December 9, 2022

Cristo, la piedra angular

Durante el Adviento, nos alegramos con María, nuestra madre en la fe

Archbishop Charles C. Thompson

Hoy, viernes 9 de diciembre, se conmemora a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el indígena mexicano que tuvo el privilegio de encontrarse con María, la madre de Dios y nuestra madre, hablando su lengua y vestido con el traje de su propio pueblo, los chichimecas.

María envió a Juan Diego al obispo local con la petición de que se construyera una capilla en el cerro del Tepeyac, en las afueras de la actual Ciudad de México. Después de que el obispo se negara a creer la historia de Juan Diego, y exigiera pruebas, María le dio dos señales: rosas, que estaban fuera de temporada, y un manto incrustado con su imagen.

La imagen milagrosa incrustada en el manto de Juan Diego puede verse hoy en día en la actual Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, el santuario mariano más popular del mundo que recibe a más de 6 millones de peregrinos todos los años. Nuestra Señora de Guadalupe, cuya fiesta celebramos el 12 de diciembre, es la patrona de las Américas.

Millones de católicos y miembros de otras confesiones cristianas de Sudamérica, Centroamérica y Norteamérica buscan a la Virgen de Guadalupe para que nos proteja de todos los males que nos amenazan, como la enfermedad y la dolencia, la pobreza, la violencia y la agitación política, económico y social. “No tengas miedo. ¿No estoy yo aquí que soy tu madre?” son las palabras de consuelo y aliento que María dirigió a san Juan Diego, y a todos nosotros hoy, independientemente de nuestras circunstancias.

Ayer mismo celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción. Esta gran fiesta mariana nos recuerda con alegría que, por la gracia de Dios, María nació sin la mancha del pecado original. De entre nosotros, los descendientes de Adán y Eva, únicamente ella vino al mundo sin la “atracción gravitacional” del egoísmo y la tendencia innata a elegir lo que no es bueno para nosotros. María fue singularmente bendecida por una razón muy particular: estaba destinada a convertirse en la madre de nuestro Salvador Jesucristo.

María no sufrió coacción; se le pidió que aceptara libremente la invitación de Dios, pero como no estaba agobiada por el pecado, María era completamente libre de decir “¡Sí!” al desafiante y doloroso papel de ser la primera discípula cristiana. Por ello, fue la primera seguidora de Jesús que se negó a sí misma y siguió las huellas de su Hijo en el Camino de la Cruz.

Los católicos de Estados Unidos consideramos a la Inmaculada Concepción como nuestra patrona. Buscamos su protección y cuidado mientras trabajamos para construir una nación mejor para todos los que vienen aquí buscando libertad, justicia e igualdad. Reconocemos que nos queda un largo camino por recorrer antes de que nuestra visión de libertad y justicia para todos se haga plenamente realidad. Por eso acudimos a María Inmaculada para que nos ayude en nuestro camino hacia el establecimiento de la “unión más perfecta” para beneficio de todos, tal como nos pide el preámbulo de la Constitución de Estados Unidos, escrita hace 235 años.

Por supuesto, como católicos, creemos que la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía es lo que hace posible la unidad (comunión) que todos anhelamos. La auténtica devoción a la Santísima Virgen María nos lleva siempre al don de la presencia de su divino Hijo en la Eucaristía.

Este fin de semana celebraremos el tercer domingo de Adviento, que nos invita a alegrarnos por la vuelta de nuestro Señor Jesucristo. Como Dios “se ha dignado mirar a su humilde sierva” (Lc 1:48), María se alegra de la Encarnación de su Hijo. Ella mantiene este espíritu alegre durante su infancia, su ministerio público, su pasión, muerte y resurrección, y a lo largo de su presencia en la vida de la Iglesia después de Pentecostés.

Incluso cuando se ve obligada a estar al pie de la Cruz, la Madre de los Dolores abrumada por el dolor, nunca pierde la esperanza. Nunca pierde la alegría que ha poseído su corazón desde que el arcángel Gabriel la saludó por primera vez con palabras de regocijo: “Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús!” (Lc 1:28, 30, 31).

En la primera lectura del tercer domingo de Adviento (Is 35:1-6a, 10), el profeta Isaías proclama: “Digan a los de corazón amedrentado: “Esfuércense y no teman. ¡Miren! Aquí viene su Dios, para castigar a sus enemigos como merecen. Dios mismo viene, y él los salvará” (Is 35:4).

La Santísima Virgen María es el reflejo vivo de esta profecía. Ella es fuerte y no tiene miedo, y toda su vida—desde su Inmaculada Concepción hasta su igualmente milagrosa Asunción al cielo—nos asegura que nuestro Dios ha venido, está aquí y volverá.

Al continuar nuestro recorrido de Adviento, miremos a la Inmaculada, Nuestra Señora de Guadalupe, para que nos dé seguridad, esperanza y alegría. †

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