April 18, 2025

Cristo, la piedra angular

El Viernes Santo nos llama al arrepentimiento y a poner nuestra esperanza en Cristo

Archbishop Charles C. Thompson

Adoramos tu Cruz, Señor, alabamos y glorificamos tu santa Resurrección, pues he aquí que por la madera de un árbol ha llegado la alegría al mundo entero. (Antífona del Viernes Santo)

Hoy es Viernes Santo, un día de tristeza, luto y vergüenza que conduce paradójicamente a la experiencia de una gran esperanza y regocijo. Hoy es el día en que Jesucristo fue crucificado, una de las formas más horribles de pena capital jamás concebidas.

Por nosotros, el que estaba libre de pecado cargó con el peso de la humanidad pecadora y se sometió a la crueldad de la cruz como castigo por las injusticias cometidas (y que se siguen cometiendo) no por él, sino por nosotros.

Hacemos bien en recordar este día con inmensa tristeza. ¿Qué podría ser peor que este rechazo sacrílego del Hijo único de Dios? Su venida a la Tierra fue una misión divina de rescate destinada a redimirnos de los poderes del pecado y de la muerte.

Nosotros lo rechazamos, pero él continuó su misión y tomó la cruz que es el signo de nuestra redención; perdonó nuestras traiciones e infidelidades, y se sometió a la voluntad de su Padre para que pudiéramos salvarnos. No es de extrañar que la liturgia del Viernes Santo nos haga proclamar: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos porque por tu Santa Cruz has redimido al mundo.

Este es un gran misterio: un horrible instrumento de burla, tortura y dolorosa ejecución se ha convertido en el medio por el que la humanidad caída ha sido salvada del poder del pecado y de la muerte.

Como leemos en la primera lectura de hoy (Is 52:13-53:12), el profeta Isaías predijo esta misteriosa verdad en su descripción del Siervo sufriente:

Se verá angustiado y afligido, pero jamás emitirá una queja; será llevado al matadero, como un cordero; y como oveja delante de sus trasquiladores se callará y no abrirá su boca. Sufrirá la cárcel, el juicio y la muerte; ¿y quién entonces contará su historia, si él será arrancado por completo de este mundo de los vivientes y morirá por el pecado de mi pueblo? Se le dará sepultura con los impíos; morirá en compañía de malhechores; a pesar de que nunca hizo violencia a nadie, ni jamás profirió una sola mentira. Pero al Señor le pareció bien quebrantarlo y hacerlo padecer.

Cuando se haya presentado a sí mismo como ofrenda para la expiación de pecado, verá a su descendencia, tendrá una larga vida, y por medio de él se verá prosperada la voluntad del Señor. (Is 53:7-10)

Isaías nos dice que “al Señor le pareció bien quebrantarlo y hacerlo padecer” (Is 53:10). ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo puede complacer a Dios que alguien, especialmente su único Hijo, sufra? ¿Cómo puede la crueldad humana satisfacer la voluntad de Dios?

La Iglesia enseña que el sufrimiento y la muerte de Jesús fueron redentores, ya que condujeron directamente a su glorioso triunfo sobre el pecado y la muerte, y lograron la victoria que nos ha liberado. Como dice Isaías, se entrega “a sí mismo como ofrenda para la expiación de pecado” (Is 53:10) y el resultado es la vida eterna. Jesús dice “sí” a la voluntad de su Padre y nuestra salvación se lleva a cabo a través de él.

San Pablo describe correctamente la pasión y muerte del Señor como un acto de obediencia, una profunda entrega a la voluntad de su Padre. “Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo nombre” (Fil 2:8-9). Esta entrega decisiva, la entrega de su vida humana por nosotros, “ofrenda para la expiación de pecado,” es lo que determina su resurrección de entre los muertos y su exaltación como Hijo santísimo de Dios. El Padre lo eleva y santifica su nombre “sobre todo nombre.”

Nuestra celebración del Viernes Santo nos llama al arrepentimiento por nuestros pecados, pero también nos invita a poner toda nuestra esperanza en Jesús, que da su vida por nosotros y que nos ama tanto que está dispuesto a ofrecerse como sacrificio perfecto por nuestros pecados. “Mas él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por sus llagas fuimos nosotros curados” (Is 53:5).

Observado correctamente, el Viernes Santo afirma una de las verdades más fundamentales de nuestra fe católica: el único camino al cielo es el de la cruz y la única manera de curar nuestras heridas autoinfligidas, es rendir nuestra voluntad al poder sanador de Dios, nuestro Padre.

La tristeza de hoy dará paso a la alegría, pero solo después de que suframos con Jesús y nos entreguemos a Él por completo. Volvamos nuestras mentes y nuestros corazones a Jesús, que cargó sobre sus hombros los pecados del mundo para liberarnos. †

Local site Links: