February 24, 2023

Cristo, la piedra angular

Pidamos la gracia de Dios para superar las tentaciones de la vida en esta Cuaresma

Archbishop Charles C. Thompson

En la lectura del Evangelio del primer domingo de Cuaresma (Mt 4:1-11), san Mateo nos cuenta que el Espíritu Santo llevó a Jesús al desierto “para ser tentado por el diablo” (Mt 4:1). ¿Por qué el Espíritu de Dios atraería deliberadamente a Jesús a una situación que sería incómoda, en el mejor de los casos y, en el peor, peligrosa para su salud física y espiritual?

Con toda razón nos ofende la idea de que el demonio sea tan osado e irrespetuoso que se atreva a tentar al Hijo de Dios. ¿Quién se cree Satanás y qué le hace pensar que tiene alguna posibilidad de convencer a Jesús de que traicione a su Padre y su misión en la Tierra?

Sabemos que Jesús estaba hambriento, débil y muy cansado después de ayunar y estar expuesto a los elementos durante 40 días. Cuando el diablo le ofreció consuelo, seguridad y poder terrenal, Jesús no estaba en su mejor momento, humanamente hablando. Y, sin embargo, se resistió con fuerza, recordando a Satanás que solamente Dios nos da lo que necesitamos para vivir en comunión con Él; no le alza la voz ni reprende a su tentador sino que mantiene la calma y responde a cada tentación con una simple declaración de la verdad: no solo de pan vive el hombre. No nos corresponde poner a prueba al Señor, nuestro Dios; se nos ordena amar y adorar únicamente a Dios. Ninguna ganancia terrenal merece traicionar al Señor, nuestro Dios. Ninguna suma de dinero, cantidad de éxito o poder mundano puede sustituir una vida recta y la aceptación de la voluntad de Dios.

Cuando recitamos el Padrenuestro, la oración que Jesús nos enseñó, pedimos no caer en la tentación. Sabemos que no tenemos la fuerza de Jesús ni su confianza en la capacidad del Espíritu Santo para sostenernos frente al Príncipe de la Mentira y su poder seductor, pero también sabemos que no podemos evitar por completo toda forma de tentación. Por eso la experiencia de Jesús en el desierto nos resulta tan ilustrativa. Si el Hijo único de Dios se vio arrastrado a este tipo de situación inquietante e incómoda, ¿quiénes somos nosotros para pensar que no nos puede pasar?

La primera lectura de este domingo (Gn 2:7-9, 3:1-7) nos recuerda que nuestros primeros padres, que gozaban de todas las ventajas posibles, fueron tentados por el Maligno en forma de serpiente, “el más astuto de todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho” (Gn 3:1).

A diferencia de Jesús en el desierto, el primer hombre y la primera mujer cayeron en la tentación y desobedecieron el mandato del Señor. Sus pecados, y los de toda la humanidad, son la razón por la que Dios se hizo hombre en primer lugar. Su debilidad, y la de sus hijos, son la causa del sufrimiento y la muerte de Cristo en una cruz.

Como enseña san Pablo en la segunda lectura de este domingo (Rom 5:12-19), el mismo Jesús que rechaza con calma, pero con firmeza las tentaciones del diablo es el responsable de reparar los males que vinieron al mundo a causa del pecado de nuestros primeros padres.

Porque si por la ofensa de uno reinó la muerte por aquel uno, cuánto más reinarán en vida los que reciben la abundancia de su gracia y la dádiva de la justicia mediante aquel uno: Jesucristo. (Rom 5:17)

El Espíritu Santo lleva a Jesús al desierto por nosotros, para enfrentarse al Maligno y presagiar la victoria decisiva que obtendrá, de una vez por todas, el Viernes Santo.

Lo que aprendemos de la experiencia de nuestro Señor es que no debemos temer ante la tentación. Si ponemos nuestra confianza en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y si creemos que nos librará del mal, podemos estar tranquilos como lo estaba Jesús cuando se encontró con Satanás en el desierto.

Es cierto que no tenemos la sabiduría ni la fuerza de Jesús cuando nos enfrentamos a la tentación, pero sí tenemos el conocimiento certero que proviene de la fe de que la victoria final sobre el pecado y el mal ya ha sido ganada. Si tropezamos y cedemos a la tentación, no debemos preocuparnos de que todo esté perdido; solo debemos confesarnos, proponernos no pecar más, hacer penitencia, y todo pasará.

Al continuar nuestro camino cuaresmal, pidamos la gracia de afrontar la tentación sin ceder. Recemos para que, con nuestra oración, ayuno y limosna, estemos mejor preparados para enfrentarnos al demonio. Y recemos para que nuestra aceptación de la cruz de Cristo nos libre de todo mal. †

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