October 8, 2010

Buscando la Cara del Señor

Coloque el madero de la cruz en el centro de su corazón

Para nuestra reflexión de esta semana, deseo enfocarme el simple hecho de que en el núcleo de toda nuestra esencia necesitamos mantenernos centrados en Cristo y en el precio que pagó por nuestra salvación.

Lo que nos distingue como cristianos es esa centralidad en Cristo y la participación en su triunfo redentor sobre el pecado y la muerte. Esto constituye la sustancia de nuestro llamado a la santidad.

Es importante tener en cuenta que la consecuencia de su triunfo redentor penetra en los aspectos cotidianos de nuestras vidas. Nuestra redención no es un simple acontecimiento que ocurrirá en el momento en que pasemos a la plenitud del Reino, es decir, cuando vayamos a la Casa del Padre. Nuestro llamado a la santidad y nuestra redención se forjan en el acontecer regular y las experiencias cotidianas.

En una ocasión en una carta, San Francisco de Sales escribió que notaba una costumbre curiosa de los campesinos de la región donde vivía. Observaba a los peones cruzando el corral para sacar agua del pozo. Antes de levantar el balde y llenarlo de agua hasta arriba, colocaban un trozo de madera dentro de él.

Un día Francisco le preguntó a una joven: “¿Para qué hacen eso?” ¿Para qué colocan un trozo de madera en el balde?” Ella lo miró sorprendida, como si debiera saber la razón, y le dijo: “Pues, para evitar que el agua se derrame y se riegue, para mantenerla firme en su lugar mientras la llevamos.”

Más adelante, al escribirle a un amigo, el obispo contó esta anécdota y añadió: “Así que cuando su corazón esté angustiado y agitado ¡coloque el madero de la Cruz en el centro para mantenerlo firme!”

En momentos de agitación o tensión, o quizás cuando nos sentimos mal debido al pecado, la presencia de Jesús y su amor que emana de la Cruz pueden brindarnos paz y una serenidad apacible. Coloquemos el madero de la Cruz en el centro de nuestros corazones para mantenerlo firme y estable. Tal vez suene demasiado sencillo, pero verdaderamente marca toda la diferencia mientras intentamos vivir nuestro llamado a la santidad.

Significa que intencionalmente debemos entregarnos a nuestro llamado bautismal a la santidad y debemos promover intencionalmente nuestra relación con Jesús. Al igual que sucede con cualquier otra amistad, sabemos que debemos cultivar nuestra comunicación con él. Las amistades no permanecen estáticas ni se profundizan si se dejan desatendidas.

¿Qué hacemos para nutrir nuestro llamado a la santidad y nuestro amor por Jesús? Últimamente en cada oportunidad que tengo recuerdo las enseñanzas de nuestro Santo Padre el papa Benedicto XVI, acerca de las tres tareas que expresan la naturaleza esencial de nuestra Iglesia católica y que deberían modelar nuestro llamado a la santidad.

Independientemente de la etapa en la que nos encontremos en nuestras vidas, estamos llamados a: 1) Proclamar la Palabra de Dios y las enseñanzas de Jesús. 2) Participar fielmente en la vida sacramental de la Iglesia. Y 3) hacer lo que nos corresponde en el ministerio de la caridad.

Proclamar, celebrar y servir resumen bastante bien nuestro llamado.

La mayoría de las veces proclamamos la Palabra de Dios al vivir tal y como Jesús nos enseñó. Nuestro amor por la Eucaristía y la fiel recepción del sacramento de la penitencia nos ayudan a mantenernos centrados y a recordar por qué somos fieles cristianos que amamos a Jesús. Y la caridad es la flor natural que el amor de Jesús nos entrega mediante la santa Eucaristía y los demás sacramentos.

A menudo cito una nota que un sacerdote me escribió antes de marcharme de Memphis para convertirme en arzobispo aquí en Indianápolis. Escribió: “Obispo, cuando llegó a Memphis nos dijo que su primer deber era ser un hombre de oración. Me sentí desilusionado al escuchar esto porque deseaba un obispo activo. Ahora lo sé, y así lo demuestra la trayectoria, que si somos fieles en la oración ¡las actividades abundan!”

Con el fin de preservar el equilibrio mientras vivimos la triple tarea fundamental de nuestra vocación cristiana, resulta provechoso mantener el madero de la Cruz, el símbolo del poderoso amor y de la compasión de Cristo, en el centro de nuestras vidas.

Esto lo logramos regresando continuamente a Jesús como sus amigos en la oración, en ocasiones, al pie de la Cruz. Habrá momentos de sequía en nuestra oración. La beata Teresa de Calcuta se angustiaba cuestionándose si Dios estaría con ella. No obstante, se mantenía fiel en su misión de caridad. Ella representa un incentivo contemporáneo en nuestro llamado a la santidad.

Y recordemos que María, la madre de Jesús y madre nuestra, se mantuvo fiel al pie de su Cruz.

De vez en cuando nos viene bien acompañarla. †

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