April 25, 2025

Cristo, la piedra angular

Abramos el corazón a la invitación de amor de Cristo

Archbishop Charles C. Thompson

La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Del Señor viene todo esto y nos parece admirable. Este es el día en que actuó el Señor, alegrémonos, gocémonos en él (Sal 118:22-24).

El segundo domingo de Pascua se conoce también como el domingo de la Divina Misericordia, un día en el que prosiguen las celebraciones de la alegría pascual recordando hasta qué punto Dios nos colma de su amor y de su perdón.

El sacrificio de Jesús en la cruz fue el acto supremo de misericordia de Dios Padre, que envió a su Hijo único para redimirnos de nuestros pecados.

Jesús es el rostro de la misericordia; es el amor encarnado, y toda su vida estuvo destinada a demostrar cuánto nos ama y nos perdona Dios. Al morir en la cruz, nos perdonó; al resucitar, nos liberó. E incluso ahora, mientras está sentado a la derecha de su Padre en el cielo, envía su Espíritu Santo para llenar nuestros corazones con la abundante misericordia de Dios.

Somos libres de rechazar el perdón de Dios, así como su invitación a arrepentirnos, confesar nuestros pecados y aceptar el amor misericordioso que se nos ofrece en Cristo.

Nuestro Señor nunca nos obliga a nada sino que nos invita, nos anima—e incluso nos suplica—que nos dirijamos a Él con el corazón abierto. Nos da su gracia para ayudarnos, y nos señala a nuestra Madre María y a todos los santos que interceden por nosotros y nos muestran el camino. Pero al final, somos nosotros quienes tomamos la decisión.

Muy a menudo nos cuesta creer que el perdón de Dios sea real, o que puede aplicarse a nosotros. Al igual que Santo Tomás en la lectura del Evangelio del domingo, exigimos pruebas: “Si yo no veo en sus manos la señal de los clavos, ni meto mi dedo en el lugar de los clavos, y mi mano en su costado, no creeré” (Jn 20:25).

Y, sin embargo, a pesar de nuestra incredulidad, el Señor no duda en mostrarnos sus llagas y asegurarnos que su amor y su misericordia están a nuestra disposición:

Luego le dijo a Tomás: “Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.” Entonces Tomás respondió y le dijo: “¡Señor mío, y Dios mío!” Jesús le dijo: “Tomás, has creído porque me has visto. Bienaventurados los que no vieron y creyeron” (Jn 20:27-30).

Jesús no quiere otra cosa que recibir de nosotros una profesión de fe que reconozca la misericordia de Dios. Cuando le permitimos que nos libere de nuestra esclavitud del pecado y nos cure de la ceguera espiritual que rechaza su perdón, nos bendice y nos hace santos.

Como reza el salmo responsorial del segundo domingo de Pascua:

Me empujaban intentando derribarme, pero el Señor me ayudó. Dios es mi fuerza y mi potencia, él fue para mí la salvación. Gritos de gozo y victoria hay en las tiendas de los justos. (Sal 118:13-15)

Cuando caemos en la desobediencia del pecado, el Señor nos ayuda. Él está siempre presente, y su misericordia está siempre a nuestra disposición. Simplemente tenemos que rezar: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, que soy pecador.” No importa cuántas veces recemos esta oración, la respuesta es siempre la misma (aunque no la oigamos o no la entendamos). Cuando buscamos la misericordia de Dios, Él nos dice: “Tus pecados están perdonados. Vete y no peques más.”

El sacramento de la reconciliación (penitencia) es la forma concreta y tangible en que podemos experimentar el amor y la misericordia de Dios. Cuando confesamos nuestros pecados, prometemos no pecar más, hacemos un acto sincero de contrición y cumplimos la penitencia, tenemos la seguridad de que el amor y la misericordia de Dios están con nosotros.

Este gran sacramento es el instrumento de Dios para la curación y la alegría. Cuando nos desprendamos de las cargas de la vida cotidiana y permitamos que la gracia de Dios nos cambie, experimentaremos un anticipo de la gloria celestial. Como Santo Tomás, nuestras dudas sobre Jesús se disiparán, y sabremos con toda la certeza de la fe que estamos perdonados.

Cristo es la piedra angular, el fundamento de todo lo que decimos y hacemos en la vida. El Domingo de la Divina Misericordia emana directamente de la humildad y el amor liberador que Jesús mostró cuando bajó del cielo para vivir, morir y resucitar por nosotros.

Mientras seguimos celebrando la Pascua, dejemos que nuestro Dios nos muestre su amor y su perdón. Y recemos: Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de nosotros, que somos pecadores. †

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