November 11, 2016

Alégrense en el Señor

Noviembre es una época especial para dar gracias

Archbishop Joseph W. Tobin

Quizás se deba a que es el mes en el que celebramos la festividad característicamente estadounidense del Día de Acción de Gracias, pero lo cierto es que me encanta el título de autoría desconocida: “el mes del agradecimiento,” que a menudo acompaña al mes de noviembre.

Noviembre también es el mes en el que miles de organizaciones religiosas y sin fines de lucro envían sus campañas de recaudación de fondos de final de año. Tal vez no siempre nos sintamos agradecidos por la cantidad de solicitudes que recibimos, pero debemos agradecer a Dios por la excelente labor que realiza la red muy diversa y eficaz de organizaciones benéficas de nuestro país.

También podríamos denominar el mes de noviembre como el “mes de la santidad” porque es el momento del año en el que recordamos a todos los santos silentes, los hombres y mujeres santos que vivieron vidas ejemplares en estrecha proximidad con Dios y su prójimo, pero que no gozan del reconocimiento oficial de la Iglesia ni de nadie como «santos». Damos gracias por esos santos privados pero muy reales, ya que sus vidas son fuente de inspiración para nosotros y porque su buena obra continúa todavía, mucho después de haberse reunido con el coro celestial de los demás santos.

Considero que existe una relación entre agradecimiento y santidad. Una persona agradecida no es egocéntrica. Esto se debe a que reconoce que todos tenemos una deuda con Dios y con muchas otras personas (vivas o difuntas) ya que gracias a ellos podemos vivir, estar saludables y ser felices, así como también participar en el disfrute de la libertad que significa ser seres humanos hechos a imagen y semejanza de Dios.

Cuando soy agradecido mis ojos están abiertos y reconozco la verdad sobre mí mismo y el mundo que me rodea: que no soy el centro del universo sino parte de la familia de Dios, y doy gracias por todos los dones que he recibido de mi generoso y amantísimo Padre.

Las personas santas son agradecidas. También son humildes e indulgentes, siempre listas para ayudar a otros, siempre conscientes de su llamado a seguir los pasos de las personas santas que nos han precedido, inclusive de Jesús, de su madre María y de todos los santos.

Resulta difícil imaginarse a un santo que sea amargado, odioso, resentido o completamente centrado en sí mismo. La santidad exige que estemos conscientes de nuestros dones y el deseo de expresar gratitud por todo lo que Dios nos ha dado, inclusive a pesar de nuestro genuino sufrimiento, penas y temores en la vida. Los santos no son perfectos, pero aspiran a la perfección y la buscan con corazones abiertos y agradecidos.

A comienzos de este mes observamos el Día de los Santos Difuntos, el 2 de noviembre. En este día del calendario eclesiástico evocamos a aquellos que han fallecido, pero que todavía tienen dificultades para expiar sus pecados y alcanzar el grado de santidad necesario para gozar de la plenitud del amor eterno de Dios. El Día de los Santos Difuntos nos recuerda que todos estamos llamados a la santidad, a ser santos, y que las oportunidades para acercarnos más a Dios no desaparecen instantáneamente con la muerte. La misericordia de Dios es más fuerte que la muerte y a través de nuestras oraciones por ellos Su gracia va más allá de la tumba hasta las “pobres almas” que se arrepienten de sus pecados y desean con vehemencia ver el rostro de Dios.

León Bloy, el novelista francés que el papa Francisco citó durante su primera homilía como Papa, dice que “el único fracaso verdadero, la única tragedia es no ser santo.”

Esto no significa que todos estemos condenados al fracaso o a la tragedia. Al contrario: significa que durante nuestro paso por el mundo, Dios nos concede la gracia de vivir vidas buenas y convertirnos en santos. Ninguno de nosotros es perfecto en nuestra respuesta a la invitación del Señor a seguirlo en el camino a la santidad, pero todos estamos llamados a estar agradecidos por las oportunidades que se nos han dado para lograr un cierto grado de santidad en correspondencia con el llamado de Dios.

Para expresarlo de otra forma: podríamos que decir que la tragedia de la vida es nuestra incapacidad para aprovechar todas las oportunidades que Dios nos da de ser personas agradecidas, amorosas y generosas. Si tomamos en cuenta la extensión, la vastedad y la profundidad de la misericordia divina que recibimos en cada momento imaginable de nuestras vidas, efectivamente sería una tragedia que nuestros corazones permanecieran endurecidos y no lográramos asir la mano que Dios nos extiende.

La gratitud y la santidad son indicios de nuestra cercanía con Dios. En este noviembre, recemos por la fortaleza para estar agradecidos frente a los desafíos que nos presenta la vida. Recemos por unos y por otros, vivos y difuntos, y mantengámonos alerta para detectar esos momentos de gracia que Dios nos da para crecer en santidad y en agradecimiento. †
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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