Cristo, la piedra angular
Como el Buen Pastor, llevemos a todos el don de la vida eterna
El cuarto domingo de Pascua se conoce también como el Domingo del Buen Pastor. En la lectura del Evangelio según san Juan, Jesús dice:
Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna, y nunca perecerán, ni nadie podrá arrebatármelas de la mano. Mi Padre, que me las ha dado, es más grande que todos; y de la mano del Padre nadie las puede arrebatar. El Padre y yo somos uno. (Jn 10:27-30)
La imagen de un pastor y del rebaño confiado a su cuidado es un tema que se destaca en todo el Nuevo Testamento. Jesús utiliza esta imagen para describir su relación con sus seguidores y aprovecha esta oportunidad para establecer claramente que su ministerio como pastor bonum (buen pastor) emana de la relación entre Jesús y su Padre Celestial.
Los que han elegido seguir a Jesús, y llevar a cabo su misión salvadora, son a la vez ovejas que siguen a Cristo, el Buen Pastor, y pastores que cuidan su rebaño.
Esta doble responsabilidad es lo que caracteriza a los discípulos misioneros de Jesucristo como aquellos que se han entregado de todo corazón en devoción a su Señor y en servicio al pueblo de Dios.
En la lectura del Evangelio del pasado fin de semana, tercer domingo de Pascua (Jn 21:1-19), se ilustró poderosamente esta doble responsabilidad de devoción a Jesús y de servicio a su pueblo. Recordemos el relato del cuestionamiento de Jesús hacia Pedro:
Terminada la comida, Jesús preguntó a Pedro:
—Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? Pedro le contestó:
—Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dijo:
—Apacienta mis corderos. Jesús volvió a preguntarle:
—Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro respondió:
—Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dijo:
—Cuida de mis ovejas. Por tercera vez le preguntó Jesús:
—Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro se entristeció al oír que le preguntaba por tercera vez si lo quería, y contestó:
—Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero. Entonces Jesús le dijo:
—Apacienta mis ovejas. (Jn 21:15-17)
Todo discípulo que pretenda amar a Jesús debe demostrarlo concretamente a través de obras de misericordia y de atención pastoral; las palabras por sí solas no bastan. Jesús exige a san Pedro (y, por tanto, a sus sucesores) que “apacienten sus ovejas.”
Y, de hecho, todos los que buscan seguir a Jesús, ya sea como clérigos ordenados, religiosos consagrados o laicos, tienen una responsabilidad que surge de su bautismo de compartir la misión pastoral de la Iglesia. Mostramos nuestro amor a Jesús cuando «apacentamos sus ovejas» atendiendo las necesidades espirituales y temporales de todos sus hermanos y hermanas en la única familia de Dios.
Jesús, el Buen Pastor, nos dice que lo único que él puede dar a su rebaño es “la vida eterna.” Esta profunda verdad se ilustra en la segunda lectura del Apocalipsis, donde se nos muestra la visión de “una gran multitud, que nadie podía contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas” (Ap 7:9).
San Juan Evangelista identifica a esta variopinta multitud como todos aquellos que han sido lavados “en la sangre del Cordero” (Ap 7:14). Es una imagen de lo que nos sucede a todos los que hemos sido bautizados en la muerte de Jesús, el Cordero Pascual:
Por eso están ante el trono de Dios, rindiéndole culto día y noche en su Templo; el que está sentado en el trono los protege. Ya no volverán a sentir hambre ni sed ni el ardor agobiante del sol. El Cordero que está en medio del trono será su pastor, los conducirá a manantiales de aguas vivas, y Dios mismo enjugará toda lágrima de sus ojos. (Ap 7:15-17)
Los que seguimos a Jesús, que es a la vez el Buen Pastor y el Cordero sacrificado por nuestros pecados, recibimos el gran don de la vida eterna, pero no osemos aceptarlo de forma pasiva o indiferente; debemos compartirlo con todos los que conozcamos.
También nosotros debemos ser pastores del amor y la bondad de Dios. Como Pablo y Bernabé en la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles (Hch 13:14, 43-52), debemos ser discípulos misioneros que anuncian con nuestras palabras y acciones: “Te he puesto como luz de las naciones y como portador de salvación para el mundo entero” (Hch 13:47).
Mientras seguimos observando este tiempo de alegría pascual, volvamos a comprometernos a seguir a Jesús, el Buen Pastor y demostrémosle nuestro amor apacentando sus ovejas. †