July 17, 2015

Alégrense en el Señor

Jesús, un hombre laborioso, mira el trabajo con amor

Archbishop Joseph W. Tobin

En 1981 el papa Juan Pablo II escribió su encíclica titulada “Laborem Exercens” (“Sobre el trabajo humano”). En este importante ejercicio de su ministerio como maestro, el Santo padre (ahora San Juan Pablo II) subrayó la enseñanza fundamental de la Iglesia de que “el trabajo está en función del hombre y no el hombre en función del trabajo” (#6). Asimismo, reflexionó sobre el conflicto constante entre el trabajo y el capital, los derechos de los trabajadores y la espiritualidad del trabajo.

En mi artículo de la semana pasada hice énfasis en la dignidad del trabajo; también resalté uno de los principios fundamentales que contiene la carta pastoral titulada Pobreza en la Encrucijada: la respuesta de la Iglesia ante la pobreza en Indiana que publicamos recientemente los obispos católicos de Indiana. “La economía debe estar en función de los pueblos, no al contrario,” fue la paráfrasis que hicimos los obispos del texto de San Juan Pablo. “El trabajo es más que una simple forma de ganarse la vida; es la participación continua en la creación de Dios.”

Pobreza en la Encrucijada prosigue: “Si se ha de proteger la dignidad del trabajo, entonces también deben respetarse los derechos básicos de los trabajadores, entre los que se encuentran el derecho al trabajo productivo, a un salario decente y justo, a organizarse, a la propiedad privada y a la iniciativa económica.”

Pese al evidente fracaso del marxismo como modelo económico y político del mundo, el conflicto entre el trabajo y el capital todavía persiste. La Iglesia se opone a toda ideología que denigre la dignidad de los trabajadores convirtiéndolos en instrumentos de un sistema o en meros operarios de un motor económico. Esto abarca las formas de “capitalismo rígido” o “economismo” que, según San Juan Pablo II, consideran el trabajo humano “exclusivamente según su finalidad económica.” La economía debe atender a la persona humana, no viceversa.

El papa Francisco ha continuado con esta enseñanza fundamental y ha sido criticado por esto. Pero el Santo Padre está firmemente arraigado en la tradición de los papas que le precedieron, quienes hablaron y escribieron acerca de la dignidad del trabajo y de los derechos de los trabajadores.

El Papa cree que el abuso del trabajo humano y el flagelo del desempleo constituyen obstáculos serios que impiden el florecimiento de la sociedad humana y el crecimiento de una economía humanitaria y productiva.

En Pobreza en la Encrucijada, los obispos escribimos:

“Para abordar los grandes desafíos que enfrenta actualmente la economía en el estado de Indiana, debemos examinar cuidadosamente el efecto que surten las políticas, la legislación y las normas gubernamentales sobre la gente real, los hombres y las mujeres que luchan para ganarse la vida, mantener a sus familias y llegar a fin de mes. No podemos reparar la economía mediante la aplicación de teorías de empleo abstractas que nada tienen que ver con aquellos cuyas vidas están en juego. Tal como lo expresa San Juan Pablo II, no podemos simplemente tomar en cuenta las necesidades materiales [alimento, vivienda, vestido, atención de salud, etc.], sin menoscabo de la importancia que tienen para las personas, las familias y las comunidades. También debemos fomentar el trabajo espiritual, que reconoce su profunda influencia sobre la vida intelectual, social, cultural y religiosa de las personas, las familias y las comunidades.”

Aquellos que critican a los líderes de la Iglesia por hablar sobre cuestiones que repercuten sobre las legislaciones políticas y económicas de nuestro país (y de la comunidad cada vez más globalizada) se preguntan por qué no nos limitamos a las cuestiones internas de la Iglesia.

Tal como el papa Francisco repite incesantemente: una Iglesia que se ocupa solamente de sus asuntos no es fiel a su misión. Jesús era un hombre laborioso; se preocupa profundamente por la dignidad del trabajo y las condiciones del trabajo humano. Y lo que es más: nos ordenó a nosotros, como sus discípulos, a que proclamáramos el “evangelio del trabajo” a todo el mundo.

Es cierto que la Iglesia no propone programas detallados dirigidos a crear plazas de trabajo o promover el desarrollo económico. Sin embargo, sí recordamos a los líderes gubernamentales, empresariales y de la comunidad que la única medida verdaderamente efectiva de que una política económica y su aplicación práctica son realmente sólidas, es hasta qué punto las personas en la vida real crecen y prosperan individualmente y como trabajadores.

Tal como indicamos en nuestra carta pastoral:

“Además de los beneficios económicos de un empleo estable, el trabajo brinda a las personas más oportunidades para enaltecer su dignidad personal. El trabajo debería ser la principal forma mediante la cual los padres proveen para sus familias y aportan para el bienestar de una comunidad sana. Los programas gubernamentales deberían existir principalmente para proporcionar una protección social adecuada para aquellas personas que se encuentren en situación de transición o que sufran enfermedades o lesiones incapacitantes. Por consiguiente, proponemos que el estado de Indiana dedique recursos para mejorar las oportunidades para las familias hoosier de encontrar trabajos importantes y que sean económicamente satisfactorios. Los planes para el desarrollo económico deben incluir estrategias tendientes a romper el ciclo de la pobreza multigeneracional.”

El trabajo nos beneficia pero no nos debemos al trabajo. Oremos para que, por el bien de todos nuestros hijos y nietos, hagamos lo que nos corresponde para romper el ciclo de la pobreza en Indiana y en todo el mundo. †
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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