March 25, 2016

Alégrense en el Señor

El Viernes Santo es el camino a la alegría pascual

Archbishop Joseph W. Tobin

La fecha de publicación de esta columna es el 25 de marzo de 2016, Viernes Santo.

A diferencia de lo que ocurre en español, en inglés llamamos a este día “Viernes Bueno.”

Para los cristianos, se trata del peor día de la historia de la humanidad, un día plagado de una maldad indescriptible en la que el amor de Dios encarnado fue completamente rechazado y sufrió insultos, torturas y una de las formas más crueles del pecado capital: la muerte en la cruz. ¿Por qué en inglés le decimos entonces “bueno” si se le atribuyen circunstancias que nada tienen de buenas?

Existen teorías encontradas en cuanto al origen del nombre de este viernes en inglés. Algunos dicen que originalmente se llamaba Viernes de Dios. Otros argumentan que el nombre adecuado debería ser, como lo es en español, Viernes Santo (tal como sucede con el Jueves Santo que le precede y el Sábado Santo que viene después). La mayoría de los cristianos angloparlantes tienen la costumbre de llamarlo “bueno” por el simple motivo de que creemos que a consecuencia de la maldad indescriptible que sucedió ese día hace más de 2,000 años, surgió algo bueno.

¿Cuál es el buen resultado que celebramos hoy durante este Año Santo de la Misericordia de 2016? Lo bueno que ocurrió a consecuencia de la muerte de Jesús en la cruz fue, por supuesto, su resurrección. Creemos que su muerte sirvió para expiar el pecado humano, una verdadera redención que emanó del amor y la misericordia infinitos de Dios.

La crucifixión en sí misma no fue algo bueno; jamás un asesinato podrá considerarse bueno. Pero el propio Señor nos dice que no hay amor más grande que el de dar la vida por sus hermanos (cf. Jn 15:13). El amor abnegado, especialmente el testimonio de los mártires, es algo profundamente bueno porque representa la máxima expresión del amor.

Es por ello que en inglés llamamos a este día “Viernes Bueno.” Ese día ocurrió algo profundamente bueno: la misericordia de Dios se expresó en la forma más suprema. Jesús murió por nosotros; perdonó nuestros pecados y borró siglos de culpa y maldad acumulados durante toda la historia de la humanidad y nos dio la posibilidad de perdonar los pecados que otros cometan contra nosotros, tal como nuestro Padre celestial nos ha perdonado.

El Viernes Santo es el día en el que el bien prevaleció sobre la maldad indescriptible, de una vez por todas, gracias al amor incondicional de Dios. ¡Es un día de misericordia sin igual entre los 365 días que componen el año calendario!

Durante las seis semanas anteriores hemos reflexionado sobre el concepto de la “misericordia” que, según lo explica el papa Francisco, es la vía que comunica a la humanidad pecadora con nuestro Dios amoroso. En el núcleo de nuestras reflexiones se encuentra la parábola del Hijo pródigo que el santo padre considera como la suprema ilustración del amor y la misericordia incondicionales de Dios (cf. Lc 15:11-32). En la parábola, el padre se alegra porque el hijo que lo ha rechazado y que, según él mismo reconoce, ha “pecado contra el cielo y contra ti” (Lc 15:21), ha regresado.

En un artículo publicado recientemente en la revista America, el Mons. Peter J. Vaghi escribió:

“La profundidad de los sentimientos del padre se reflejan en sus palabras: ‘este hijo mío estaba muerto, y ha revivido; se había perdido, y lo hemos hallado’ (Lc 15:24). Aunque el hijo había despilfarrado su herencia, su condición humana se había salvado gracias al amor de su padre. El padre es el rostro humano de lo que llamamos misericordia.

“En referencia a esta parábola, San Juan Pablo II escribió en su segunda encíclica titulada “Dives in Misericordia” (Sobre la misericordia de Dios):

‘Tal amor es capaz de inclinarse hacia todo hijo pródigo, toda miseria humana y singularmente hacia toda miseria moral o pecado. Cuando esto ocurre, el que es objeto de misericordia no se siente humillado, sino como hallado de nuevo y ‘revalorizado’ (#6).

“La misericordia tiene un poder restaurador. El hijo pródigo recibe una vida nueva en virtud de la acogida y la celebración jubilosa de su padre.”

La pasión y la muerte de Jesús que conmemoramos de una forma especial el Viernes Santo, demuestra el poder restaurador de la misericordia de Dios de la forma más profunda que podamos imaginar. El resultado es la alegría jubilosa de la Pascua, el día en el que el amor triunfó sobre la muerte de una vez por todas.

Los cristianos somos un pueblo alegre porque hemos vivido la misericordia de Dios a través de la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo. Su amor abnegado nos ha salvado; ha restituido nuestra dignidad en pleno como hijos de Dios y hermanos de toda la humanidad —tanto vivos como difuntos, y aquellos que están por nacer—.

El Viernes Santo es el camino a la alegría pascual. Cantemos el Aleluya con corazones alegres. ¡La misericordia de Dios nos ha restituido y nos ha liberado! Perdonemos a otros como nos han perdonado a nosotros. ¡Compartamos la alegría de la Pascua! †
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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