June 13, 2014

Alégrense en el Señor

El Domingo de la Santísima Trinidad celebra el misterio de la vida íntima de Dios

Archbishop Joseph W. TobinUna semana después de Pentecostés la Iglesia nos invita celebrar el misterio de la Santísima Trinidad. Estas dos solemnidades guardan una importante relación.

Pentecostés conmemora el obsequio del Espíritu Santo de Dios para los discípulos y es gracias a esa efusión del aliento de Dios que nace la Iglesia.

El Domingo de la Santísima Trinidad celebra el misterio de la vida íntima de Dios. Aquello que no entendemos únicamente mediante la razón lo aceptamos con los ojos de la fe.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que el misterio de la vida íntima de Dios por fin quedó totalmente develado al enviar al Espíritu Santo (#232-237). Aquello que se intuía en el diseño de la creación y en la palabra de los profetas del Antiguo Testamento, ahora se ha puesto de manifiesto. Dios es un ser trinitario (Padre, Hijo y Espíritu Santo).

Esta gran verdad que constituye la enseñanza fundamental de la vida de la fe cristiana sigue siendo un misterio. Accedemos a esta maravillosa enseñanza al abrir nuestras mentes y nuestros corazones a los dones del Espíritu.

Para comprender mejor la Trinidad, primero debemos comprender quién es el Espíritu Santo y cómo “procede” del Padre y del Hijo.

¿Alguna vez se ha encontrado en una situación en la que le faltó el aliento, ya sea porque estuvo mucho tiempo debajo del agua, porque corrió más de lo que tenía previsto o porque escaló muy rápido y muy alto? Es una experiencia aterradora.

No apreciamos el valor del aire que respiramos las 24 horas de cada día en el transcurso de toda una vida. El “aliento” es el ingrediente invisible pero completamente esencial para mantener nuestro bienestar físico. Cuando decimos que alguien “expiró” es porque esa persona ha fallecido. El término proviene del latín, combinación de la partícula ex que indica privación y spirare, en español, espirar, entre otras traducciones. Si buscamos esta última palabra en el diccionario de la Real Academia Española, observaremos que en su segunda acepción la define como “Dicho especialmente del Espíritu Santo: Infundir espíritu, animar, mover.” De modo que la palabra expirar literalmente significa “quitar el espíritu.”

El Espíritu Santo es el aliento de Dios. Por analogía podríamos decir que es el ingrediente invisible pero fundamental para mantener nuestro bienestar espiritual. Pero eso sería solamente una parte de la historia.

El Espíritu Santo mantiene toda la creación de Dios, tanto la material como la espiritual. Nadie ha visto jamás al Espíritu Santo, salvo en las imágenes que encontramos en las escrituras sagradas (una paloma, viento, fuego, agua, santos óleos y más). Al igual que el aliento que nos sustenta físicamente, el Espíritu Santo inspira a los seres humanos a reconocer quiénes somos como hijos de Dios y qué estamos llamados a ser como discípulos de Jesucristo.

Existe una relación importante entre la oración y el Espíritu Santo. San Pablo nos dice que cuando oremos no debemos preocuparnos si no sabemos qué decir (Rom 8:26; Gal 4:6). El Espíritu Santo nos habla a través de la oración, incluso cuando nuestras propias palabras no sean elocuentes, las repitamos por hábito o las digamos de los dientes para afuera. El Espíritu Santo nos ayuda a orar, a alabar, a expresar nuestro sincero agradecimiento y a implorar la misericordia de Dios y su ayuda a medida que enfrentamos los desafíos de vivir y amar bien todos los días.

La teología católica, si bien reconoce el misterio insondable de la santísima Trinidad, describe al Espíritu Santo como el Amor eterno que procede del Padre y del Hijo, la Palabra Divina. Este Amor es poderoso. Se crea de la nada. Santifica lo que es laico o profano. Y, por encima de todo, motiva a quienes han recibido el don del bautismo a responder al llamado de Dios en sus vidas con la misma generosidad y autorrenuncia que demostró Jesús cuando entregó su vida para salvar a muchos.

Pero igualmente importante, el Espíritu Santo desempeña una función indispensable en la vida de cada uno de nosotros. Nos anima, nos motiva y nos apoya en la oración. A través de todos los sacramentos, comenzando con el bautismo, el Espíritu Santo nos sustenta a diario en nuestra vida cristiana: para discernir la voluntad de Dios, para tomar decisiones morales y para realizar obras de genuina caridad y autosacrificio.

En “La alegría del Evangelio,” el papa Francisco nos dice que Cristo nos entregó al Espíritu Santo para enseñarnos a vivir como discípulos misioneros y “evangelizadores con espíritu.” Ya que el Espíritu Santo es el Amor eterno que procede del Padre y del Hijo, tiene el poder de transformarnos si se lo permitimos.

Por la gracia del Espíritu Santo podemos llegar a conocer a Dios Padre. Podemos abrir nuestros corazones al encuentro personal con Dios Hijo. Y por el poder del Espíritu Santo podemos vivir para los demás, como lo hizo Jesús.

En este Domingo de la santísima Trinidad, agradezcamos a Dios que se nos ha revelado a través del misterio de su vida íntima. Oremos juntos para que la gracia del Espíritu Santo nos permita convertirnos en evangelizadores con espíritu que proclamen mediante palabras y acciones el amor y la misericordia infinitos de la Trinidad de Dios. †

Traducido por: Daniela Guanipa

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