo Papa. Las mismas palabras que pronunció Jesús resucitado cuando se apareció por primera vez a sus discípulos, y la paz que nuestro nuevo Santo Padre desea para nosotros solamente puede venir de Cristo. Nos da la paz no como la da el mundo, de forma provisional y condicional, sino como una alianza permanente e irrevocable entre nuestro Dios misericordioso y su pueblo.

Como Vicario de Cristo, el Papa León tiene la sagrada responsabilidad de consolarnos, desafiarnos e instruirnos como fieles seguidores de Jesús. La forma para llevar a cabo esta impresionante tarea no es confiando en sus propios dones y talentos—que de por sí son considerables—sino confiando en el poder del Espíritu Santo, que actúa activamente en el mundo.

Cada vez que recitamos el Credo de Nicea, decimos “Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria y que habló por los profetas.”

El Espíritu Santo fue decisivo en la génesis de la Iglesia como Cuerpo de Cristo, y fue el que insufló vida a san Pedro y a los primeros Apóstoles, dándoles poder como discípulos misioneros de Jesucristo llamados a proclamar su Evangelio hasta los confines de la Tierra.

Sin el Espíritu Santo, la misión del sucesor de san Pedro sería terriblemente compleja y difícil. Requeriría el postureo político de un liderazgo secular, y sus logros serían, en el mejor de los casos, el resultado de la sabiduría humana. En el Credo, profesamos que el Espíritu Santo es “el dador de vida.” Los católicos creemos que el Espíritu Santo es también el dador de muchos dones espirituales, entre ellos amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, generosidad, fidelidad, mansedumbre, modestia, prudencia, valentía y sabiduría.

Recemos para que el Espíritu Santo bendiga al Papa León XIV con todos estos dones mientras lleva a cabo su misión de tender puentes y construir la paz en nuestra Iglesia y en el mundo. Y que el Espíritu de Dios le guíe en todos los aspectos de su ministerio petrino. †

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