March 16, 2018

Cristo, la piedra angular

Digamos ‘sí’ a la voluntad de Dios y a una vida de bendiciones

Archbishop Charles C. Thompson

“Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna”
(Jn 12:24-25).

La Cuaresma es una buena época para reflexionar en lo que podríamos llamar las frases severas de Jesús.

Cuando leemos o escuchamos el Evangelio, a veces nos encontramos con enseñanzas que parecen ser estrictas o incluso imposibles. Las palabras de Jesús a menudo nos reconfortan y nos dan seguridad, pero también pueden desafiarnos a abandonar lo que el papa Francisco denomina nuestra “comodidad” para enfrentarnos a aquello que nos resulta difícil o desagradable en nuestra vida personal y en el mundo que nos rodea.

Ciertamente, las expresiones de Jesús que escucharemos el próximo domingo (el quinto domingo de Cuaresma) en el Evangelio según

San Juan, son ejemplo de las frases severas y paradójicas del Señor. “El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna” (Jn 12:25).

¿Acaso no se supone que amemos toda la vida humana, incluso la propia? ¿Y qué significa “no estar apegado a su vida en este mundo”? Con toda seguridad Jesús está exagerando. En otras ocasiones nos ha dicho que amemos a todos, incluso a nuestros enemigos, de la misma forma que nos amamos a nosotros mismos. ¿Acaso no hay aquí una contradicción?

La clave para entender las palabras del Señor en este pasaje se encuentra en la oración anterior: “Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12:24). La imagen del grano de trigo nos dice que Jesús habla acerca del poder transformador del amor creador de Dios. Si permitimos que la gracia de Dios nos transforme, podemos llegar a ser mucho más de lo que seríamos “naturalmente.” Pero si nos resistimos y nos aferramos a nuestro modo de ser, continuaremos iguales y no lograremos dar “mucho fruto.”

El aspecto fundamental es que, de acuerdo con el plan de Dios, la muerte jamás es el final sino el comienzo, un renacer. Esto es cierto con respecto al fin de la vida tal como la conocemos, pero además tiene que ver con las pequeñas pérdidas que experimentamos a lo largo de la vida. Si podemos entregarnos a la voluntad de Dios, tanto en las cosas pequeñas como en las grandes, podremos renacer y, en el proceso, dar mucho fruto. La cruz no es un obstáculo sino un camino que lleva hacia el sepulcro vacío; la muerte precede a la resurrección.

Dentro de unos días celebraremos la festividad de San José, el esposo de María y padre adoptivo de Jesús. José fue un hombre que tuvo que someter su voluntad a la de Dios. Cualesquiera planes que hubiera tenido para su vida, inclusive su futuro matrimonio, tener una familia y una carrera, cambiaron drásticamente con la revelación de que su prometida, María, había concebido un hijo por el poder del Espíritu Santo. José sabía que lo correcto era “abandonarla en secreto” (Mt 1:19), pero esa no era la voluntad de Dios. A José se le pidió que abandonara su vida (tal como la conocía) y que renaciera como el protector de María y de Jesús.

¿Acaso José no estaba apegado a su vida en este mundo? Esta pareciera una afirmación muy drástica, a menos que la observemos bajo la luz de las dificultades que José debió enfrentar entre su deseo de mantener el status quo, es decir, la vida que conocía, y las exigencias de una nueva vida con las incertidumbres que esto acarrea.

San José no podía saber con antelación que los secuaces del rey Herodes perseguirían a ese bebé y esto obligaría a su familia a huir por su propia seguridad y convertirse en refugiados sin hogar en una tierra extraña. Pero con toda seguridad sabía que la comodidad de su vida normal había llegado a su fin y que su vida nunca sería igual. Al final, rechazó su vida “en este mundo” para acoger una nueva vida de acuerdo con el plan de Dios.

Los evangelios no describen las luchas interiores que debió librar san José, pero sabemos que estas en verdad ocurrieron. También sabemos que José siempre aceptó la voluntad de Dios y, gracias a ello, tuvo una vida bendecida que sobrepasó con creces sus expectativas y esperanzas.

La Cuaresma es una época ideal para desapegarnos de nuestras vidas mediante la práctica de la autoprivación y la realización de buenas obras. Si imitamos a san José, cumpliremos con estas costumbres cuaresmales con recogimiento, sin aspavientos y dejaremos que la gracia de Dios nos transforme, para pasar de ser egocéntricos a convertirnos en discípulos misioneros que siguen a Jesús en el camino hacia la vida eterna.

Pidámosle a san José que rece por nosotros y nos inspire para ser fieles a la voluntad de Dios. †

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