January 8, 2016

Alégrense en el Señor

Dios es la fuente misericordiosa de paz y justicia para todos

Archbishop Joseph W. Tobin

Comenzamos cada nuevo año con una ferviente oración por la paz.

Anhelamos el mundo del mañana, el momento en el que no existirán más desavenencias entre personas, familias, vecinos ni naciones.

Tras celebrar el nacimiento del Príncipe de la Paz, nos inunda la esperanza de que su venida nos inspirará a vivir de un modo distinto.

Comenzamos cada nuevo año con la profunda esperanza de poder dejar a un lado la envidia, los temores, nuestros deseos por adquirir el control económico y el dominio político, nuestro rechazo a aquellos que provienen de tierras extranjeras y la incomodidad frente aquellos distintos de nosotros.

Rezamos por la paz pero olvidamos que la misericordia que practica la gente humilde es el único camino que conduce a la paz.

Los cristianos creen que la paz verdadera y duradera proviene únicamente del Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, que fue enviado a este mundo por su Padre como máxima expresión de la paz.

Es por ello que cada nuevo año recordamos la promesa que le hizo el Señor a David:

“Durante su vida yo le daré a Israel paz y reposo[...] y él será mi hijo, y yo seré su padre” (1 Cr 22:9).

“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5:9).

Nos convertimos en hijos de Dios cuando nos reconciliamos con Él, a través de nuestro bautismo y nuestra comunión con Él y a través de la Iglesia.

Pero cuando perdemos de vista a Dios por obra de nuestra ceguera, egoísmo y pecado, no puede existir la paz.

Es entonces cuando sobreviene la injusticia, la violencia y la crueldad que dominan el orden mundial, y la paz se desintegra, tanto en nuestros corazones como nuestros hogares, en nuestras comunidades y países, así como en el resto del mundo.

La paz verdadera, aquella que perdura, ocurre cuando obramos en pos de la justicia; es el producto de la ardua labor de la civilización, la regla de derecho y el orden correcto de las estructuras sociales.

La paz requiere equidad, respeto por la dignidad humana y negarse a aprovecharse de las debilidades de los demás.

Tal como lo expresó el papa Pablo VI durante la Jornada Mundial de la Paz el 1 de enero de 1972: “Si quieres la paz trabaja por la justicia.”

Y esto significa que debemos desempeñar este trabajo tanto en nuestra localidad como en todo el mundo.

La paz duradera, aquella que es más que un cese el fuego temporal o un receso periódico entre actividades hostiles, es el efecto de la caridad.

La paz verdadera no existe sin misericordia y sin la disposición de sacrificar nuestros propios intereses, tanto individuales como colectivos, por el bien de una genuina armonía.

Si deseamos la paz, debemos abandonar nuestro deseo de venganza y debemos estar dispuestos a que las viejas heridas sanen mediante la gracia salvadora de la misericordia de Dios.

Este es uno de los motivos por el que nuestro Santo Padre, el papa Francisco, ha proclamado un Año Santo de la Misericordia.

En la bula papal titulada “Misericordiae Vultus” (El rostro de la misericordia), el papa Francisco explica que en Jesucristo, Dios ha revelado su misericordia a los pueblos de todas las naciones, idiomas y culturas.

Este es el gran misterio que celebramos el fin de semana pasado, durante la Epifanía del Señor.

El papa tiene la esperanza de que este Año de la Misericordia sea un momento para que los católicos reflexionen sobre lo misericordioso que ha sido Dios con nosotros y para comprender mejor que estamos llamados a ser misericordiosos con los demás.

Su Santidad describe a la misericordia como el “corazón palpitante del Evangelio.”

Y continúa expresando: “¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios! A todos, creyentes y lejanos, pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros.”

Según afirma el Santo Padre, ningún aspecto de las enseñanzas y los testimonios de la Iglesia debe carecer de misericordia.

La paz solo es posible cuando podemos compartir el amor y la misericordia de Dios con nuestros hermanos y hermanas de todo el mundo.

Cuando llegue ese día, las naciones se unirán en un orden mundial que respeta los derechos humanos fundamentales y la auténtica diversidad cultural de naciones y pueblos.

Los vecinos se ayudarán y se respetarán mutuamente; las familias vivirán juntas y con alegría; y cada hombre y mujer sobre la faz de la tierra estará en calma, sin preocupaciones y en paz.

Que la paz de Cristo esté siempre con nosotros.

A través de la intersección de la Santa Virgen María, la Reina de la Paz, y de todos los santos, especialmente nuestros patronos, San Francisco Xavier y Santa Teodora Guérin, que encontremos la felicidad y la alegría al trabajar en favor de la justicia y el compartir con los demás la abundante misericordia divina en nombre de Jesús.

Mi oración para usted y para todos nuestros hermanos y hermanas del centro y del sur de Indiana es que lleguemos a conocer la paz en 2016.

¡Que podamos compartir esa paz con los pueblos de todas las naciones y todas las culturas al vivir en carne propia la misericordia divina! †
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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