December 22, 2017

Cristo, la piedra angular

¡Alégrense! Dios está con nosotros. Vengan, ¡vamos a adorarlo!

Archbishop Charles C. Thompson

“El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: ‘¡Ave!, llena de gracia, el Señor está contigo.’ Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo” (Lc 1:28-29).

La semana pasada celebramos el Domingo de Gaudete, palabra latina que significa alegría. El papa emérito, Benedicto XVI, ha indicado que la primera palabra del saludo del Ángel, “ave,” se podría traducir fácilmente por “alégrate.” Esto quiere decir que la palabra “alegría” es una de las primeras que aparece en el Nuevo Testamento.

En su carta a los filipenses, san Pablo nos dice que debemos estar alegres porque el Señor está cerca. Los cristianos siempre debemos estar alegres, pero nos regocijamos especialmente durante la época del Adviento y la Navidad por la cercanía del Señor.

¿Qué queremos decir al afirmar que el Señor está cerca?

Hace 2,000 años Cristo vivió entre nosotros como hombre; tras su pasión, muerte y resurrección, ascendió al encuentro con su Padre. Pero los cristianos creemos que volverá con gloria en el Día Final. También creemos que se encuentra con nosotros aquí y ahora: en la sagrada Eucaristía y en todos los sacramentos, en nuestras oraciones y en las obras que realizamos en su nombre, y siempre que haya dos o más reunidos como Su Iglesia.

¿Qué queremos decir al afirmar que el Señor—quien siempre está con nosotros—también volverá en la época de Navidad y al final de los tiempos?

Jesucristo es el Señor de la historia y esto significa que, si bien Él es el objetivo o el fin de la historia de la humanidad, no se encuentra confinado a los límites del tiempo y del espacio como nosotros. Por lo tanto, puede estar presente entre nosotros ahora y, al mismo tiempo, volver en el futuro.

El Adviento celebra este misterio. Aunque sabemos que Cristo siempre está con nosotros, igualmente aguardamos con alegre esperanza su regreso glorioso. Si bien creemos que su presencia en la Eucaristía es real, anhelamos la comunión más perfecta que disfrutaremos cuando estemos junto a Él en nuestro hogar celestial.

La “comunión perfecta” que está por venir se anticipa en las imágenes, los sonidos y los aromas de la Navidad. La época de la Navidad es el momento del año en el que nos alegramos de la venida del Señor. Alabamos su presencia y celebramos el hecho maravilloso de que Dios está con nosotros (Emmanuel), el Señor de la historia que eligió participar en nuestro tiempo y nuestro espacio para hacerse uno con nosotros.

Tal como lo expresó el papa Benedicto XVI: “Como niño, Jesús provino no solamente de Dios sino de otros seres humanos. Creció en el vientre de una mujer que le dio su carne y su sangre, su pulso, sus gestos y su idioma. Recibió vida de otro ser humano.” La Navidad celebra este gran misterio. Dios verdaderamente está con nosotros, encarnado en un recién nacido envuelto en pañales y acurrucado en un pesebre. San Pablo nos dice que el Dios Todopoderoso se ha entregado y ha adoptado la forma del ser humano más indefenso y vulnerable: un bebé.

Y esto es motivo de júbilo. Nos inunda la alegría porque finalmente ha llegado el Salvador a quien ansiábamos. Nos regocijamos porque no estamos solos en un universo vasto e indiferente. Dios está con nosotros. Nos conoce por nombre a cada uno y nos ama como sus hermanos en una sola familia de Dios.

Pero incluso mientras celebramos el misterio de la presencia de Dios aquí y ahora, también celebramos la profunda esperanza de que volverá otra vez. Un día pasará el sufrimiento y el mal que aquejan a este mundo, y vendrá el Reino de Dios—en la Tierra como en el cielo—; ese día toda lágrima será enjugada y veremos frente a frente el rostro de Dios.

Esa es la fuente de nuestra alegría y la razón por la que aguardamos anhelantes por el que creemos que es nuestra bendita esperanza. Es el motivo por el que celebramos el nacimiento de Cristo, y por el que proclamamos con la certeza absoluta de nuestra fe cristiana que Jesucristo ha muerto, ha resucitado ¡y vendrá nuevamente!

Mi oración por usted y por todo el clero, los religiosos y los fieles de la Iglesia del centro y del sur de Indiana es que se colmen de la esperanza cristiana y que vivan todas las alegrías de la época navideña. Y ahora, junto con toda la Iglesia, proclamamos: Maranatha! ¡Ven, Señor Jesús! Y, al mismo tiempo, cantamos con corazones rebosantes de alegría: Adeste, fidelis! Dios está con nosotros. Vengan, ¡vamos a adorarlo!

¡Feliz Navidad! †

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