December 4, 2015

Alégrense en el Señor

María, concebida sin pecado original, es una señal de la misericordia de Dios

Archbishop Joseph W. Tobin

Cada año, durante la época de Adviento, la Iglesia celebra la Solemnidad de la Inmaculada concepción de la Virgen María. El dogma de la Inmaculada Concepción fue proclamado infaliblemente por el Papa Pío IX en 1854, casi 1,900 años después del nacimiento de la humilde mujer de Nazaret, la única persona que ha recibido este obsequio singularmente importante de Dios.

Los católicos creen que, desde el momento de su concepción, Dios bendijo a María con el don de Su gracia redentora. Si bien ella era descendiente de Adán y Eva y, por consiguiente, miembro de nuestra raza humana pecadora, la misericordia de Dios la preservó de las inclinaciones pecaminosas que aquejan a todos los seres humanos y la protegió contra todos los pecados individuales.

María se encontraba libre de pecado desde el momento de su concepción porque fue llamada a dar a luz al único hijo de Dios, al nuevo Adán que marcaría una ruptura radical en la historia atestada de pecado de toda la humanidad. En María vemos cumplida la promesa de nuestra redención. No nació libre de pecado por sus propios méritos sino porque Dios la eligió para que fuera el vehículo para la encarnación del Verbo.

María fue la primera persona redimida por Cristo. Este singular acto de misericordia se produjo incluso antes de que aceptara la vocación para la que Dios la había destinado. La concepción inmaculada de María la convirtió en la sierva perfecta del obsequio de la entrega de Dios. Por la gracia de Dios se formó y creció en su vientre aquel que estaba destinado a convertirse en nuestro redentor.

Últimamente se escucha mucho acerca de la misericordia, especialmente en las enseñanzas del papa Francisco. La misericordia no minimiza la gravedad del pecado sino que reconoce la debilidad de nuestra condición humana y nos brinda la oportunidad para que nosotros pecadores, podamos mediante la gracia de Dios superar inclusive nuestros pecados más lamentables y recuperar el lugar que nos corresponde en la gran familia de Dios.

María obtuvo esta redención misericordiosa por adelantado y, por consiguiente, estaba fortalecida por la gracia de Dios frente a todas las tentaciones. Por ello, pudo tomar las decisiones acertadas en su vida cotidiana. Por consiguiente, María es el ejemplo supremo de la humanidad redimida. Ella es lo que cada uno de nosotros está llamado a ser: santos, libres de pecado y dispuestos a seguir a Jesús con la ayuda de la gracia de Dios.

Resulta tentador decir que María se encontraba en una situación mucho más aventajada que el resto de nosotros. Nació sin pecado, en tanto que usted y yo solamente contamos con nuestra débil naturaleza humana. Pero la vida de María nos demuestra que luchó con todas sus fuerzas para aceptar situaciones que se encontraban mucho más allá de su capacidad de comprensión. El sabio Simeón predijo que una espada atravesaría el corazón de María. Necesitó la ayuda de la gracia de Dios, al igual que todos nosotros, para lidiar con los momentos más desafiantes de la vida y aceptar la voluntad de Dios incluso cuando este prospecto solamente prometía dolor y tristeza.

María fue una mujer de Israel. Tal como se nos presenta en la primera lectura del Segundo Domingo de Adviento, Dios guía a su pueblo “en la alegría por la luz de su gloria, con misericordia y justicia como compañeras” (Bar 5:9). María creía en esto. Sabía que el camino que estaba llamada a recorrer incluiría mucho sufrimiento, pero también creía con todo su corazón que la justicia y la misericordia de Dios llevarían finalmente a la alegría eterna.

María fue la primera cristiana, la primera discípula de su hijo. A lo largo de toda su vida la guio la misericordia de Dios y conforme aumentaba su amor era capaz de llegar a otros, especialmente a los discípulos débiles y temerosos que tuvieron dificultades para seguir a su Señor al enfrentar obstáculos. Por el poder de la gracia de Dios María se convirtió en lo que fue durante toda la historia cristiana: una fuente de consuelo, aliento y fortaleza para quienes procuran evitar el pecado y vivir de forma santa e intachable.

La Inmaculada Concepción de la Santa Virgen María es una verdadera festividad de Adviento que nos recuerda que María, nuestra madre, está lista para ayudarnos a prepararnos para la venida de su hijo. Ella es, sin lugar a duda, la abogada constante de la misericordia redentora de Dios y quien nos exhorta a que acudamos a su hijo para recibir el perdón por pecados cometidos y la esperanza de una vida mejor.

En su alegre exuberancia, la Iglesia le asigna a María muchos títulos excelsos como el de la Inmaculada Concepción y todos ellos, de una u otra forma, reflejan algún aspecto del lugar exclusivo que ocupa en la historia de la salvación. Pero jamás debemos olvidar que esta mujer sencilla alcanzó la grandeza con humildad, a través de su ferviente aceptación de la voluntad divina y su disposición para permitir que la gracia de Dios la sostuviera frente a cada obstáculo que encontró.

María Inmaculada, ruega por nosotros pecadores. Muéstranos el camino hacia tu hijo, Jesús. Amén. †
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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