Cristo, la piedra angular
Como pecadores, arrepintámonos y renovémonos durante la Cuaresma
La lectura del Evangelio del tercer domingo de Cuaresma (Lc 13:1-9) habla de nuestra necesidad de arrepentimiento. El pasaje comienza relatando sobre algunas habladurías, incluso calumnias, que rondaban. “Había allí algunos que contaron a Jesús acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con la de sus sacrificios” (Lc 13:1). ¿Quiénes son estas personas? ¿Y qué esperan conseguir al contarle a Jesús lo que han hecho estos escandalosos galileos?
Por la reacción de nuestro Señor, sabemos que no quiere saber nada de ese tipo de “habladurías,” de chismes que denigran a un grupo de personas solamente para sentirse superior a ellas. “Él les respondió: “¿Piensan que estos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque sufrieron esto? Les digo que no; al contrario, si ustedes no se arrepienten, todos perecerán igualmente” (Lc 13:2-3).
Al menospreciar a los demás y hablar de ellos, actuamos como si estuviéramos libres de pecado; no reconocemos que también somos pecadores y abusamos de nuestros hermanos y hermanas al tratarlos como si fueran menos que nosotros a los ojos de Dios. Este es el tipo de hipocresía que siempre enoja a Jesús. ¿Por qué? Porque él sabe exactamente quiénes somos, y no tolerará a las personas que se inflan de orgullo y pretenden ser mejores que los demás.
En su autobiografía Esperanza, el papa Francisco habla de esta condición tan humana. Escribe:
Soy pecador. Esa es la definición más justa. Y no es solo una expresión, un artificio dialéctico, un género literario, una pose teatral. […]
Todos somos pecadores; si me dijera a mí mismo que no lo soy, entonces sería la persona más corrupta. En nuestra oración a María, decimos que es madre de “nosotros los pecadores,” y así es. Pero no de corruptos. Los corruptos venden a su madre, venden su lugar en su familia o en su pueblo. Toman decisiones que les beneficia a ellos mismos. Diría que es hasta satánico: cierran la puerta por dentro, cierran la puerta con doble llave.
La diferencia entre los pecadores y los corruptos es que los pecadores pueden arrepentirse y convertirse. En el lenguaje del Evangelio de este domingo, pueden arrepentirse y empezar de nuevo a “dar fruto” (Lk 13:9).
Los corruptos se niegan a reconocer su pecaminosidad y actúan como si no tuvieran la culpa de las consecuencias negativas de sus actos. “La incapacidad de sentir la culpa personal es una enfermedad grave y muy extendida,” dice el papa Francisco. Pero incluso los grandes pecadores pueden salvarse si tienen la humildad de admitir sus errores y dejan que la gracia de Dios entre en sus vidas.
En el salmo responsorial del cuarto domingo de Pascua (Sal 103), rezamos:
Él es el que perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus enfermedades; El que rescata de la fosa tu vida, El que te corona de bondad y compasión; Compasivo y clemente es el Señor, Lento para la ira y grande en misericordia.
Porque como están de altos los cielos sobre la tierra, Así es de grande Su misericordia para los que le temen.
Jesucristo es compasivo y clemente; sabe que todos somos pecadores pero no hace comparaciones ni se dedica a las habladurías. Es lento para la ira y desborda bondad. Nos invita a todos—sin importar quiénes somos o qué hemos hecho—a acudir a Él y pedirle perdón.
En la segunda parte del Evangelio del domingo, Jesús cuenta la parábola de la higuera. Describe a un hombre que poseía un huerto con una higuera que desde hacía tres años no daba fruto. Comprensiblemente, el hombre quiere cortarla, pero el jardinero pide clemencia para la higuera. Promete cultivar la tierra a su alrededor y fertilizarla con la esperanza de que vuelva a dar fruto.
Siempre tenemos la posibilidad de recibir una segunda oportunidad, pero requiere mucho trabajo y «un firme propósito de enmienda». Tenemos que querer cambiar y estar dispuestos a hacer lo que sea necesario para dar un giro a nuestras vidas y enderezar nuestros caminos.
“Tengo una certeza dogmática”—dice el papa Francisco—: “Dios está en la vida de cada persona. [...] Incluso aunque su vida haya sido un desastre, si esa persona ha sido sacudida por los vicios, por las drogas, por cualquier otra cosa, Dios está en esa vida.”
Durante este tiempo de Cuaresma, no nos veamos como mejores que los demás, sino como pecadores deseosos de arrepentirnos y renovarnos física, emocional y espiritualmente. Trabajemos para cultivar y abonar la tierra a la que estamos conectados para que podamos volver a dar mucho fruto. †