Cristo, la piedra angular
Como san Pablo, acerquémonos más a Cristo y guiemos a otros hacia él
Mañana, 25 de enero, celebraremos la Conversión de San Pablo. Recordamos especialmente el momento en que Saulo, que perseguía celosamente a la joven Iglesia, se encontró con Cristo resucitado en el camino a Damasco. Este encuentro cara a cara le cambió la vida y contribuyó directamente al crecimiento de la Iglesia y a la formación espiritual de millones de personas, hasta nuestros días.
El extraordinario ministerio evangelizador de este gran santo (ahora llamado Pablo) es algo que todo cristiano bautizado está llamado a imitar a su manera.
La mayoría de nosotros no podemos viajar, escribir o inspirar a las comunidades locales como lo hizo san Pablo, pero podemos cultivar nuestra relación personal con Jesús (especialmente en la Eucaristía), y podemos hacer nuestra parte para compartir con los demás la Buena Nueva de nuestra salvación en Cristo. Esto es lo que significa ser discípulo misionero: salir con alegría y esperanza anunciando el Evangelio a todos los que encontremos en el camino.
La historia narrada en los Hechos de los Apóstoles (Hch 9:1-22) es inspiradora. “Saulo, respirando todavía amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, fue al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que si encontraba algunos que pertenecieran al Camino, tanto hombres como mujeres, los pudiera llevar atados a Jerusalén” (Hch 9:1-2).
Resulta chocante pensar que el hombre que hoy consideramos una de las figuras fundamentales de la historia cristiana comenzara cometiendo “crímenes de odio” contra una minoría vulnerable del Imperio Romano. Su historia—y la nuestra—podría haber sido muy distinta si Cristo no hubiera intervenido.
Las Escrituras nos dicen que el Señor Resucitado se negó a permitir que su joven Iglesia se viera frustrada por un fanático asesino:
“Y mientras viajaba, al acercarse a Damasco, de repente resplandeció a su alrededor una luz del cielo. Al caer a tierra, oyó una voz que le decía: ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?’ ‘¿Quién eres, Señor?’ preguntó Saulo. El Señor respondió: ‘Yo soy Jesús a quien tú persigues; levántate, entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer’ ” (Hch 9:3-6).
Muchas representaciones artísticas de este dramático acontecimiento muestran a Saúl literalmente “derribado de lo alto de su caballo.” Sin duda fue una humillación y una experiencia que le cambió la vida. San Lucas dice que quedó ciego y que lo tuvieron que llevar de la mano el resto del camino.
Cuando llegó a Damasco, se puso al cuidado de un seguidor de Jesús llamado Ananías. El Señor se le apareció a Ananías en una visión y le dijo que le pusiera “las manos sobre él [Saulo] para que recobre la vista” (Hch 9:12). Ananías no estaba seguro de esto, y dijo: “Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuánto mal ha hecho a Tus santos en Jerusalén, y aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los que invocan Tu nombre” (Hch 9:13-14). Pero Jesús tenía otros planes y le dijo a Ananías: “Ve, porque él es Mi instrumento escogido, para llevar Mi nombre en presencia de los gentiles, de los reyes y de los israelitas; porque Yo le mostraré cuánto debe padecer por Mi nombre” (Hch 9:15-16).
Jesús eligió a san Pablo para que fuera su instrumento, lo que demuestra cómo Dios puede tomar el mal y transformarlo para sus propósitos. Incluso los grandes pecadores pueden ver la luz de Cristo y ser transformados. Por supuesto, Saulo podría haberse negado a aceptar la gracia de Cristo que transformó su vida; podría haberse aferrado al odio ciego que motivó su persecución de los seguidores de Jesús. Pero Pablo dejó a un lado su rígido enfoque de la fe religiosa y abrió su mente y su corazón a un nuevo camino. Como resultado, se convirtió en el hombre que veneramos y respetamos como quizá el mayor discípulo misionero que jamás haya existido.
La vida de san Pablo dio un vuelco a raíz de su encuentro personal con Jesús. San Lucas nos dice que Ananías obedeció al Señor. Fue y puso las manos sobre su antiguo enemigo, diciendo:
“Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo” (Hch 9:17). Inmediatamente cayeron de sus ojos algo como escamas y recuperó la vista; se levantó y fue bautizado, y cuando hubo comido, recobró las fuerzas.
Lleno del Espíritu Santo, san Pablo se dirigió al mundo entero. Sus palabras y acciones resuenan ahora a través de los milenios llegando a todos los rincones del planeta. Alabemos a Dios por las maravillas que obra a través de nosotros, sus instrumentos elegidos. †