Cristo, la piedra angular
Dígale un ‘sí’ a Dios y su vida cambiará para siempre
El Evangelio del quinto domingo del tiempo ordinario (Lc 5:1-11) se utiliza con frecuencia en homilías o charlas sobre las vocaciones.
Jesús le dice a Simón y a sus compañeros, Santiago y Juan, que vuelvan a echar las redes después de una larga e inútil noche. Los resultados son asombrosos, y los tres pescadores se asombran del milagro que han presenciado. Jesús dice a los futuros Apóstoles: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres.”
Y san Lucas añade “Y después de traer las barcas a tierra, dejándolo todo, siguieron a Jesús” (Lc 5:10-11).
La vocación única o el llamado que reciben estos tres hombres es el resultado de su encuentro personal con el poder de Dios manifestado en la persona de Jesús. Simón reconoce que Jesús es alguien especial cuando accede a hacer lo que ningún pescador experimentado se molestaría en considerar. “Maestro, hemos estado trabajando toda la noche y no hemos pescado nada, pero porque Tú lo pides, echaré las redes” (Lc 5:5).
Al llamar a Jesús “Maestro,” Simón lo trata con respeto; al hacer lo que le pidió, demuestra que está dispuesto a probar algo que no entiende. Este es el tipo de obediencia (disposición) esencial para responder al llamado de Dios. De hecho, ninguno de nosotros, seamos clérigos, religiosos o laicos, sabemos lo que ocurrirá cuando aceptemos nuestra vocación. Depositamos nuestra confianza en el Señor, seguros de que Él cuidará de nosotros en cada circunstancia a la que nos enfrentemos.
Después del milagro de la abundante pesca, Simón llama a Jesús por otro nombre. Tal como nos dice san Lucas, al ver esto, Simón cayó de rodillas ante Jesús diciendo: “¡Apártate de mí, Señor, pues soy hombre pecador!” En reconocimiento de su santidad, de su cercanía a Dios, ahora se dirige a Jesús como “Señor” (Kyrios en griego). En el encuentro con la santidad misma, Simón es plenamente consciente de su inferioridad y su primer instinto es distanciarse del Señor; pero Jesús tiene otro plan para Simón. A medida que este se desarrolle, Jesús le dará una nueva identidad como «Pedro» (la piedra) y, como sabemos, le dará la primacía entre los 12 Apóstoles y la autoridad sobre la Iglesia que fundará.
En la segunda lectura (1 Cor 15:1-11), san Pablo afirma esa primacía entre los Apóstoles:
Porque yo les entregué en primer lugar lo mismo que recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; que se apareció a Cefas y después a los doce. Luego se apareció a más de 500 hermanos a la vez, la mayoría de los cuales viven aún, pero algunos ya duermen. Después se apareció a Jacobo, luego a todos los apóstoles. Y al último de todos, como a uno nacido fuera de tiempo, se me apareció también a mí. (1 Cor 15:3-8)
¿Cuáles eran las cualificaciones de Simón Pedro para su singular papel de líder? Sabemos por otras fuentes de las Escrituras que tenía sus fallas personales, pero es evidente que Jesús vio en él algo que justificaba el nombre de “piedra.” La Sagrada Escritura sugiere cuatro características o virtudes que distinguen a san Pedro, a saber: humildad, paciencia, pureza de corazón y obediencia.
Cuando Simón Pedro dice “soy un hombre pecador,” no está siendo falsamente modesto, dice la verdad. Cuando acepta volver a echar las redes tras una larga
noche sin suerte, demuestra que puede superar su impaciencia
natural y depositar su confianza en Dios.
Los cuatro Evangelios muestran a Simón Pedro como un hombre puro de corazón. Independientemente de los defectos que pueda tener, Pedro es honesto, amable y sólo le interesa el bien de los demás. Demuestra constantemente que quiere ser obediente a su Señor, incluso cuando sus debilidades se interponen en su camino. Y quizá lo más importante, cuando no cumple lo que su vocación le exige y traiciona a su Señor, acepta Su perdón y se esfuerza aún más por ser la piedra que la Iglesia de Cristo requiere.
Simón Pedro es un modelo para todos los que hemos sido llamados a ser discípulos misioneros de Jesucristo. Sabe que no es perfecto, pero confía en que la gracia de Dios suplirá sus carencias. Junto con sus compañeros, Santiago y Juan, está dispuesto a renunciar a la comodidad, la seguridad y todo lo que el mundo ofrece para seguir a Jesús.
“Sal a la parte más profunda y echen sus redes para pescar” (Lc 5:4). Esta es la orden que Jesús dio a Pedro, Santiago y Juan. Cuando dijeron “sí,” sus vidas cambiaron para siempre. †