August 25, 2017

Cristo, la piedra angular

En el mundo actual, debemos ser ‘católicos del tanto y como’

Archbishop Charles C. Thompson

El mes pasado, durante la homilía de mi instalación, hablé acerca de una de mis convicciones más férreas, lo que llamo “católicos del tanto y como.”

Demasiado a menudo hoy en día nos enfrentamos a la mentalidad excluyente de los condicionales, una polarización cada vez más pronunciada en nuestra sociedad y en la Iglesia que fomenta la división y el individualismo radical como sustitutos de la unidad y del bien común. Esa mentalidad condicional es el caldo de cultivo de temores, desconfianza, odio, indiferencia, prejuicio, egoísmo, desesperación, violencia e ideologías radicales.

Como pueblo de fe, y especialmente en mi caso como obispo, considero que nuestra función es estar dispuestos a situarnos en la brecha divisoria y atraer a la gente que se encuentra en los bordes extremistas, actuando como puentes de unidad, embajadores de fe e instrumentos de paz. Para poder lograrlo, debemos dejar que la semilla, la palabra de la vida eterna, se arraigue en el terreno fértil de nuestras propias almas.

Considero que el papa emérito Benedicto XVI y el papa Francisco nos ofrecen excelentes testimonios de cómo situarnos en esa brecha. El papa Benedicto es el catequista por excelencia; el papa Francisco es el evangelista por excelencia. Estos atributos necesariamente dependen y se alimentan el uno del otro.

El catequista necesita al evangelista para que las enseñanzas tomen cuerpo en las experiencias reales, en tanto que el evangelista necesita los cimientos firmes del catequista para poder evangelizar. Ambos se arraigan en la belleza, la bondad y la verdad de la Santísima Trinidad—Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo—que conocimos a través de la revelación divina de Dios, especialmente mediante y a través de la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.

El católico del tanto y como necesariamente requiere una catequesis sólida y una evangelización decidida, si va a marcar la diferencia en el curso de la humanidad, en lugar de ser un mero espectador que se mueve con los vientos del cambio, la negación y la crítica irrelevante.

Debemos concentrarnos tanto en la adoración como en el servicio, en la palabra y los sacramentos, en las escrituras y la tradición, en la cabeza y el cuerpo, en el clero y los seglares, en los mandamientos y en las bienaventuranzas, en el tono y en el contenido, en la justicia y la misericordia, en la doctrina y en las iniciativas de cuidados pastorales, el matrimonio y la familia, la fe y la razón, la espiritualidad y la religión, en sanar heridas y en consolar corazones, en la santidad y la ambición, en la oración privada y en la comunitaria, en la formación y en la educación, en la pertenencia local y universal, en la seguridad y en la acogida, en los derechos y en las responsabilidades, en hablar y escuchar, en la cruz y el sepulcro vacío, en la pasión y la resurrección, la catequesis y la evangelización y, tal como nos lo recuerdan los benedictinos, ora et labora (oración y trabajo).

¿Cómo animar al prójimo, así como a la cultura y a la sociedad, a participar en este enfoque de ser católicos del tanto y como? Tal como lo ha destacado el papa Francisco, como discípulos misioneros, debemos situarnos en la brecha de los efectos de la polarización, la división y el individualismo radical, cultivando una cultura de diálogo, de encuentro, de compañía, respeto mutuo, reconciliación, misericordia y esperanza.

Como pueblo centrado en la eucaristía, en primer lugar debe motivarnos la gratitud y el aprecio de la gracia divina entre nosotros, y al mismo tiempo tratar de involucrar, en vez de reaccionar o retroceder ante el mundo de culturas, economías, políticas, ciencias y religiones.

En medio de las estructuras, las políticas y los programas, no debemos perder de vista al ser individual. Nada en la humanidad y en la creación debe quedar fuera de nuestro radio de acción, nuestra zona de concentración y acción. Nuestra tarea no es intentar resolver los problemas del mundo sino guiar a las personas y a los pueblos a lograr un encuentro personal con la persona de Jesucristo, el Salvador del mundo.

Alejados de Dios, nuestra tarea es más que monumental; resulta imposible. Sin embargo, con Dios, todo es posible. De esta forma, celebramos la presencia misma y la gracia de Dios mediante la palabra y los sacramentos, que nos orientan y nos brindan sustento para llevar a cabo la tarea que Jesucristo le entregó inicialmente a los apóstoles: “Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28:19).

No debemos dejar olvidado a nadie, y prestar especial atención a los bebés que no han nacido, a los pobres, los jóvenes, los ancianos, los emigrantes y los inmigrantes, los refugiados, los enfermos, los moribundos, los adictos, los maltratados, los marginados, los solitarios, los desesperanzados, los prisioneros y todos los que sufren. Debemos interesarnos por el bienestar de cada persona, así como de toda la creación. Lo que hagamos o dejemos de hacer por nuestros hermanos, aun el más pequeño, lo hacemos también con el propio Cristo (cf. Mt 25:31-46).

Ser católicos del tanto y el como es una noción sencilla, pero puede ser difícil de aplicar en situaciones tensas. Pero aun así, el Señor nos pide que lo intentemos.

Recemos por la gracia para promover la unidad, en vez de la división en todo lo que decimos y hacemos como discípulos misioneros. Adoptemos el concepto del católico del tanto y como como una perspectiva para ver al mundo, tal como nuestro Creador lo concibió. †

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