October 7, 2016

Alégrense en el Señor

Recibamos con los brazos abiertos a nuestros hermanos en Cristo

Archbishop Joseph W. Tobin

En el transcurso del último año he oído hablar mucho sobre inmigración. Dado que este es uno de los principales temas de las próximas elecciones que se celebrarán en el ámbito federal, estatal e inluso local, deseo aprovechar esta oportunidad para plantear de la forma más clara posible la postura de la Iglesia con respecto a este asunto tan importante.

He aquí un resumen:

El mandato evangélico de “acoger al forastero” requiere que los católicos cuidemos y nos pongamos del lado de los recién llegados, autorizados y no autorizados, incluidos niños inmigrantes no acompañados, refugiados y solicitantes de asilo, los innecesariamente detenidos y víctimas de la trata de personas. Es urgentemente necesario realizar una reforma comprensiva para arreglar un sistema migratorio que es defectuoso, la cual debería incluir un programa de legalización amplio y justo con un camino a la ciudadanía; un programa de trabajo con protecciones y salarios justos para los trabajadores; políticas de reunificación familiar; acceso a protecciones legales, que incluyan procedimientos de debido proceso; refugio para quienes huyen de la persecución y la violencia, y políticas dirigidas a solucionar las causas que son el origen de la migración. (Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, “Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles,” #81).

En mis columnas recientes he indicado que ningún candidato en particular ni ninguna plataforma política cumple a la perfección con las perspectivas de la Iglesia con respecto a los principales temas que se decidirán durante estas elecciones. La inmigración no es la excepción.

Esto significa que al examinar lo que los candidatos y los partidos políticos expresan acerca de este tema debemos ser especialmente cautelosos para comprender tanto los principios morales como las implicaciones prácticas de las plataformas que apoyamos.

Las enseñanzas de la Iglesia sobre inmigración se fundamentan en la convicción absoluta de que cada persona humana, sea cual sea su raza, credo, color, origen étnico, orientación sexual, país de origen o situación económica y social, está hecha a imagen y semejanza de Dios y, por lo tanto, es nuestra hermana o nuestro hermano en la gran familia de Dios.

Les damos la bienvenida, los respetamos y nos esforzamos por amar a todos como integrantes de la familia de Dios. Nos negamos a rechazar de plano a cualquier persona e insistimos en que todo aquel que llegue a nosotros (legal o ilegalmente) debe ser tratado con la cortesía con la que recibiríamos al propio Cristo.

Además, creemos que todos somos inmigrantes, es decir, todos somos peregrinos que buscamos a Dios, sin importar dónde estemos ni en las circunstancias en las que nos encontremos. Como extranjeros y residentes temporales que somos, no tenemos derecho a menospreciar ni a mostrarnos superiores con aquellos que buscan refugio y una mejor vida entre nosotros.

Esta insistencia en cuanto a la dignidad humana y al tratamiento justo de nuestros compañeros peregrinos no significa que no reconozcamos la necesidad de políticas migratorias que apoyen el derecho de nuestro país a preservar sus fronteras de una forma organizada, legal y moral.

Por el contrario, creemos que lo quebrantado de nuestro sistema actual contribuye directamente al tratamiento inhumano de muchos inmigrantes y sus familias.

Por consiguiente, exhortamos con vehemencia a nuestros funcionarios electos, así como también a los candidatos al gobierno, “a arreglar un sistema migratorio que es defectuoso, la cual debería incluir un programa de legalización amplio y justo con un camino a la ciudadanía; un programa de trabajo con protecciones y salarios justos para los trabajadores; políticas de reunificación familiar; acceso a protecciones legales, que incluyan procedimientos de debido proceso; refugio para quienes huyen de la persecución y la violencia, y políticas dirigidas a solucionar las causas que son el origen de la migración” (“Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles,” #81).

Los obispos sabemos que estas recomendaciones no gozan de popularidad entre muchos de los integrantes de nuestra comunidad, quienes temen que los inmigrantes ilegales representen una amenaza para su estabilidad laboral.

También sabemos que a muchos les preocupa que la actual “frontera abierta” permita (e incluso fomente) todo tipo de contrabando inmoral y peligroso. Exhortamos vehementemente a nuestros líderes a que promulguen y hagan cumplir medidas que resuelvan estos problemas, sin castigar a quienes solo aspiran a una mejor vida para sus familiares y para sí mismos.

Por último, insistimos en el derecho de brindar los cuidados pastorales de la Iglesia a todos los inmigrantes, independientemente de su situación legal. Una de las características que distingue nuestra libertad religiosa es la posibilidad de ser Cristo para los demás, sin importar quiénes sean o de dónde provengan.

El papa Francisco nos ha exhortado en numerosas ocasiones a abandonar nuestra comodidad para transmitir el Evangelio a quienes están en la “periferia,” en los márgenes de nuestra sociedad. El Santo Padre también nos ha desafiado a que construyamos puentes entre los pueblos y las naciones para demostrar claramente nuestra unidad y solidaridad con toda la humanidad.

¿Qué candidatos y partidos políticos sostienen la postura de corregir nuestro actual sistema quebrantado? ¿Cuál de ellos rechazará la retórica y las promesas vacuas para generar un cambio real y duradero, para beneficio de todos?

En estas elecciones debemos seleccionar a aquellos líderes que se convertirán verdaderamente en nuestros hermanos y hermanas en Cristo y lograrán una genuina reforma. ¡Que Nuestra Señora de Guadalupe, la patrona del continente americano, nos guíe! †
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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