October 3, 2014

Alégrense en el Señor

Luces y sombras de las familias de hoy en día

Archbishop Joseph W. Tobin“La familia, en los tiempos modernos, ha sufrido quizá como ninguna otra institución, la acometida de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y de la cultura. Muchas familias viven esta situación permaneciendo fieles a los valores que constituyen el fundamento de la institución familiar. Otras se sienten inciertas y desanimadas de cara a su cometido, e incluso en estado de duda o de ignorancia respecto al significado último y a la verdad de la vida conyugal y familiar” (Juan Pablo II, “Familiaris Consortio,” #1).

Hace más de tres décadas, San Juan Pablo II escribió acerca de los desafíos que enfrenta la familia de hoy en día. Describió dichos desafíos como “luces” y “sombras” que iluminan u ocultan “el significado último y la verdad.”

De acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia en cuanto al significado del matrimonio y de la vida familiar creo que podríamos decir que las numerosas “sombras” que se proyectan sobre la vida familiar hoy en día pueden agruparse en tres categorías: 1) la relación pactada entre marido y mujer; 2) el significado y la finalidad de la sexualidad humana; y 3) la función que desempeña la familia en la Iglesia y en la sociedad. Permítanme ofrecer algunas reflexiones acerca de cada una de estas.

Los cristianos católicos creemos que el matrimonio entre un hombre y una mujer es algo sagrado; lo consideramos más que un simple contrato social o un acuerdo legal. Para nosotros, el santo matrimonio (el sacramento del matrimonio) es un compromiso para toda la vida o un pacto ante Dios. En consonancia con las enseñanzas del propio Jesús, el lazo que se crea ante Dios y los hombres cuando dos personas contraen matrimonio no puede romperse; es indisoluble (no puede disolverse).

Las personas de todas las generaciones han sentido el desafío de la permanencia del matrimonio. Jesús reconoció que es una lección difícil y extendió la misericordia divina a aquellos que estaban en desacuerdo con el plan de Dios para el matrimonio y la vida familiar.

Tal como nos enseña San Juan Pablo II, hoy en día son muchos los que siguen fieles a esta verdad fundamental, en tanto que otros se sienten inseguros e incluso desconcertados por las demandas cada vez más exigentes que esta implica.

Cuando nuestra legislación y la sociedad en pleno consideran al matrimonio como una simple unión civil que puede disolverse fácilmente, resulta todavía más difícil para hombres y mujeres mantenerse fieles a su compromiso hasta el final. Los índices de divorcio en la época moderna son asombrosamente altos y atender las necesidades de los católicos que se han divorciado y casado en segundas nupcias o que forman parte de “familias mixtas” a consecuencia de ello, es una responsabilidad que la Iglesia debe asumir con fervor pastoral, compasión y esperanza.

La llamada revolución sexual ha ocasionado buena parte de esa inseguridad y desconcierto de la que habla San Juan Pablo. El acceso fácil a los métodos anticonceptivos artificiales, e incluso el aborto, efectivamente han disociado el sexo del matrimonio. La actividad sexual fuera del matrimonio ya no conlleva el estima social que tuvo en otra época y las relaciones íntimas entre “adultos capaces de discerner” resultan normales hoy en día. No podemos exagerar la influencia negativa que esta situación social tiene sobre la vida familiar. La cantidad de niños que nacen de madres no casadas crece cada año, al igual que la cantidad de familias de “un solo padre o madre.”

En este contexto social en rápida transformación, las enseñanzas de la Iglesia acerca de la sexualidad humana parecen ser irremediablemente anticuadas. Insistir, como lo hacemos nosotros, en que la intimidad sexual pertenece exclusivamente al ámbito de las relaciones entre un hombre y una mujer dentro del marco del matrimonio, parece un argumento de la época del Oscurantismo. Y sin embargo, la poderosa verdad es que tenemos el desafío de defender la familia, incluso cuando nos acercamos a aquellos que cuestionan o rechazan nuestro punto de vista en relación con el significado de la sexualidad.

Por último, estamos perdiendo la perspectiva en cuanto a la función de la familia dentro de la Iglesia y de la sociedad. Las Sagradas Escrituras y las enseñanzas de la Iglesia afirman que la familia es un componente fundamental del plan de Dios para la humanidad. El matrimonio y la sexualidad humana fomentan la procreación, la formación y el desarrollo personal de las futuras generaciones. La familia sirve como el modelo fundamental de todas las organizaciones sociales y políticas. Tal como lo dice San Juan Pablo II: “El futuro de la humanidad se transmite a través de la familia.” Cuando las familias son fuertes, también lo es la sociedad; cuando las familias se quebrantan y son inestables, todas las comunidades humanas sufren.

El Sínodo Extraordinario de los Obispos sobre la familia comienza esta semana en Roma y tiene delante de sí una ardua labor ya que busca ofrecer mejores respuestas a los desafíos que enfrenta el matrimonio como pacto sagrado, la intimidad sexual como aspecto reservado para las parejas de casados y la familia como modelo de estabilidad para toda la organización social.

No olvidemos que, además de los desafíos, también hay “luces.” Muchas familias hoy en día dan testimonio del significado y de la alegría del matrimonio y de la vida familiar.

Recemos por todas las familias; recemos para que el Espíritu Santo guíe a los obispos y a los líderes laicos que participan en este sínodo tan importante. †

Traducido por: Daniela Guanipa

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