May 16, 2025

Cristo, la piedra angular

¿Quiere acercarse más a Cristo? Ame incondicionalmente

Archbishop Charles C. Thompson

Les doy un mandamiento nuevo: Ámense unos a otros; como yo los he amado, así también ámense los unos a los otros. El amor mutuo entre ustedes será el distintivo por el que todo el mundo los reconocerá como discípulos míos (Jn 13:34-35).

La lectura del Evangelio del quinto domingo de Pascua (Jn 13:31-33a, 34-35) nos plantea la pura verdad: si queremos ser seguidores de Jesucristo, debemos amarnos unos a otros.

El amor no es algo opcional; es esencial para nuestra vocación de discípulos misioneros que viven y anuncian el Evangelio. El hecho de que nos amemos unos a otros es el único signo seguro de que somos quienes decimos ser como personas unidas a Cristo y entre nosotros.

“Les doy un mandamiento nuevo: Ámense unos a otros” (Jn 31:34), dice Jesús a sus discípulos (y a todos nosotros). Pero el tipo de amor que Jesús exige a sus seguidores no es el “amor” que vemos todos los días en el mundo; no es amor romántico, ni amor paternal, ni siquiera amistad. El amor que se nos ordena compartir unos con otros es un amor sacrificial, un amor que se preocupa más por el bien de los demás que por sus propios intereses o sentimientos hacia sí mismo o hacia otros.

Un amor desinteresado es lo que hace posible que los seguidores de Jesús amen a sus enemigos y recen por quienes los persiguen. Se nos desafía a amar a aquellos con los que no estamos de acuerdo y a rezar por quienes nos harían daño.

Se nos ordena pensar menos en nuestras propias necesidades y deseos, y más en las necesidades y deseos de los demás: desde los más cercanos a nosotros, los que son simples conocidos, hasta los extraños e incluso nuestros enemigos. “Ámense unos a otros,” nos dice Jesús, sin matices ni distinciones, “como yo los he amado” (Jn 31:34). Jesús nos ama desinteresada e incondicionalmente, sin excepción, y exige que sigamos su ejemplo.

El mandamiento del amor desinteresado abarca todos los demás mandamientos. Requiere que amemos a Dios por encima de todo, y que amemos a los demás—a todos—como nos amamos a nosotros mismos. Este amor hace posible que vivamos una vida buena y santa, de acuerdo con el plan de Dios para nosotros.

Nos permite observar todos los mandamientos, vivir las Bienaventuranzas y seguir las huellas de Jesús, que es el Camino, la Verdad y la Vida. Cuando nos amamos unos a otros como Jesús nos ama, nos despojamos de las pesadas cargas del egoísmo y del pecado y abrazamos la libertad y la felicidad de los hijos de Dios tanto aquí y ahora como en la alegría del cielo.

Este tipo de amor es sencillo y sin complicaciones, pero no es fácil de lograr ya que todo en nosotros se resiste a la orden de dejar de lado nuestros propios intereses.

Uno de los efectos más poderosos del Pecado Original—la elección de nuestros primeros padres de anteponer sus propios intereses al plan de Dios—es nuestra tendencia «natural» a pensar primero en nosotros mismos. Justificamos nuestro egoísmo con mil excusas, pero al final, olvidamos el ejemplo de nuestro Señor, y no logramos amarnos los unos a los otros como Jesús nos ama.

Por eso es tan importante rezar y recibir frecuentemente los sacramentos de la reconciliación y la Eucaristía: porque necesitamos la ayuda de la gracia de Dios para amarnos unos a otros de una forma sacrificial. Necesitamos ayuda para poner freno a nuestro interés personal y anteponer la voluntad de Dios (el bien de los demás).

La segunda lectura del V Domingo de Pascua (Ap 21:1-5) continúa con el relato del gran Apocalipsis que nos compartió san Juan Evangelista. Se trata de una visión del mundo venidero, pero la muerte y la resurrección de Jesús han abierto una puerta entre nuestro tiempo en la Tierra y el reino celestial de esa visión. Tal como revela el evangelista:

Esta es la morada que Dios ha establecido entre los seres humanos. Habitará con ellos, ellos serán su pueblo y él será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo viejo ha desaparecido (Ap 21:3-4).

Si nos amamos unos a otros como Jesús nos ama, viviendo juntos como discípulos y misioneros del Señor que nos ama incondicionalmente, ayudaremos a construir el reino de Dios aquí y ahora. Es más, nos prepararemos para entrar en el reino celestial, la Jerusalén nueva y eterna donde Dios habita con su pueblo y donde el sufrimiento y la muerte ya no existen.

Mientras continuamos nuestra celebración de la Pascua, pidamos a nuestro Señor Resucitado que nos dé la gracia que necesitamos para amarnos unos a otros como Él nos ama. †

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